APUNTES SOBRE LA HISTORIA DE LA ESCALADA Y EL ALPINISMO (X) – Los polacos, dueños del alpinismo asiático
Joan Grifoll

En capítulos anteriores de esta serie de apuntes vimos las vidas de los dos alpinistas polacos más representativos y que sin duda figuran en la élite del alpinismo histórico mundial: Wanda Rutckiewicz y Jerzy Kuckuzka, pero la nómina de grandísimos alpinistas polacos es mucho mayor, incluyendo nombres como Wielicki o Kurtyka que también figuran entre los mejores de la historia.

Esta generación de grandísimos alpinistas, mujeres y hombres, empezó a brillar poco después de la segunda Guerra Mundial, siendo vistos por algunos autores como personas que buscaban afanosamente un horizonte que las alejara de las terribles penurias de la postguerra, que en Polonia incluía una severa dictadura soviética.

Pero las raíces del alpinismo polaco son mucho más antiguas, aunque poco divulgadas. Ya en los años 20, tras algunas escaladas importantes en el Pamir y el Hindu Kush, y siguiendo la estela de los británicos (Mallory, Norton, Somervell…) y de los italianos (Duque de los Abruzzos), el alpinismo polaco llegó a plantearse expediciones al Everest y el K2, lo que da una muestra del nivel alcanzado.

En la década de los 60, en la que esta élite de alpinistas daba comienzo a sus grandes escaladas en los Tatras y en los Alpes, y miraba hacia el Hindu Kush, la vida de la mayor parte de la población polaca apenas era mejor que durante la guerra. El salario mensual era de unos 3.500 zlotys, unos 35 dólares de la época y además, su divisa era inservible fuera de Polonia.

Los escaladores de esa época que pretendían progresar en el alpinismo, se inscribían en el Club de Montaña de Varsovia, asociación que funcionaba en todo el país, fundada en 1930. Uno de los miembros destacados del Club era Andrzej Zawada, gracias a su gran carisma y sus dotes de organizador, además de su incuestionable capacidad alpinística. Nacido en 1928 en una familia de ascendencia aristocrática, creció entre las montañas de los Tatras y era un apasionado de las expediciones, dentro de un organigrama que él había imaginado alrededor del alpinismo polaco, que se estaba ganando un enorme prestigio internacional por sus escaladas invernales. En 1970, a través del Fondo Himaláyico del Club, organizó una expedición al Pamir, aprovechando sus estudios de geofísica (era ingeniero sismólogo en el Instituto de Geofísica de la Academia Polaca de las Ciencias), y al año siguiente dirigió una revolucionaria expedición al Kunyang Chhis, de 7.852, en el Karakorum, en la que fue uno de los de cumbre, y meses después otra ¡invernal! Al Noshaq (7.492 m), en la que el gobierno afgano, consciente de los peligros inherentes a la estación fría, exigió una carta en la que el Club de Montaña asumiera la responsabilidad de los actos de sus escaladores. En el campo base la temperatura oscilaba alrededor de los 25º bajo cero y por la noche bajaba al menos 10º más. Pese a los grandes obstáculos impuestos por las condiciones meteorológicas, el 12 de febrero, Andrzej y Tadek Piotrowski alcanzaron la cumbre y regresaron a su tienda tras 17 horas de esfuerzo continuado. Una vez allí vieron que los dedos de los pies de Piotrowski estaban congelados, pero habían sido los primeros del mundo en conquistar una cumbre de más de 7.000 m en invierno. Tras el Noshaq, la mente de Zawada bullía de proyectos ¿por qué no un ochomil?

Andrzej Zawada

Pero la voluntad de Zawada como persona y como uno de los mayores representantes del alpinismo polaco le empujaba a ir más allá, quería un ochomil pero en invierno, consciente de que el entrenamiento invernal en los Tatras de la élite del alpinismo polaco era excepcional. Tras un intento fallido al Lhotse (8.516 m), en el invierno de 1974, en que una tempestad les hizo escapar estando ya a 8.250 m, se decidió por el premio gordo: el Everest (8.848 m). En el Lhotse, él mismo y Zyga Heinrich se habían convertido en los primeros seres humanos en superar los 8000 m en invierno.

En 1977 protagonizó la primera escalada a la cara norte del Koh-i-Mandaras (6.631 m).
El gobierno nepalí dudaba de la capacidad de los polacos, por lo que la concesión del permiso para el Everest se demoró hasta 1979, tiempo que Andrzej empleó en una lucha denodada para conseguir financiación. Él sabía que un enorme porcentaje del éxito dependía de contar con un buen material, pero en la Polonia del momento era casi imposible encontrarlo, tuvieron que fabricarle adrede las prendas de plumón y personalmente tuvo que diseñar una bota adecuada para un reto de ese calibre. Pero si alguien podía organizar algo así, era Andrzej Zawada, magnético y carismático, conferenciante conocido, capaz de asombrar a la audiencia con historias fantásticas que galvanizaban a la gente, llegando a interesar al acaudalado filántropo Julian Godlewski.

El viento aulló sin parar durante semanas y las heladas temperaturas erosionaban las fuerzas de los escaladores pese a contar con una bañera de agua caliente en el campo base para recuperarse. Tras un fallido intento a cumbre el 11 de febrero, el propio Zawada tuvo que ponerse en marcha ante la crítica situación ya que casi todos los escaladores sufrían congelaciones. Sobreponiéndose a las fatalidades y a las temperaturas, Krzysztof Wielicki y Leszek Cichy, tras pasar una noche en el Collado Sur a 42º bajo cero, alcanzaron la cumbre a las 14.25 h del día 17. Habían conseguido un récord mundial, pero ambos alpinistas confesaron posteriormente que si no hubiera sido por el liderazgo inspirador de Zawada y por tratarse del Everest, hubieran abandonado semanas antes del día de cumbre.

Pero Andrzej Zawada no había acabado con el Everest, en sus manos tenía otro permiso para la primavera de ese mismo año pero, ¿qué podía plantear tras la hazaña de alcanzar el techo del mundo en invierno? Indudablemente, hacerlo por una ruta nueva. El desafío organizativo volvía a ponerle al máximo rendimiento. El nuevo trazado discurriría en la cara sur, entre el pilar sur y la arista sureste.

Zawada en el Himalaya

Por encima de los 8.000 m, encontraron un muro de roca que Kukuczka calificó de Vº y desde arriba del mismo había que atacar a cumbre. Entre los llamados “Zawada boys”, había nueve escaladores polacos de élite, pero finalmente los elegidos fueron Jurek (Kukuczka) y Andrzej Czok, que alcanzaron la cumbre tras 11 horas de titánicos esfuerzos.

Organizador empedernido e imperturbable en sus objetivos, Zawada ya no concebía intentar ochomiles sino era en invierno. En 1985 le tocó al Cho Oyu (8.201 m) y, naturalmente, por una vía nueva en el pilar sureste, una terrible pared de 2.800 m. En este expedición pactó con Kukuczka una espera para que se integrase en el grupo a su regreso del Dhaulagiri, pese a la oposición de algunos de los “Zawada boys”, que consideraban un privilegio excesivo, pero Andrzej era capaz de ver más allá de esa ascensión y de ese equipo, sabía que Jurek era especial. El 12 de febrero, Maciek Pawlikowski y Maciek Berbeka alcanzaban la cumbre y unos días después lo hacían Jurek y Zyga Heinrich. Andrzej no cabía en sí de contento y en Polonia comenzaba a ser una leyenda. Líder criticado a veces por su obsesión con el invierno y el sufrimiento que hacía pasar a sus escaladores, sabía que la clave de sus logros himalayísticos radicaba en el espíritu de equipo y en que la camaradería prevaleciese sobre la ambición personal.

En 1988 le tocó sacarse la espina del Lhotse, expedición en la que Wielicki alcanzó la cumbre por primera vez en invierno.

Andrzej Zawada dirigió y entusiasmó a toda una generación de alpinistas polacos, les hizo sentirse orgullosos de vencer gigantes del Himalaya en invierno y de ser los mejores del mundo. Fue también autor de libros y películas de alpinismo y Miembro honorario del British Alpine Club, French Groupe de Haute Montagne y el American The Explorers Club.

Su esposa, Anna Milewska se quejó, cuando en el año 2.000 un cáncer se lo llevó tras una corta batalla, de que tras 50 años de grandes escaladas hubiera muerto tan pronto y de esa manera, sin cumplir los sueños de montaña que aún tenía para otros 200 años de vida.

Pero aparte de los organizadores de expediciones como Zawada, Janusz Kurczab o Adam Bilczewski, entre otros muchos, en la élite de la “Edad de oro del himalayismo polaco” se encontraban numerosos alpinistas cuyo nivel les hubiese convertido en estrellas en cualquier otro país. Eran ochomilistas, escaladores de caras norte en invierno en cualquier cordillera del mundo, alpinistas muy duros y muy capacitados técnicamente, como Tadek Piotrowski, Artur Hajzer, Janusz Majer, Wojtek Wróz, Zyga Heinrich, Andrzej Czok, Leszek Cichy, y un largo etcétera, tan largo que un año se llegaron a registrar hasta quince expediciones polacas al Himalaya. Pero tan alto nivel de compromiso, tanta osadía y tanto valor estaba abocado a pagar un alto precio y no fue alto, fue altísimo. La mayoría de estos míticos alpinistas de la edad de oro polaca pagaron con la vida su desbocada carrera hacia la gloria, tantos fueron que en cierto momento los grandes organizadores de expediciones tuvieron verdaderos problemas para juntar un grupo experimentado.

Entre tanto gran alpinista, si hay uno que merezca formar parte de la tríada estelar, junto a Wanda Rutkiewcz y Jurek Kukuczka, ese es Voytek Kurtyka, el llamado “escalador pensador, visionario y filosófico”. Suyos fueron los itinerarios más atrevidos a las caras más difíciles del Himalaya, rutas que escaló junto a los más grandes como Kukuczka, el francés Erhard Loretan o el inglés Alex McIntyre, pero no muchos más, Voytek era hombre de pocos pero grandes amigos y compañeros, no entró en la carrera de los ochomiles, pese a estar muy capacitado, pero su filosofía era otra, siempre concatenada con su intuición y su convicción de que las montañas son lugares sagrados. Sus vías eran de otro tiempo, fruto de su inspiración, hermosos itinerarios por escalofriantes paredes de extrema dificultad y casi siempre con esos pocos compañeros con los que compartía su mística pasión y huyendo de las grandes expediciones que a menudo reclamaban su presencia.

Kurtyka nació en 1947 y vivió su infancia y adolescencia en Breslavia (Wroclaw), en un ambiente culto, propiciado por su padre que, aunque trabajó muchos años como camarero, llegó a ser un escritor de cierto reconocimiento. Desde muy joven, Voytek se reveló como iconoclasta y agnóstico, aunque de mayor admitió que la figura de Jesucristo le inspiró en algunos de sus grandes proyectos.

Igual que Wanda y Jurek, se graduó en ingeniería electrónica e igual que ellos sintió que su vida iba a cambiar cuando se aferró a la roca por primera vez. Al terminar sus estudios, se fue de Breslavia para vivir de su carrera pero los trabajos que desempeñó le parecían vulgares y faltos de todo interés. Necesitaba afrontar y resolver grandes problemas y llenar su vida de un ambiente intelectual.

Zawada en el Himalaya

Durante la década de los 70, su actividad se centraba en vías muy difíciles invernales en los Tatras, Alpes y en Noruega, al tiempo que ponía en marcha un negocio de importación y exportación entre Polonia y Asia, incluyendo Afganistán. En 1972 tuvo su primer contacto con las grandes montañas al ser incluido en un grupo de Cracovia que iba al Hindu Kush, muy frecuentado por los polacos (en 1977, se organizaron 22 expediciones y se ascendieron 102 cumbres, 29 de ellas, primeras ascensiones), con dos sietemiles como objetivo: el Akher Cagh y el Koh-e-Tez. Kurtyka experimentó el alpinismo con campamentos y empezó a comprender que su estilo preferido era el alpino, como en los Alpes y los Tatras. En 1974 y 1977 fue incluido en dos expediciones nacionales, la invernal al Lhotse (8.516 m) y el intento de apertura de una nueva ruta en la arista NE al K2 (8.611 m). En ambas, Voytek constató que el ámbito de las grandes expediciones no iba con él, se encontraba encorsetado por la rigidez de la jerarquización y necesitaba descubrir sus propios caminos.

Poco después del K2, en otra expedición a Afganistán, Voytek conoció a Álex McIntyre, que sería uno de sus grandes compañeros. Con él y con John Porter, abrió una muy difícil y peligrosa vía en la cara NE del Koh-e-Bandaka (6.868 m), de 60 largos, que se consideró una de las escaladas más importantes realizadas en el Himalaya hasta la fecha. Con la misma pareja de británicos y el polaco Krzysztof Zurek, abrió una vía en la cara S del temible Changabang (6.864 m), en el Himalaya del Garhwal, una pared de 1700 m que superaron en un único ataque durmiendo en hamacas o repisas talladas en el hielo durante ocho días. Voytek supo que había encontrado su camino, para él ya no habría más expediciones grandes.

Kurtyka estaba convencido de que en McIntyre había encontrado a su compañero ideal de escalada. Con él compartía la imaginación de las rutas elegidas y una tranquilidad imperturbable ante el peligro, aunque sus personalidades eran muy diferentes, Álex se emborrachaba la noche antes de cada gran escalada con el pretexto de que el alcohol destruía células cerebrales con lo que la falta de oxígeno tendría menos células para destruir. Voytek y Álex dejaron huella en el Himalaya con gestas como la cara E del Dhaulagiri (8.167 m) o los dos intentos a la W del Makalu (8.463 m) (En el segundo participaría también Jurek), siempre en estilo alpino. En 1982, Voytek concibió un proyecto que deseaba compartir con McIntyre y con Kukuczka, la travesía de los Gasherbrum I y II (que dos años después realizaría Messner con Kammerlander), pero al llegar a Delhi y encontrarse con un grupo que volvía del K2, recibió la aciaga noticia de la muerte de Álex en el Annapurna.

Voytek recurrió de nuevo a Kukuczka como compañero de cordada, ambos formaban un dúo casi imparable en el que encajaban las ideas del primero con la fuerza inagotable del segundo: “cuando yo estaba que no podía más de dolor, Jurek empezaba a mostrar algunos síntomas leves de sufrimiento”. Krzysztof Wielicki describió su relación como mágica. El mismo 1982 ascendieron el Broad Peak (8.051 m), sin permiso (ver capítulo IX de esta misma serie) y en 1983 hicieron cumbre en el Gasherbrum II, subiendo y bajando por rutas diferentes y abrieron una nueva ruta al Hidden Peak (8.068 m) (Gasherbrum I), por la arista sur.

Al amparo de una expedición de Janusz Majer, en 1984, la “cordada mágica” realizó otra proeza, fruto de la imaginación de Voytek para concebir nuevas rutas, pero poco valorada en su momento. Otra vez en el Broad Peak, abrieron una nueva ruta en la cara norte del pico norte, siguieron por la arista hasta el pico central y de allí al principal, para bajar por la cara oeste. Algo inimaginable hasta entonces.

Inmediatamente después de esta travesía, la cordada Voytek-Jurek, se separó para siempre a causa de unas diferencias sobre la escalada al Gasherbrum IV (7.925 m) sobre la que primó la carrera por los 14 ochomiles que Jurek mantenía con Messner. La realidad era que a Voytek no le interesaba para nada la competición, su visión de la montaña era puramente mística: “la clásica oposición de la imperiosa necesidad de conservar el pellejo y la necesidad de probar la mortalidad”, y la carrera por los ochomiles era un empeño materialista.

Después de cada gran escalada, el regreso a la vida cotidiana suponía para Voytek un reinicio psíquico, regresaba siempre transformado en una nueva personalidad. Para los himalayistas del momento era un personaje enigmático, alguien que evitaba riesgos pero escalaba las paredes más difíciles del Himalaya. Su historial acabaría incluyendo 13 grandes paredes en el Himalaya, seis de ellas a ochomiles.

Lejos de renunciar a la terrorífica cara oeste del G. IV, la “montaña resplandeciente”, Voytek se obsesionó con esa escalada para la que en 1985 se asoció con el austríaco Robert Schauer y que casi les cuesta la vida. Inmobilizados por una tempestad, tuvieron que afrontar la deshidratación, el hambre, el frío y sobre todo las alucinaciones en las que ambos veían un tercer miembro de la cordada. Ambos habían aceptado la idea de la muerte cuando una ventana de buen tiempo les permitió alcanzar la arista, únicamente a 25 metros de la cumbre, pero solo la utilizaron para descender entre ‘criaturas fantasmas y espejismos brillantes’. Poco después de su regreso, Ewa, su pareja desde hacía 14 años, le abandonó, harta de sus ausencias físicas y mentales.

Cara oeste del Gasherbrum IV. La ruta de Kurtyka y Schauer discurre por el centro de la pared

A finales de los 80, no había ningún país en el mundo que alcanzase el nivel alpinístico de Polonia en el Himalaya. En 1987, Kukuczka había terminado sus 14 ochomiles y dos años después perdía la vida en la cara sur del Lhotse (8.516 m), escalada que había planeado muchos años antes con Voytek. Tres años más tarde, en 1992, era Wanda Rutkiewicz la que perdía la vida en el Kangchenjunga (8.586 m). Únicamente quedaban Kurtyka y Wielicki de la gran élite polaca.

Durante esos años, finales de los 80 y principios de los 90, Voytek continuaba buscando rutas futuristas para sus escaladas en el Himalaya. Tres nuevos intentos al K2 por la cara oeste se sumaron a su desilusión del G. IV, en cambio consiguió un sonado éxito en una vía extremadamente difícil a la Torre del Trango (Karakorum): 1000 m de pared y 29 largos de cuerda, en compañía de Erhard Loretan, con quien solía compartir proyectos tras las muertes de Álex y Jurek. En 1990, con Loretan y Jan Troillet, abrió una nueva vía en la cara suroeste del Cho Oyu (8.201 m) y seis días después, otra en la sur del Sisha Pangma (8.013 m). Estas fueron sus últimas grandes escaladas en el Himalaya, quizá su extrema sensibilidad le advertía de unos síntomas que alcanzan a muchos alpinistas a cierta edad: una gradual pérdida de la sensación de riesgo, que va transformándose en otra sensación de inmortalidad, aunque fue probablemente el nacimiento de su hijo Aleksander la causa principal. Su historial de seguridad, que se ampliaba a sus compañeros de cordada, era impecable y sabía que de seguir en esa línea de escaladas extremas a grandes altitudes, le llevaría a un final trágico, que alcanzó a docenas de compañeros suyos.

La quinta persona que alcanzó la cifra mágica de las 14 cumbres a las montañas más altas de la Tierra, fue Krzysztof Wielicki, posiblemente uno de los que menos propaganda suscitó al alcanzar tan preciado logro. Nacido en 1950, su primer contacto con la montaña, al margen de haberse criado en una zona boscosa de Polonia, fue con los Boy Scouts, con los que inició su aprendizaje básico y a convivir en grupo. Coincidió con Wanda Rutkiewicz en la universidad, en la que ambos estudiaban ingeniería electrónica. Sus primeros tiempos en los ambientes de gran dificultad fueron como escalador de roca, sufriendo sendos accidentes en los que se fracturó tres vértebras en el primero y otro grave en los Dolomitas por el impacto de una piedra en la cabeza, que le destrozó el casco. Se casó joven, al poco de terminar sus estudios, y formó una familia, pero el gusanillo de la montaña le arrastró con sus compañeros a pintar torres y limpiar chimeneas para financiar sus expediciones.

Krzysztof Wielicki

En 1977 se estrena en las grandes cordilleras abriendo una nueva vía, en estilo alpino, en el Koh-e-Shkhawr (7.084 m), Hindu Kush, en compañía de Alek Lwow y Jurek Pietkiewicz. Esta hazaña le valió ser incluido en la expedición invernal al Everest 79/80, que estaba organizando Andrzej Zawada. La noche del 17 de febrero de 1980, Krzysztof Wielicki y Leszek Cichy se encontraban en el Collado Sur, a 42º bajo cero y con congelaciones en los pies sufridas los días anteriores. Era el último día del permiso de escalada y afrontando todos los obstáculos, el principal de los cuales eran las bajísimas temperaturas, a las 14.25 h, alcanzaron la cumbre. El descenso duró tres días en dramáticas condiciones, como era de prever, pero la realidad es que Wielicki y Cichy habían hecho la primera invernal de la historia al Everest en su primera expedición al Himalaya y a un ochomil. Un inicio de carrera realmente prometedor.

El carácter y la personalidad de Krzysztof Wielicki eran absolutamente diferentes a los de los otros grandes, Wanda Rutkiewicz, Vojtek Kurtyka y Jerzy Kukuczka. Mientras estos eran individualistas y con un carácter muy fuerte que se reflejaba en el planteamiento de sus escaladas, Wielicki se encontraba muy a gusto rodeado de compañeros y sus escaladas no suscitaban las polémicas derivadas de las ausencias de permisos o los desencuentros dentro del equipo, aunque también hizo numerosas escaladas en solitario.

Wielicki y Cichy en el Everest

Tras un intento fallido al K2 en 1982, en una expedición de Janusz Kurczab, en 1984 fue incluido en una expedición de Janusz Majer al Broad Peak, en la que también participaban Kukuczka y Kurtyka. Aunque su primera intención fue compartir el proyecto de Jurek y Voytek, finalmente optó por intentar una ascensión relámpago, y lo hizo en 22 horas y 10 minutos, la ascensión más rápida en la historia de los ochomiles y el primer ascenso en un día. Ese era el estilo de Wielicki, la rapidez, aunque como a todas las estrellas del alpinismo, le trajo algunas críticas.

En 1985 le tocó el turno al Kangchenjunga (8.586 m), en una expedición invernal, una vez más, que reunía a algunos de los mejores alpinistas polacos y cuya cumbre alcanzó haciendo cordada con Kukuczka, pero el precio del éxito en este caso fue muy alto, mientras ellos hacían cumbre, Andrejz Czok, uno de los más grandes, que atesoraba cuatro ochomiles en invierno, moría entre los campos III y IV, probablemente a causa de un edema pulmonar.

Aunque algunos alpinistas europeos atribuían las tragedias reiteradas en el alpinismo polaco a un sentimiento de inferioridad que intentaban suplir con esas epopeyas en el Himalaya, lo cierto es que los polacos se creían portadores de las tradiciones de nobleza y coraje, tradiciones que Kurtyka comparaba con las de los samurai japoneses. Krzystof se sentía portador de esos valores, pero reconocía que ese estilo de vida tenía un precio: la familia, lo que él intentó superar cuando se separó, recurriendo a la ‘filosofía del guerrero’.

Como hacían otros grandes, Wielicki se programaba a ochomil por año, aunque algunos años eran dos si había invernal, así en septiembre de 1986 se encontraba con Wanda y con Marcel Rüedi en el Makalu. En el ataque a cumbre con Rüedi y gracias a su proverbial velocidad llegó solo y empezó a bajar antes de que su compañero la alcanzase, lo que le supuso un vivac forzado y sin saco a 8.200. Al día siguiente lo encontraron sentado en la nieve y con las manos en los bastones, muerto. Lejos de desanimarse, pese al dolor y la pesadumbre, Krzystof solicitó un permiso invernal para el Annapurna solo tres meses después, en compañía de Wanda, Jurek y Rysiek Warecki, aunque en este caso la suerte le fue esquiva por no querer abandonar a Wanda y que lo intentase sola. Pese al fracaso, cada vez le gustaban más las invernales en el Himalaya.

La cumbre del Everest

En 1987, una nueva renuncia en el K2, en una expedición de Zawada y un accidente grave en el Baghirati parecían indicar un parón en su carrera ochomilista, pero el 31 de diciembre de 1988 alcanzaba la cumbre del Lhotse (8.516 m), en solitario y embutido en una faja para compensar los traumatismos torácico y medular que arrastraba.

Los 40 le llegaron a Krzystof en plena forma, el 24 de abril de 1990 alcanzaba los 8.167 m del Dhaulagiri y días después, siempre en solitario abrió una nueva vía en su cara este, aunque no llegó a la cumbre porque como él mismo dijo “había traspasado la delgada línea roja”.

Convertido en organizador de sus propias expediciones, en 1992 alcanzó la cumbre del Manaslu (8.163 m) y en 1993 la del Cho Oyu (8.201 m) por una vía parcialmente nueva, y la del Sisha Pangma (8.046 m), en solitario, en 20 horas y por una nueva ruta en su cara sur.  Y completamente desbocado, con una energía inagotable, en 1994 fue el Gasherbrum II (8.035 m), en solitario y el Hidden Peak o G. I (8.068 m), en compañía de Carlos Carsolio.

Con los Gasherbrum, a Krzystof solo le faltaban dos ochomiles para completar los 14, pero uno de ellos era el K2 que ya le había rechazado tres veces por tres rutas diferentes. En 1996 volvió de nuevo, pero esta vez por la vertiente china, siguiendo la ruta japonesa. La montaña estaba en deplorables condiciones a causa de la abundante nieve que ese año había dejado el monzón, pese a lo cual, tres miembros de la expedición, dos italianos y el propio Wielicki, salieron del último campamento, a 7.800 m, hundiéndose hasta la cintura en la nieve, pero con un tesón a toda prueba consiguieron llegar a la cumbre a las 20 h, lo que les obligaba a un vivac sin tienda ni saco de dormir que estuvo a punto de costarles la vida, afortunadamente, los miembros de una expedición rusa les echaron una mano en el descenso. Solo le quedaba el Nanga.

Directamente desde el K2 se dirigió al Nanga Parbat (8.125 m), que a esas alturas de la temporada estaba completamente solitario, incluso una expedición polaca lo había abandonado poco antes de llegar él. Decidido por la vía Kinshofer, aunque sin saber ni por dónde iba, se lanzó montaña arriba para aprovechar la aclimatación conseguida en el K2. Nada fue sencillo, una infección dental le mortificó durante toda la ascensión, pero entre alucinaciones y algún desvarío, el 1 de septiembre, 20 días después de la cumbre del K2, a las 10.30, llegaba a la cumbre de su decimocuarto ochomil. Era la quinta persona que lo conseguía en el mundo y con ello cerraba una época del alpinismo polaco, aunque en su ánimo estaba seguir subiendo montañas, incluso ochomiles, en invierno, por otras vertientes, como fuese, pero seguir unido al Himalaya ya que su único sentimiento al tener los 14 ochomiles era que ‘eso’ ya estaba hecho, pero quedaba mucho más. En 2018 le fue concedido el premio Princesa de Asturias de los Deportes, en compañía de Reinhold Messner.

Krzysztof Wielicki

Hemos relatado en este capítulo la vida alpinística de Zawada, Kurtyka y Wielicki, y en capítulos anteriores lo hicimos con las de Wanda Rutkiewicz y Jerzy Kukuczka, posiblemente los más grandes del alpinismo polaco, pero junto a esas cinco personas se movía toda una pléyade de grandísimos alpinistas que en cualquier otro país hubieran sido de los más grandes ya que muchos de ellos contaban con varios ochomiles, incluso en invierno, pero quedaban detrás de los cinco descritos. Desgraciadamente muchos de ellos pagaron con la vida esa pasión que les llevaba ininterrumpidamente al Himalaya y quizá por ello sean menos recordados. Estamos hablando de Artur Hajzer (seis ochomiles, primera ascensión del Annapurna en invierno, nuevas rutas al Annapurna Este y al Shisha Pangma, muerto en el Gasherbrum I a los 50 años); Tadek Piotrowski (invernales al Trollryggen, Noshaq, Rakaposhi, Distaghil Sar, muerto en el K2 a los 46 años tras haber abierto una durísima vía junto a Kukuczka); Krystyna Palmowska (Broad Peak y Nanga Parbat, aunque participó en numerosas expediciones femeninas al Himalaya); Dobroslawa Wolf (Nanga Parbat, varias expediciones femeninas a ochomiles y escaladas de gran dificultad en los Tatras, fallecida en 1986 en el K2, a los 33 años); Andrzej Czok (cuatro ochomiles en invierno, nueva ruta al Everest, oeste del Makalu, nueva ruta al K2 hasta 8.000 m, fallecido en el Kangchenjunga en invierno); Zyga Heinrich (cuatro ochomiles, uno de ellos en invierno, fallecido en el Everest a los 52 años). Y así la lista sería interminable, aunque plagada de muertes en la montaña, con las que los componentes de la Edad de Oro del Alpinismo Polaco pagaron aquellas décadas en las que nadie dudaba de quiénes estaban en le élite del himalayismo. Posteriormente ha habido otros alpinistas polacos muy destacados, como Piotr Pustelnik, que completo en 2010 los catorce ochomiles, pero nada volverá a ser nunca como lo que protagonizó aquella generación.

“Quien escala las más altas montañas
se ríe de todas las tragedias, de la
escena o de la vida real”

(Friedrich Nietzsche: ‘Así habló Zaratustra’)

BIBLIOGRAFÍA

  • Mi mundo vertical (J. Kukuczka). Desnivel, 2017
  • Escaladores de la libertad (B. McDonald). Desnivel, 2018
  • Primer vencedor de los 14 ochomiles (R. Messner) Desnivel, 1992.
  • K2. El nudo infinito (Kurt Diemberger). Desnivel, 1990.
  • La Corona del Himalaya (Krzysztof Wielicki). Amazon, 2010
  • Revistas Desnivel 341 y 361
  • Wiquipedia.

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