Hay quien escala para medir sus propias fuerzas, por la gloria, por el placer de la conquista, para demostrar al mundo que el hombre lo puede todo, para gozar de la belleza de la naturaleza… Aquellos que han estado allá arriba no necesitan oír una respuesta que ya conocen. Conocen la sensualidad que emana de la roca cuando se acaricia con manos vigorosas, qué sentido de seguridad ofrece clavar los crampones en el hielo, qué música emite un clavo ”que canta” cuando es golpeado con el martillo en la fisura de una roca. Han probado la inmensa y angustiosa alegría de sentirse solos en el infinito silencio de la montaña, han experimentado el terror de tener cientos de metros de vacío bajo sus pies inestables, han aprendido a leer el lenguaje de la naturaleza cuando está a punto de desencadenar sus fuerzas. Saben cómo comunicar con un compañero atado a la misma cuerda sin necesidad de abrir la boca. Algunos han sufrido más allá de lo soportable, otros han perdido la vida, todos han aprendido a respetar la montaña, a temerla, a amarla, a dominarla en un torbellino de sentimientos que son más confusos que el caldo primigenio ¿Como explicar todo eso a quien todavía no lo conoce?

(Del libro «Héroes del alpinismo»)
Escaladores en Dolomitas a fines del siglo XIX

A finales del s.XIX, apenas quedaban cimas principales que conquistar en los Alpes, por lo que los objetivos de los alpinistas se desplazaron a montañas secundarias, o vertientes más verticales y difíciles.

La práctica del alpinismo ya no se limitaba a la contratación de guías para realizar las actividades soñadas. Ingleses y alemanes alcanzaron un nivel técnico superior al de algunos guías profesionales, lo que les permitía afrontar de forma más económica sus propias aventuras y desafíos. Uno de los primeros, podemos decir “pioneros del alpinismo deportivo”, fue el alemán Hermann von Barth (1.845-1876), gran escalador en roca que trazó itinerarios arriesgados en el norte del Tirol, entre 1868 y 1873, usando ya cuerda y rudimentarios clavos. Sus escritos sobre alpinismo, geología y botánica, despertaban un sentimiento de aventura alejado del elitismo social y económico transmitido por los ingleses. Murió en Angola con solo 31 años.

Emil Zsigmondy

Aunque con una corta vida como alpinista, el austríaco Emil Zsigmondy, merece un lugar de honor entre estos pioneros de la escalada sin guía. Acompañado de su hermano Otto, consiguió numerosas primeras en los Alpes Bávaros, Tirol y Dolomitas, escaladas que aún hoy suponen serios compromisos. Reflejó sus aventuras en un libro en el que ya explicaba la utilización de clavijas para proteger al primero de cuerda. Junto a otro grande de la época, Purtscheller, logró la primera travesía de la Meije (3.984 m.), en el macizo de Ecrins (Alpes del Delfinado), aunque días después perdió la vida en la cara sur de la misma montaña.

El ya mencionado Ludwig Purtscheller (1.849-1.900) fue otro de los famosos escaladores del momento, además de uno de los primeros en el Kilimanjaro y el Elbrus. Su muerte, como la de su compañero de la Meije, en el Dru, comenzó a fundamentar la fama de fanáticos de los alpinistas alemanes, aunque entre ellos haya que incluir a profesionales, como Michael Innerkofler (1.844-1888), que siendo guía de montaña profesional, también contribuyó con espectaculares primeras, inconcebibles para el momento, como las de las cimas Piccola y Oeste del Lavaredo, en compañía de su hermano Johann Jakob. Innerkofler perdió la vida en el Monte Cristallo, mientras trabajaba como guía, al romperse un puente de nieve sobre una grieta.

Michael Innerkofler en el Lavaredo

A caballo entre los siglos XIX y XX, aparece una generación de alpinistas que empiezan a hacer historia en los Alpes occidentales. En el Valle de Aosta destacan los nombres de Jean Antoine Carrel (1829-1890), Jean-Joseph Maquignaz (1829-1890) y Émile Rey, de Courmayeur (1846-1895), que desde su profesión de guías, se asociaban con los mejores escaladores para conseguir memorables escaladas. En los Alpes suizos, en esos mismos años, destacan otros guías que cuando no trabajaban iban a la montaña de forma independiente para enfrentarse a los más osados desafíos del momento. Son hombres como Christian Almer, de Grindelwald (1826-1897), Alexander Burgener (1846-1910), o Melchior Anderegg (1827-1914), de Grimsel, una de cuyas hazañas fue la ascensión al Mt. Blanc por el Espolón de la Brenva.

Émile Rey

Pero por encima de todos, hay un nombre que ocupa un lugar preferente en la historia de la escalada y el alpinismo, se trata de Albert Frederick Mummery (1855-1895), posiblemente el mejor escalador en roca del s. XIX. Mummery afirmaba que “la esencia del deporte alpino no consiste en la ascensión de una cima, sino en la lucha por superar las dificultades”. Entre sus primeras podemos contabilizar la arista Zmutt al Cervino, la peligrosa chimenea norte del León (Cervino), el Diente del Requin, o su legendaria escalada al Grepón por la siempre prestigiosa “fisura Mummery”, además del Espolón de la Brenva sin guía.

Sus primeras escaladas importantes fueron en las agujas de Chamonix, en compañía de Burgener, repitiendo las más prestigiosas rutas de la época.

Albert Frederik Mummery

Renunciando a la compañía de los guías, Mummery fue desarrollando una concepción de la escalada muy adelantada a su tiempo, y muy parecida a la actual: “Cuando todo indica que por un sitio no se puede pasar, hay que pasar. Se trata precisamente de eso”.

Mummery valoraba la actividad como un fin en sí misma, en contraposición al alpinismo romántico que prevalecía en la época. Podemos decir que Mummery fue el precursor del alpinismo moderno, dejando como herencia el uso de la doble cuerda.

El propio Mummery en su fisura del Grepon

En 1891, en Chamonix, el Grepón era considerado imposible de escalar. El 5 de agosto, Mummery y Burgener llegaron a la base de la cúspide final, “una de las rocas más disuasorias que había visto jamás… lisa, sin agarres”. Tras varios intentos de lanzar una cuerda, Mummery se consideró obligado a escalar la torre by fear means…, o según su concepción “con medios decentes”. En 1888 y 1890, participó en dos expediciones al Cáucaso, donde escaló el Dych Tau (5.204 m.).

En 1895 efectuó un intento pionero de escalada al Nanga Parbat (8.125 m.), viéndose obligado a desistir por encima de los 6.000 m. y encontrando la muerte durante el descenso.

Aun no siendo un escalador en roca, en el más puro sentido de la palabra, Edward Whymper (1840-1911), merece un apartado propio por ser considerado el último protagonista del alpinismo de conquista. Su legendaria ascensión al Cervino (Matterhorn, 4.478 m.) cerró una época, dando paso a la escalada de imaginación y superación. Dicha escalada, realizada el 14 de julio de 1865 con los conocidos resultados trágicos, había estado precedida un mes antes por la primera escalada a la Aiguille Verte (4.122 m.), de menor repercusión, pero posiblemente de mayor dificultad, por el evidente Corredor Whimper. Tras 15 años apartado de la montaña por la polémica, Whymper cerró las últimas décadas del siglo con expediciones a los Andes, entre las que consiguió la primera ascensión al Chimborazo (6.263 m.), precisamente con Jean Antoine Carrel, su gran competidor en el Cervino. Sin retirarse nunca totalmente de la montaña, murió en Chamonix en 1911.

Así pues, el s. XX llega con esta nueva concepción de la escalada y el alpinismo ya anunciada por Mummery. En 1899, Otto Ampferer y Karl Berger, estudiantes de Innsbruck, conquistan el Campanile Basso, última cumbre principal virgen de los Dolomitas, por una vía hoy graduada de IVº, lo que para los medios de la época resultaba una proeza.

Los primeros años del s.XX contemplan un verdadero asedio a algunas paredes e itinerarios ideales. Los medios de aseguramiento siguen siendo precarios, las cuerdas son de cáñamo y los clavos se utilizan de forma ocasional, por lo que el nivel de compromiso es muy alto. El terreno de conquista y exploración se traslada a los macizos asiáticos, donde pioneros como William Martin Conway, Luis Amadeo de Saboya, Duque de los Abruzzos, y Douglas William Freshfield exploran e intentan las primeras ascensiones en el Karakorum, mientras Mathias Zurbriggen, de Macugnaga, hace lo propio en Nueva Zelanda.

El juez austríaco Heinrich Pfannl, que en 1898 había escalado la cara sur del Hochtor (2.369 m.), por una ruta de 800 m. de IVº, consigue en 1900 la arista nordeste de la Dent du Geant sin medios artificiales.

En pleno ambiente de desarrollo técnico de la escalada en roca, llegan al escenario dos de los grandes del momento: el italiano Tita Piaz, de Pozza di Fassa (1879-1948), el “Diablo de las Dolomitas”, y el austríaco Paul Preuss (1866-1913). Ambos protagonizaron agrias polémicas relativas a la utilización de los escasos medios artificiales del momento, las clavijas. Mientras Piaz no desdeñaba el uso habitual de cualquier medio, Preuss defendía: “Si llegas a un punto de la pared que no puedes superar, o te desvías o te bajas, hasta que llegue otro que sea capaz de superarlo en libre”.

En cualquier caso, ambos protagonizaron también hermosas conquistas de itinerarios que aún hoy imponen mucho respeto. A Piaz debemos la escalada a la cara nordeste de la Punta Emma (en honor a la camarera del refugio de Vajolet), en solitario; (300 m., IV+); la oeste del Totenkirchl (450 m. IVº) en el Tirol austríaco, el Campanile Toro, el Piz da Cir o la arista norte de la Torre Winckler. Murió cerca de su hogar a causa de una banal caída en bicicleta.

Paul Preuss

Preuss, por su parte, afirmaba que el uso de técnicas artificiales sólo llegaba a justificarse en caso de una repentina amenaza de peligro, entiende la montaña como un terreno de juego para sentirse puro, y busca radicalmente esa sensación, esa vivencia. Con esa filosofía, su historial alpino es realmente escalofriante: Pared O del Totenkirch en solitario; Pared E del Campanille Basso en solitario; Pared NE del Crozon di Brenta; Doble travesía por 4 vías diversas del Cingle Dita; Travesía en solitario del Sassolungo; Chimenea Preuss a la Piccollisima di Lavaredo; Pic Gambe de la cresta sur de la Aiguille Noire de Peuterey; Cresta sur de la Punta Innominata; Cresta sur de la Aiguille de Savoire; Cresta SE de la Aiguille Blanc de Peuterey. El 3 octubre de 1913 Preuss deja huérfanos a los defensores del libre, al despeñarse en plena ventisca en la cara norte del Mondlkoger.

Las escaladas “imposibles” se suceden. Georg y Franz Steiner trazan una atrevida ruta en la cara sur del Dachstein (800 m., IVº) y el famoso guía de Cortina d’Ampezzo, Angelo Dibona (1879-1956), traza tres itinerarios de gran calidad en el Lavaredo: Dibona a la Cima Grande (550 m., IVº), Roda di Vael (350 m., IVº) y Sass Pordoi (800 m., IVº). En 1910, con Max y Guido Mayer abre una nueva vía en el Bec di Mezdi (Dolomitas de Ampezzo), superando una fisura “dificilísima” (hoy de Vº+) y otra en el Croz dell’Altísimo, considerada por muchos de VIº y hoy de VIIº. En 1911, dibona y su cordada escalan la Ladirererwand, pared que había rechazado a las más prestigiosas cordadas del momento, entre ellas la de Tita Piaz. Dibona ejerció su trabajo de guía hasta 1951, muriendo en Cortina, en 1956.

Dibona en la Cima Grande di Lavaredo

Volviendo a la capital mundial del alpinismo, Chamonix, encontramos un guía que destaca entre esta pléyade de escaladores, se trata de Joseph Ravanel (1869-1931), cuyas vías se integran entre las más prestigiosas en el granito del macizo del Mont Blanc: cara sur del Crocodile y del Peigne, este del Caimán, la Z entre el petit y gran Dru, pero sobre todo, la primera a la Aiguille du Fou.

Simultáneamente, en la capital alpinista suiza, Zermatt, el guía Franz Lochmatter (1878-1933) marca el zenit de la dificultad, tanto en los macizos suizos como en el del Mt. Blanc. Lochmatter marca una época tanto con sus escaladas como con su participación en expediciones extraeuropeas. En compañía del irlandés Valentine Ryan forma una de las cordadas más destacadas de la historia. Ambos escalan la cara este del Grepon (saliendo a la cresta antes de hacer cumbre), la arista noroeste de la Blaitiere, y la arista este de la Aiguille du Plan (550m de IVº y IVº+ sostenido), conocida como “Arista Ryan” y llamada a ser la más difícil de la zona por muchos años. Integrado en una expedición inglesa, intenta el Kamet, en el Himalaya.

Estamos en los albores de la edad de oro del VIº como máxima dificultad. Una nueva generación de escaladores se está preparando para aparecer en el terreno de juego, atraídos por los desafíos de las grandes paredes norte. La escuela de Munich va a proporcionar algunos de los mejores escaladores, pero los italianos y franceses no irán a la zaga. Por otra parte, las mujeres se preparan para aparecer en este mundo, hasta el momento reservado a los hombres, y lo harán a lo grande, como de costumbre. Pero dejamos estas historias para el próximo capítulo, que sin duda resultará apasionante.

Joan Grifoll.

Bibliografía:

  • Héroes del alpinismo (P. Lazzarin y R. Mantovani). Geo Planeta, 2008
  • Vocación alpina (A. Charlet). Desnivel, 2000
  • La conquista del Cervino (E. Whymper). Desnivel, 2002
  • Alpinismo eroico (E. Comici). Stefenelli, 1942
  • La Montaña. Gran enciclopedia ilustrada (VV.AA.). De Agostini, 1983
  • Wiquipedia
2 comentarios en «APUNTES SOBRE LA HISTORIA DE LA ESCALADA Y EL ALPINISMO (I)»

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