La generación de oro francoitaliana (Terray, Rebuffat, Lachenal y Cassin) dio paso a un nuevo concepto del alpinismo, un concepto esencialmente técnico en el que las innovaciones en el material y la renovación de sus diseños resultaban imprescindibles para afrontar los nuevos retos. Los desafíos se basaban en la dificultad, en la concepción de rutas cada vez más comprometidas en las mismas paredes en las que ya se abrieron aquellas “primeras” heroicas. Consecuentemente, la tecnificación de la enseñanza se revela fundamental para la formación de las nuevas élites. Se crean escuelas de escalada muy bien dotadas en las que los profesores forman parte de la élite del alpinismo, que ya no se dedica únicamente al guiaje como recurso profesional.

Pero para alcanzar este nivel hubo algunas figuras que enlazaron ambas generaciones, algunos grandes alpinistas que compartieron cuerda con los Lachenal, Terray, Cassin, pero que llegaron a influir decisivamente en los nuevos conceptos de lo que sería el alpinismo moderno, ese alpinismo que trasladó las reglas del juego a las grandes paredes del Himalaya y los Andes, sin variar ese concepto ni las reglas.

Entre estos nuevos protagonistas del mundo vertical encontramos a un viejo conocido, Jean Couzy (1923-1958), compañero de Terray en el Annapurna, el Makalú, el Chacrarraju… Couzy fue el intelectual de su generación. Hombre de éxito en todo lo que se proponía, se licenció como ingeniero aeronáutico a los 19 años y se había iniciado en la montaña siendo adolescente, a los 15 años ya contaba con algunas primeras en los Pirineos. En palabras de Terray, Couzy era un hombre ponderado, amable y conciso, así como un brillante intelectual de amplia cultura, tan apasionado por la metafísica y las artes como por la investigación científica. Su carrera alpinística fue una sucesión de brillantes éxitos desde los Alpes hasta el Himalaya. La Cassin al Lavaredo y la Soldà a la Marmolada fueron sus primeras tarjetas de presentación, en las que revelaba su excepcional talento en la roca, terreno en el que marcó una época encordado con René Desmaison: nuevas vías en la cara oeste del Dru y en la norte de la Aiguille de Peuterey; la “Directísima” a la cara norte del Lavaredo; primera a la Punta Margarita, única aún virgen en la cara norte de las Grandes Jorasses. En 1950 participó en la famosa expedición francesa al Annapurna, en 1956 alcanza con Terray la cumbre del Chomo Lonzo (7.796 m) y en 1955 ambos llegaron a la cumbre del temible Makalu (8.463 m). Cuando una limpia mañana de noviembre de 1958, mientras escalaba una pared virgen del Roc des Bergers, una piedra aislada que le esperaba desde la eternidad, puso fin a su vida ardiente, tenía a sus espaldas una de las carreras de alpinista más magníficas de todos los tiempos. (Lionel terray).

Couzy en la cumbre del Makalu

Pese a no figurar entre la élite de los alpinistas de su momento, hay un nombre que debe incluirse en la nómina de aquellos que escribieron la historia del alpinismo de mediados del s. XX, se trata de Maurice Herzog (1919-2012). Nacido en Lyon y licenciado en economía, sintió la llamada de la montaña desde muy joven, casi un niño, y en su haber se contaban la mayoría de las clásicas del momento, entre un enorme número de actividades de montaña. Era un buen escalador en roca, pero sobre todo un excelente glaciarista y un alpinista muy completo, con una resistencia y un vigor físico excepcionales. Hombre de negocios y oficial de la reserva (alcanzó el grado de capitán luchando en las Fuerzas Francesas del Interior, durante la Segunda Guerra Mundial), Herzog pertenecía al pequeño grupo de alpinistas ilustrados de la época, entre los que también se encontraba Couzy. Todos estos valores, unidos a su gran experiencia en todos los terrenos de montaña, le valieron la designación de jefe de la primera expedición francesa al Himalaya, en la que el propio Herzog, en compañía de Louis Lachenal, alcanzó, el 3 de junio de 1950, la cumbre del Annapurna (8.091 m), el primer “ochomil” de la historia. De Herzog escribió Terray: “Excelente camarada, de carácter flexible y afable, podía presentirse que conseguiría imponer su autoridad sobre muchachos de muy notables personalidades a quienes un jefe demasiado autoritario hubiera molestado. Por otra parte, había sido compañero de cordada de la mayoría de ellos, particularidad ésta que solo podía facilitar su tarea”

Herzog tras descender de la cumbre del Annapurna

El descenso del Annapurna fue terrible. Herzog había perdido sus guantes y ambos bajaban con sus últimas fuerzas. Un despiste cerca del último campamento estuvo a punto de costarles la vida. El drama continuó hasta llegar al campo base, después de haber tenido que vivaquear en una grieta en compañía de Terray y Rebuffat. Ambos, Herzog y Lachenal sufrieron terribles amputaciones como consecuencia de las severas congelaciones que padecieron. A Lachenal le amputaron la totalidad de los dedos de los pies, y a Herzog, la práctica totalidad de los de las manos, lo cual no le amilanó en la vida, en la que triunfó como empresario y como político, llegando a ser ministro de Juventud y Deportes de Francia y posteriormente, alcalde de Chamonix. También como escritor alcanzó un enorme éxito, con títulos como Annapurna, primer 8.000; Grandes aventuras en el Himalaya o la Enciclopedia de la Montaña, de la que fue coordinador.

Tras la conquista del Annapurna, toda la generación de alpinistas de la postguerra europea dirigió su mirada al Himalaya. Por otra parte, la capitalización que hizo Francia de la consecución del primer ochomil hizo que algunos países se “especializaran” en determinadas cumbres. Así sucedió con el Everest, monopolizado por los ingleses con las expediciones de 1921, 1922, 1924, 1933, 1936 y 1951, en esta última fue en la que Eric Shipton vislumbró la posibilidad de intentar la escalada por el glaciar del Khumbu; o con el Nanga Parbat, montaña a la que los alemanes lanzaron su primera expedición en 1932, tras haber fracasado en el Kangchenjunga dos veces, liderada por Willy Merkl, que también lideró la segunda, en 1934, en la que se produjo la primera tragedia con la muerte de cuatro alpinistas, entre ellos Welzembach y el propio Merkl (su cuñado); la tercera tuvo lugar en 1937 y significó la segunda gran tragedia, con la muerte de siete alemanes y nueve sherpas, todos víctimas de una avalancha.

Nanga Parbat

En este estado de cosas, aparece uno de los iconos de la historia del alpinismo, Hermann Buhl (1924-1957), nacido en Innsbruck, ciudad rodeada de montañas, escenario que facilitó su acceso desde adolescente a las mismas, en las que desde muy joven protagonizó notables escaladas en todos sus macizos: Kaisergebirge, Kalkkögen, Karwendelgebirge, Fleishbank y Predigstuhl para confirmarse posteriormente en los Dolomitas, macizo en el que empezó a repetir las vías más prestigiosas…, pero en invierno.

La filosofía de vida de Buhl pasaba indefectiblemente por la montaña, sin importarle el riesgo, la dificultad o la tempestad. Solo la acción, en cualquier circunstancia, era su objetivo primero, siendo algunas de sus escaladas calificadas como “producto de la inconsciencia”. Y todo ello pese a que en sus inicios, tras verse envuelto en un accidente, un ‘visionario’ le dijo: Tendrías que quedarte en casa. En la montaña no pintas nada. De ti no se hará nunca un montañero.

Después de la guerra empieza a escalar en los Alpes Occidentales, afrontando las clásicas de mayor dificultad del Macizo del Mt Blanc y del Eiger, y trazando osados nuevos itinerarios. El espaldarazo que propició sus primeros pasos en el alpinismo de leyenda fue su rapidísima escalada en solitario a la noroeste del Piz Badile (vía Cassin), así como la escalada invernal a la vía Soldà, en la pared sudoeste de la Marmolada, en 1950, o la nocturna a la pared del Watzmann. Pero fue en 1953 cuando la leyenda esculpió con letras de oro el nombre de Hermann Buhl en la historia del alpinismo, precisamente en el Nanga Parbat (8.126 m).

Ese año entró en escena otro mito del himalayismo, pero no precisamente como alpinista, Karl Maria Herrligkoffer, nacido en 1916 en Munich y hermanastro del difunto Willy Merkl, lider del intento de 1934. Herrligkoffer era un hombre polémico al que le costó mucho encontrar alpinistas de primer nivel que quisieran acompañarle. Al principio todo fue bien y en pocos días se montaron cuatro campamentos en la arista del Rakhiot, pero llegó el mal tiempo y Peter Aschembrenner, el jefe de operaciones en altitud, ordenó la retirada, orden que desobedecieron Buhl y Otto Kempter, apoyados por Hans Ertl y Walter Frauenberger. Buhl y Kempter instalaron un campo V el 2 de julio. Desde allí, Buhl, en solitario debido a la retirada de Kempter por agotamiento, alcanzó la cumbre tras superar la Siversattel (silla de plata) y pasar una noche sin saco de dormir, por encima de ochomil metros, con la única ayuda de  una cantimplora de té de coca, un puñado de pastillas de Pervitín, algunas galletas y frutos secos. El descenso se convirtió en una lucha por la vida entre sufrimientos y alucinaciones. Buhl se convirtió así en el primer montañero en hacer una primera ascensión de un ochomil en solitario y sin ayuda de oxígeno.

Hermann Buhl en el Broad Peak

Cuatro años más tarde, en compañía de Kurt Diemberger, Fritz Wintersteller y Marcus Schmuck alcanzó la cumbre del Broad Peak (8.047 m), convirtiéndose así en el único hombre en haber ascendido dos ochomiles. Pocos días después, regresando de un intento al Chogolisa (7.665 m), fue víctima de una caída mortal provocada por la rotura de una cornisa de hielo. Su cuerpo nunca fue encontrado. “En algún punto del glaciar, al pie de la norte, duerme su último sueño”, escribía Kurt Diemberger.

Pese a los logros conseguidos, fue un hombre sencillo que conservó una modestia ejemplar, incluso cuando sus proezas pusieron de rodillas al mundo alpinístico de su tiempo.

Una vez más parecía que los italianos estaban fuera de juego en esta dinámica de grandes montañas y grandes rutas, permaneciendo relegados a los Alpes, pero de nuevo aparecieron grandes alpinistas que desmintieron esta apariencia. Entre ellos hay que destacar a Toni Egger (1926-1959), nacido en Bolzano un 12 de septiembre. A los 13 años, su familia se traslado a Debant (Austria) donde, dos años después empezó a interesarse por las montañas, escalando el Alpenrautenkamin, en las Dolomitas de Lienz. Pero fue después de la guerra cuando, impresionado por la belleza de las Dolomitas (como tantos alpinistas italianos), empezó su meteórica carrera. Con Franz Reinzer escaló la pared norte de la Cima Grande de Lavaredo y con Heini Heinricher, la norte del Roter Turm, siendo considerado en poco tiempo como un genio de la escalada en roca. En 1952, tras haberse sacado el título de guía alpino el año anterior, realizó varias primeras muy prestigiosas en Lienz y, con franco Mantelli, la arista del Furggen al Matterhorn. Entre ese año y 1959, alterna las grandes primeras con las grandes clásicas: Campanile Basso, Cima Ovest de Lavaredo, noroeste del Piz Badile, oeste del Gran Capucin, Spigolo Giallo, cara sur de la Aiguille du Midi, etc.

Egger

En 1957, en una expedición austriaca a Perú, dirigida por Heinrich Klier, consigue junto a Siegfried Jungmair la primera ascensión al Nevado Jirishanca (6.126 m), considerado “El Cervino de los andes”. En 1959, se une a una expedición dirigida por Cesare Maestri al Cerro Torre. Tras equipar el dificilísimo diedro que caracteriza esta escalada, Maestri, Egger y Fava se quedan bloqueados por la tempestad en el nevero triangular, descendiendo Fava a los campamentos inferiores. Seis días después, el 3 de febrero, Fava encuentra a Maestri semienterrado en la nieve. Maestri cuenta que llegaron a la cumbre y Egger fue arrastrado por una avalancha. La cámara que pudo documentar la cumbre fue arrastrada por la avalancha. El cuerpo de Egger no fue encontrado hasta 1974, en el glaciar Torre.

El Cerro Torre

Las dudas y la polémica han ensombrecido esta escalada y hasta hoy no se han resuelto. Parece que una fotografía aportada por Maestri, de los primeros días de escalada, indica que no se encontraban en el Cerro Torre.

Pese a todo, Cesare Maestri (1929), ha mantenido toda su vida que alcanzó la cumbre. Este escalador, nacido en Trento, en una familia de actores, y fogueado en las montañas de Brenta, ha vivido hasta el momento al borde de la polémica, tanto por sus métodos como por su estilo. Autor de varios libros de éxito como ‘2000 metri della nostra vita’ o ‘Y si la vida continúa’, ha realizado unas tres mil ascensiones a lo largo de su vida y ha abierto más de 40 primeras. Su especialidad fue la escalada en solitario, haciendo época en 1953 con la Soldà-Conforto, a la sur de la Marmolada o la vía de la Guide al Crozzon di Brenta, en la que tiró la cuerda al vacío porque “no iba a servirle para nada”. Pero fue en 1970 cuando volvió a escandalizar al mundo del alpinismo al regresar al Cerro Torre con un taladro neumático con el que plantó una gran cantidad de seguros artificiales en los tramos más difíciles de la escalada. El taladro quedó colgado en el diedro durante muchos años, para escarnio de los que lo subieron hasta allí. Maestri fue denostado por gran parte de la comunidad alpinística de la época, que criticaba el uso desmedido de medios artificiales en sus escaladas, especialmente de los pitones de expansión, pese a sus grandísimas escaladas, entre las que también hay que mencionar la vía Egger, la directísima al centro de la Parette Rosa de la Roda di Vael, una mole de 400 m que se desprende del Catinaccio y mira hacia el noroeste sobre el paso de Costalunga.

Cesare Maestri

Para completar el reparto de grandes italianos de la postguerra, antes de llegar a los italianos himalayistas de las grandes e inolvidables hazañas, hay que hacer un apartado para Carlo Mauri (1930-1982). Este notable alpinista, aventurero y explorador italiano nació en Rancio di Lecco, un 25 de marzo, en una familia sin antecedentes alpinísticos ni aventureros. Fue un alumno destacado del gran Riccardo Cassin y sería mucho más conocido si no hubiera compartido sus mejores escaladas con el insigne Walter Bonatti, cuyo nombre eclipsaba merecidamente a todos los que le rodeaban.

Mauri en la cumbre del G-IV

Mauri era una persona intelectualmente completa, firme en sus principios. Cuando publicó episodios de sus viajes en La Domenica del Corriere, no dejó de afirmar su credo antirracista y de criticar a la civilización de los blancos, “quienes a menudo predican la igualdad con aquellos que tienen la piel de un color diferente y luego no pueden soportar la convivencia”.

Con solo 23 años, Mauri, encordado con Bonatti, consiguió la primera invernal a la legendaria cima oeste del Lavaredo y poco después, el primer ascenso en solitario a la ruta de la Poire en el Mt Blanc. Muy pronto empezó con sus expediciones por todo el mundo, fuesen alpinísticas o de otro tipo. En 1955-56, en el curso de una expedición guiada por el célebre Padre Alberto María De Agostini, el «lequés» conquistó, junto con el trentino Clemente Maffei, el Monte Sarmiento (2.187 m), una de las montañas con peor meteorología del planeta. Miembro del «Gruppo Ragni Grignetta di Lecco» (en España conocido como “las arañas negras”), visitó varias veces los Andes Patagónicos, una de ellas para intentar el inexpugnable Cerro Torre, en compañía de Bonatti, y otra para atravesar el Hielo Continental. Pero quizá su mayor éxito alpinístico fue la primera escalada mundial al Gasherbrum IV (7.925 m), en 1958, una vez más en compañía de Walter Bonatti y poco después de regresar ambos de su intento al Cerro Torre. En 1966, en compañía de Casimiro Ferrari, logró la primera escalada al Monte Buckland (1.746 m), en la Cordillera Darwin, de la Tierra del Fuego. Hay que tener en cuenta que la segunda escalada a esta difícil, peligrosa y helada montaña, no llegó hasta el año 2012, a cargo de una cordada alemana.

Como amante de la aventura en todas sus facetas, Mauri participó en 1969 y 1970 en las dos legendarias expediciones, Ra1 y Ra2, organizadas por el noruego Thor Heyerdahl, en las que atravesaron el Atlántico en balsas hechas de papiro. Poco después formó parte de otra expedición en la que atravesaron Asia Central, siguiendo la ruta de Marco Polo. En nuevas y sucesivas expediciones se aventuró en zonas inexploradas de la Patagonia y el Amazonas, y en 1977, nuevamente con Heyerdahl, participó en la Expedición Tigris.

“Il Bigio”, a bordo de una de las embarcaciones Ra

Al regreso de su segundo intento al Cerro Torre, el “Bigio” (su nombre de guerra en las Dolomitas), prometió intentar la escalada cuantas veces fuera necesario hasta alcanzar su cumbre, sin embargo, no pudo hacer realidad el que fue uno de sus más grandes sueños. En 1982, el último de una serie de infartos le alcanzó mientras ascendía el primer tramo de la vía ferrata del Pizzo d’Erna, trocando así, con solo 52 años, una vida consagrada a las grandes aventuras y las grandes montañas.

Pero no podemos cerrar este artículo sobre la entrada en la escena alpinística de los grandes técnicos y maestros de alpinismo sin mencionar al francés René Desmaison (1930-2007), otro de los nombres al que acompañó la polémica a lo largo de su vida de alpinista. Desmaison nació un 14 de abril en Bourdeilles (Dordoña), ciudad que abandonó a la muerte de su madre, para trasladarse a la región de París, donde conoció a Pierre Kohlman, escalando en Fontainebleau. Su vida de vendedor de electrodomésticos, taladros o material deportivo, cambió al conocer al ya mencionado Jean Couzy, que le abrió un mundo nuevo, en el que se convirtió en instructor de la ENSA (École National d’Esqui et Alpinisme), guía de alta montaña y especialista de grandes escaladas invernales en los Alpes y el Himalaya. En 1955, con Couzy, consigue el cuarto ascenso de la oeste del Dru, en 1956, la primera a la arista norte de la Aiguille Noire de Peuterey y un año más tarde, de nuevo la oeste del Dru, pero en invierno. En 1958, esta cordada, que marcó una época rota por la muerte de Couzy, se traslada a las Dolomitas, donde consigue la tercera a la Hasse-Brandler, la directa a la Cima Grande, y ese mismo año, días antes de la muerte de Couzy, consiguen la primera a la Punta Marguerite, en la norte de las Grandes Jorasses.

René Desmaison

En 1959, con Pierre Mazeaud y Pierre Kohlman (protagonistas del drama en el Pilar Central del Frêney), traza la “vía Couzy” a la Cima Ovest del Lavaredo, línea que había imaginado con su malogrado compañero años antes, y en 1963, con Jaques Batkin (“Farine”), completa la segunda invernal a la Walker, pocos días después de la primera de Walter Bonatti y Cosimo Zapelli. Anteriormente, en 1961, protagonizó un agrio enfrentamiento con Chris Bonington y Don Willhans al pie de la Grand Chandelle, durante el primer intento invernal al Frêney.

En 1967, con 32 años, encordado con Robert Flematti, consigue la primera ascensión invernal al terrorífico Pilar Central del Frêney (Mt Blanc), en el que 6 años antes había tenido lugar la tragedia en la que perdió la vida su amigo Pierre Kohlman, entre otros.

En 1971 sigue su relación con la polémica, que se inició en 1966 con el rescate de dos alemanes en el Petit Dru, lo que ocasionó su alejamiento del alpinismo “oficial” al salirse de la ENSA. Este año, a 100 m de finalizar una nueva vía en la Walker, su compañero Serge Gousseault muere de agotamiento a su lado y el propio Desmaison, bloqueado en la pared, aguarda varios días a que llegue el helicóptero de rescate. Desde su cama del hospital acusó al alcalde de Chamonix, Maurice Herzog, y al guía Gerard Devouassoux de no haber querido rescatarle debido a su largo enfrentamiento desde el rescate de los alemanes en el Dru en 1966.

Criticado duramente por el mundo alpinístico francés, y más concretamente el del Valle de Chamonix, por sus frecuentes enfrentamientos con otros escaladores y su relación con las firmas comerciales (que le llevaron en 1968 a acampar en la cumbre del Mt Blanc, luciendo una pancarta comercial en su tienda), Desmaison comienza a alejarse de los Alpes y a frecuentar los Andes a partir de 1976. Entre ese año y 1979, abre dos rutas de gran dificultad en las caras sur y sudoeste del Nevado Huandoy (6.395 m). Con Xavier Chappaz, Michel Arizzi y Alain Vagne, consigue la arista este del Chopicalqui (6.354 m), y ya en 1987, con Christophe Profit y Sylviane Tavernier, la cara sur del Chacraraju (6.108 m) y la sureste del Chopicalqui.

El Jannu (7.710 m)

Resulta evidente que los enfrentamientos y polémicas de este excepcional alpinista francés no ensombrecen uno de los historiales más brillantes de la historia del alpinismo del s. XX, en el que hay que incluir dos expediciones al Himalaya en 1959 y 1962, ambas dirigidas al Jannu (7.710 m), en la segunda de las cuales alcanzó la cumbre con Robert Paragot, Paul Keller y el sherpa Gyaltzen. Un día después lo haría Lionel Terray (jefe de expedición) con Jean Ravier, André Bertrand y Yves Pollet-Villard.

Entre sus deslumbrantes escaladas y las sombras y angustias de sus compañeros desaparecidos en algunas de ellas, Desmaison completó más de mil ascensiones, muchas de ellas de gran dificultad, entre las cuales se cuentan 114 primeras. Sus rutas andinas siguen calificándose de muy duras entre los alpinistas del s. XXI y su elegancia y estilo en la montaña, pese a haber sido un hombre taciturno y de agrio carácter, le avalan para situarlo en la lista de alpinistas legendarios. Además de su legado alpino, dejó 9 películas y 8 libros.

Pero la relación de alpinistas legendarios no acaba aquí, otros nombres completarán ese elenco de grandes figuras de la segunda mitad del s. XX. Entre ellos veremos en próximos capítulos algunos nombres capitales en la historia del alpinismo, como Walter Bonatti, Kurt Diemberger o el regreso del alpinismo inglés a la primera línea con personajes de la talla de Chris Bonington y Doug Scott.

“Quien siente la montaña no necesita explicaciones y mientras existan paredes, agujas y aristas, habrá quien las escale, disfrutando de lo que hace, aunque no comprenda exactamente el por qué”. [Josep Manuel Anglada]

BIBLIOGRAFÍA

  • Héroes del alpinismo (P. Lazzarin y R. Mantovani). GeoPlaneta, 2008.
  • Los conquistadores de lo inútil (L. Terray). RM, 1982
  • Desnivel.com
  • Revistaoxigeno.es
  • Everest (A. Merino). La Esfera de los Libros S.L. 2003
  • Wiquipedia
  • Frêney 1961, la gran tragedia del Mt Blanc (Marco A. Ferrari). Desnivel, 1998

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