Guillermo y yo hemos pasado parte de nuestras vacaciones en Asturias. La experiencia ha sido muy buena porque hemos visto pueblos ciudades y paisajes que vale la pena visitar. Nos albergamos en Soto de Agues, un pueblo precioso en un entorno aún mejor. Desde allí hicimos muchas visitas, pero hay tres que nos sorprendieron especialmente.

La playa de las catedrales es una de ellas y aunque el lugar es visitadísimo vale la pena acercarse a Ribadeo, que por cierto ya es Galicia, y consultando previamente los horarios de las mareas hacer la excursión hasta este impresionante lugar; la verdad es que si no fuera por la retirada de las aguas sería un acantilado más en la accidentada costa cantábrica, pero al alejarse el mar deja al descubierto unas playas bellísimas donde se  levantan islotes rocosos de gran altura que rompen  la monotonía de la llanura arenosa, todo ello resguardado por una línea de acantilados de rocas muy antiguas que, en diferentes estratos a base de muchísimas tablas, forman esta línea costera tan salvaje; la acción del oleaje bravo y violento ha ido horadando la muralla rocosa para dejar un laberinto de cuevas y pasadizos a cielo abierto, una maraña de cañones de paredes verticales con suelo de arena blanca donde explorar las formas cambiantes de las rocas de la edad primaria  y los diferentes colores de las pizarras y areniscas pulidas por la presencia intermitente del agua. La clave de esta playa es que se producen las mareas vivas que en pocas horas hacen retroceder y avanzar el mar de forma muy rápida.
El colofón fue cuando a las pocas horas de pasear por la arena, desde un sendero que camina por la parte alta del acantilado, vimos como rompían las olas con una gran fuerza, dejando ocultos todos los rincones por lo que habíamos caminado tranquilamente.

El siguiente monumento natural que nos dejo impresionados fue el desfiladero de las Xanas; estos bellas mujeres mitológicas que habitan en cuevas cercanas a manantiales y junto a cursos de agua, abrieron un estrecho paso entre paredes altísimas de caliza y dejaron caer por su fondo un arroyo que lleva su nombre, dejando un desfiladero de paredes grises de unos 500 m. de altitud y una población vegetal muy tupida.
El camino que más tarde se construyó para acceso del pueblo de Pedroveya y otros hacia el valle de Trubia es el que los excursionistas utilizamos para contemplar, por un sendero excavado en la roca, esta arquitectura natural que desemboca de forma espectacular sobre el valle asturiano de Trubia.

Nadie nos había contado hasta entonces que la ciudad de Avilés, industrial y portuaria, sin ninguna reputación turística y envuelta en altas chimeneas y vapores, podía contener un centro histórico con puro carácter asturiano, perfectamente recuperado y un ambiente veraniego de pleno agosto.

Casas de indianos que aquí se inclinaron por el gusto modernista, callejuelas porticadas, galerías encristaladas de todos los colores y formas, iglesias románicas, palacios señoriales y también es verdad, unos templos del siglo XX de pésimo gusto; que quede como excusa poco justificada que los anteriores fueron quemados en guerra. Al final de una oportuna visita guiada nos sorprendió un jardín público, al estilo inglés, o sea con aspecto de bosque abierto, sin setos con flores, donde los avileses paseaban, hacían deporte o se conectaban a internet con sus portátiles; formaba parte del palacete de un rico emigrante cuyos herederos lo donaron a la ciudad hace unos pocos años, afortunadamente.
Un comentario en «Asturias»
  1. A ver cuando nos llevais a ver ese sitio tan maravilloso del cual solo has colgado una foto, venga no seas tacaña y enseñanos el resto, sobre todo el de la Xanas.

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