El 10 de agosto de 1982, tres alpinistas del Centre Excursionista de València escalaron la cara norte de la Aiguille de Bionnassay, en los Alpes, macizo del Mt Blanc, Chamonix. Tanto la campaña alpina de 1982 como la de 1983 formaban parte de la preparación y entrenamiento para la primera expedición valenciana al Himalaya, que tendría lugar dos años después. Un artículo sobre esta escalada, realizada por Manuel Navas, Nicolás Gil y Joan Grifoll, fue publicado en el número 12 de la revista Guaita del C.E.V., correspondiente a 1983. Hoy tenemos el gusto de reproducir dicho artículo para la Societat Excursionista de València, tal como se publicó en su momento, con los modismos montañeros y el estilo de la época, pero para el que hemos reeditado las fotografías ya que en el artículo original se reproducían en blanco y negro.

Escalada realizada el 10 de agosto de 1982 por Nicolás Gil, Manuel Navas y Joan Grifoll, del Centre Excursionista de València.

La Aiguille du Bionnassay es el reborde del Mont Blanc, poderoso y
ligero, con un eje en Poniente. Su cara NO está formada por un glaciar
que desde la cumbre desciende elegantemente en cascada. Se trata de un
bellísimo recorrido de nieve que, pese a su altura de un millar de metros,
tiene el carácter muy especial de desarrollarse en diagonal, de manera
que se tiene la impresión de estar continuamente en un balcón, lo cual le
da un lado siempre aéreo y en algunos momentos vertiginoso.

GASTON REBUFFAT

Los pies del alpinista pisan firmemente, la nieve helada cruje con un suave chirrido y por la pendiente que conduce a la cima del Dôme du Goûter se deslizan unos pedacitos de hielo, produciendo un tintineo agradable que sirve para desacompasar el martilleo de las sienes.

Al final de la pendiente, un soplo glacial recuerda a este montañero primerizo en los Alpes que se encuentra a más de 4000 m. Amanece, abajo quedó el calor del refugio y más arriba espera la cumbre, el final del esfuerzo. En el refugio del Vallot se ven algunas luces confundiéndose con el amanecer; a la izquierda una suave pendiente se hunde en el negro abismo del valle invitando a un rápido descenso: es el Grand Plateau, pero hay que seguir, lo más duro está superado y tras un corto llano empezaremos “Les Bosses”, hacia la cumbre. De pronto, al mirar hacia la derecha, entre las brumas del alba aparece algo afilado, una cresta y tras ella una cumbre. Hay que detenerse y admirar esta cumbre altiva, hermana menor del coloso al que parece desafiar bajo unas formas estructurales mucho más bellas y orgullosas. El pretexto sirve para descansar unos minutos y mientras tanto los ojos del joven alpinista, protegidos ya por las gafas de altitud, miran el itinerario al que se dirigen y lo comparan con el pico de la derecha: “bueno, el Mont Blanc es más alto”, y sigue subiendo, subiendo; alguna vez vuelve la vista atrás para comprobar con satisfacción que aquella cumbre tan protegida por sus abruptas vertientes queda más abajo y se imagina algún día encaramado a esas glaucas paredes y filos helados, enfrascado en una escalada de cierta dificultad en lugar de caminar por aquel “sendero”. “Pero ahora hay que seguir hasta lo más alto, a eso hemos venido”.

Han pasado algunas horas, el sol parece abofetear la cara, que se inflama, y del cuello del jersey de lana sale un calor asfixiante, pero hemos hecho cumbre, hemos pisado la cabeza de Europa y estamos felices. La vista vuelve a tropezar con aquella fina arista, ahora a la izquierda, y el optimismo de la victoria lleva al montañero a adquirir un compromiso: “En un futuro, la Aiguille de Bionnassay”.

Han pasado diez años y varias campañas en los Alpes. En la parte trasera del refugio de la Tête Rousse nos dedicamos a preparar un vivac lo más confortable posible. Hace frío y del abismo que se abre a nuestra derecha, tan solo a un par de metros de nuestro “dormitorio”, suben unos retazos de niebla amenazadores, pero cuando miramos hacia las cumbres sabemos que mañana el día será claro y despejado.

El guarda del refugio no ha sido muy amable, quería que durmiésemos en el suelo del comedor, pero Manolo y yo recordando noches desagradables en este refugio aconsejamos ese vivac que en cierto modo es una excusa, la verdad es que nos apetece dormir en el hotel de las mil estrellas y abrir de vez en cuando un ojo para vigilar la norte de la Bionnassay, no se vaya a escapar.

El ambiente de la cordada es muy grato. Ya hacía mucho tiempo que no estábamos Manolo, Nico y yo juntos en la montaña y hemos elegido este itinerario para reunirnos de nuevo.

Como siempre, Manolo da el primer toque: “¡Oigan pollos!”. “¡Navo, cállate!”, quisiera quedarme sordo y dormir media vida. Es aún noche cerrada, las tres de la madrugada, y solo con un gran esfuerzo nos ponemos en movimiento. Hace frío.

El descenso hasta el glaciar es más fácil de lo que habíamos imaginado. Nos hemos dividido en dos cordadas porque se nos ha unido un catalán que quería subir en solitario pero “las esquerdas estan molt obertas”. Más tarde lo bautizaremos como “Jordi el silent” por su casi absoluto mutismo.

En la zona de grietas nos encordamos y tras pasar rápidamente por debajo de un serac muy amenazador, tomamos las primeras pendientes.

Vamos muy rápidos al principio y con el amanecer atacamos un resalte vertical de unos doce metros que supone la primera dificultad algo seria. Apagamos las frontales y Nico resuelve el paso recurriendo a ciertos inventos ya que la nieve está muy blanda y no permite aplicar las técnicas del “manual del buen escalador”.

Nico debajo del serac

A continuación tenemos un largo tramo de pendiente más pronunciada, unos 45º, que vamos superando ‘ensamble’, mientras a nuestra izquierda el sol empieza a iluminar el filo de la arista del Goûter, descubriendo un magnífico mar de nubes.
Superamos un par de cortos resaltes de unos 60º para llegar a una zona en la que unas barreras de seracs nos cortan el paso. Parece ser que un poco más abajo nos teníamos que haber desviado a la izquierda para coger una pala helada que sube directamente a la cumbre, pero ahora solo tenemos dos opciones, seguir recto a lo que salga o buscar un acceso lógico. Nico y Jordi suben recto, enfrentándose al serac de enfrente por el que han de superar unos metros de absoluta verticalidad, teniendo que asegurarse con dos tornillos.

Manolo y yo por nuestra parte realizamos una delicada travesía a la derecha, asegurándonos también con tornillos. Al doblar una arista de hielo veo un corredor que sube directo a la cresta cimera. ¡Navo por aquí! Subimos haciendo largos por una pendiente de unos 60º de media y una nieve en pésimas condiciones. A partir del segundo largo vemos a nuestra izquierda a Nico y Jordi que suben por una pendiente similar.

Cuando llegamos a la arista somital el sol ya da en la cumbre. Tomamos un bocado y arrancamos enseguida porque hace mucho frío. Por fin, la cumbre, no sé qué hora es pero estamos hechos polvo. Esta vez no habrá fotos, con la arista que tenemos por delante se nos van las ganas de ceremonias. Nico y Jordi están ya en el baile y solo de verlos quisiera volverme por donde he venido. Los primeros pasos por este filo son tímidos e inseguros, guardando el equilibrio, mirando atrás y meditando cada movimiento. Es una arista muy afilada, en ningún momento caben los dos pies juntos y por lo tanto no puedes clavar el piolet para asegurar el equilibrio. La progresión es muy lenta y al mirar su longitud total se me antoja que pasaremos todo el día en ella.

Canal de salida hacia la arista somital

Proseguimos por esta endiablada cresta, verdadera protagonista de la actividad, y poco a poco vamos ganando seguridad y confianza. Las peores dificultades aparecen cuando el sol, que cae a plomo, pone la nieve completamente sopa; a partir de entonces hay que pararse cada tres pasos y en precario equilibrio sobre un solo pie, dar cariñosos golpecitos en el crampón para desprender los “zuecos” *. Esto es un calvario.

En los últimos 300 m la nieve está ya insoportable, lo que nos hace dejar el filo y bajar un poco a la derecha, sucediendo que a menudo el cuerpo vence la resistencia de la nieve, deslizándonos unos centímetros. Otras veces, al intentar clavar el piolet hasta el fondo, vemos con estupor que hundimos el brazo entero, sacando el mango por la otra vertiente.

Algunas cordadas que van hacia la cumbre desde el Goûter nos obligan a hacer prodigios de equilibrio, pero paulatinamente la cresta va ensanchándose y con el relax psíquico va haciéndose patente un gran cansancio. El ascenso al Dôme du Goûter es un palo, e incluso el descenso hasta el refugio. Una vez en él, nos marcamos una “consumición” (un litro de agua del grifo: 2 francos).

La cumbre, con la Arista de les Bosses y el Mt Blanc al fondo

Nos lanzamos como motos hacia la rocosa arista del Goûter y como la experiencia es maestra y hay más cordadas por allí, nos ponemos los cascos ante la extrañeza de algunos, pero es la tercera vez que me paseo esta “avenida”. Los hados nos dan la razón y en más de una ocasión nos pasan algunos caramelos zumbando; los padrinos roñosos que los tiran escuchan nuestros improperios. Llegando al final, tras un destrepe, encontramos una ‘pasteta’ de sangre en un pañuelo, luego sabremos que era de un alemán que fue a la fiesta sin guardar la etiqueta.

Finalmente llegamos a la famosa travesía del “couloir” **. El cable queda un par de metros por encima de nuestras cabezas y el aspecto no es tan terrorífico, aunque preferimos pasar de uno en uno. Pasa Nico, muy rápido, y cuando está llegando aparece una piedra voladora ¿Quién la ha invitado? Cuando Nico está casi en las rocas, Navo pone el pie en el hielo pero lo quita enseguida, de arriba bajan las amigas de la primera piedra armando jaleo. Yo no las veo, estoy mimetizado con el terreno, pero me parece que bajan diez locomotoras. A mitad de avalancha veo a Nico escondido, asomándose a veces; una piedra, haciendo malabarismos, va directa hacia él, le grito y la esquiva por pelos encaramándose al ‘pedrot’ que lo protege.

Cuando acaba la procesión, Navo y yo empezamos a desfilar, primero él, me tiemblan hasta las pestañas. Cuando me quedan unos diez metros alguien grita que baja un rulo, prefiero no mirar y pongo la “over drive”. Al fin juntos.

Después de este fin de fiesta, el resto del descenso ya no tiene historia, un intento de dormir en una casa junto a la senda, unos borrachos, alguien que se ha perdido, un vivac evocador y un helicóptero que saca a una cordada que se ha bloqueado en la arista. Mañana habrá verdadero descanso, solo queda hacer algunas fotos, coger el tren y el teleférico y arreando al camping para comer, bañarnos en cerveza y … contar cantidad de mentiras, que es lo que procede.

Joan V. Grifoll

* En 1982 no estaba generalizado el uso de los llamados “antiboot”, por lo que se formaban peligrosas acumulaciones de nieve en la suela de las botas, nieve que se pegaba a los crampones formando lo que llamábamos ‘zuecos’ y que había que eliminar golpeando de lado las botas con el mango del piolet para evitar peligrosos resbalones.

** Couloir: palabra francesa para denominar una canal o corredor de nieve. El referido en el artículo es el conocido hoy como “la bolera”, por los numerosos accidentes que producen hoy las caídas de piedras.

2 comentarios en «AIGUILLE DU BIONNASSAY (4.052 m). Cara N.O.»
  1. Puf, se me han puesto los pelos de punta sólo de imaginármelo. Excelente artículo que ha sabido transmitir todo el esfuerzo y la magia de la montaña , claro expresado por unos excelentes montañeros.

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