APUNTES SOBRE LA HISTORIA DE LA ESCALADA Y EL ALPINISMO (XI) – ¿y los españoles? (I)
Joan Grifoll
“Ahora se acabó, está sujeto a la tierra, y mientras reanuda su solitario caminar por la húmeda carretera, piensa que ya no volverá a tener entre sus manos una cuerda tensa. ¿Quién como él sabe interpretar los mensajes de este vivo telégrafo de cáñamo que transmite esperanzas, decepciones, ásperas voces de avance, exultantes gritos de triunfo y, a veces, calladas demandas de angustia?
(Del libro “Balada de las montañas”, de José Mª Villalba Ezcay)
Tradicionalmente se atribuye el inicio del alpinismo a la fecha de la primera ascensión al Mont Blanc, en 1786, y de la misma forma, se atribuye el inicio del montañismo español a la primera escalada realizada al Naranjo de Bulnes, el 4 de agosto de 1904, por Don Pedro Pidal, Marqués de Villaviciosa y Gregorio Pérez “El Cainejo”, si bien, en 1521, unos soldados de Hernán Cortés, al mando del capitán Diego de Ordaz, habían alcanzado la cumbre del Popocatepetl (5.426 m), en Méjico, estableciendo un record de altitud que perduraría muchos años.
Antes de 1904 ya se habían alcanzado las cumbres de los principales picos pirenaicos, aunque los conquistadores fueron en su mayor parte franceses, con la aparición de algún alemán e incluso algún ruso, como Platon de Tchihatcheff, uno de los conquistadores del Aneto, en compañía del francés Albert de Franqueville y cuatro guías galos.
En 1913, un grupo de 12 aficionados a los deportes de montaña fundan en Madrid el ‘Club de los Doce Amigos’, que posteriormente sería la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara, con el objetivo de explorar y dar a conocer las montañas españolas; y el 1 de julio de 1922, se constituye la Federación Española de Alpinismo, que luego sería de Montañismo. Antes de todo eso, en 1876, se había fundado el Centre Excursionista de Catalunya, aunque hasta 1904, en que se organiza la Secció d’Esports de Muntanya, se había centrado en actividades culturales, fruto del espíritu la Renaixença y en dar a conocer la rica geografía catalana mediante un excursionismo cultural. De estas entidades y otras que se fueron creando en los primeros años del s. XX (C.E. de la comarca del Bagés, 1905; Sociedad Castellana de Excursiones de Valladolid, 1903; Montañeros de Aragón, 1929; Peña Guara, 1932) irían saliendo los primeros montañeros españoles que pronto empezarían a plantearse actividades de alto nivel, sobre todo en Pirineos, Picos de Europa, Gredos y en los Mallos de Riglos. En 1914 se reúne casi un centenar de montañeros en la cumbre del Ganekogorta (Vizcaya) para fundar el Club Deportivo Bilbao.
En agosto de 1855, los hermanos Juan Manuel y Francisco Manuel de Harreta realizan la primera ascensión española al Aneto y 9 años más tarde, en 1864, uno de los hermanos, Manuel de Harreta, culminó la primera española al Mt Blanc, aunque la primera figura del pirineísmo español puede ser Juli Soler i Santaló (1865-1914) (C.E.C.), promotor de la construcción del refugio de la Renclusa además de poseedor de un extensísimo historial de ascensiones que, junto a las de Emili Juncadella, Lluís Estasen o Jaume Oliveras, pusieron al montañismo catalán en la proa de las actividades pirenaicas.
En los años 30 empiezan a destacar algunos escaladores, sobre todo en roca, pero cuyas actividades se desarrollan exclusivamente en la península ibérica, habrá que esperar algunos años para ver españoles en las paredes alpinas y sobre todo en macizos extraeuropeos.
Entre esos escaladores “peninsulares”, al principio, sobre todo castellanos y catalanes, ya hemos mencionado a Lluís Estasen (1890-1947), pionero en la escalada de dificultad, al que hay que apuntar la primera española a la Cresta de Salenques y las primeras invernales a la Pica d’Estats (3.143 m) y al Pedraforca (2.506 m), y al corredor que lleva su nombre en el Aneto.
Y por parte castellana, destacan Antonio Victory Rojas (1890-1972), autor de numerosas primeras en la Pedriza y en Gredos (en su honor bautizaron con su nombre el refugio de Galayos), presidente de la R.S.E.A. Peñalara, bajo cuyo mandato, en 1930, se fundó el Grupo de Alta Montaña (G.A.M.), que años más tarde adquiriría dimensión nacional (G.A.M.E.), y Julián Delgado Úbeda (1895-1962), primer presidente de la Federación Española de Montaña, promotor de la construcción de numerosos refugios y albergues de montaña, cuyos planos levantaba él mismo (El de la Vega de Urriellu, Naranjo de Bulnes, lleva su nombre), como arquitecto que era, todo ello sin olvidar un dilatado historial de escaladas y ascensiones en Gredos y Pirineos, aunque su macizo favorito siempre fue el de Picos de Europa, de cuya primera guía fue el autor.
No tardarían en aparecer los primeros escaladores de grandes dificultades en roca, entre los que ocupa un lugar de honor Teógenes Díaz Gabin (1907-1990), de Alcázar de Sanjuán, que como ‘peñalaro’ fue el primer presidente del G.A.M. y cuyas primeras siguen exigiendo lo mejor de los escaladores actuales. Entre ellas se cuentan la primera al Torreón de los Galayos, en 1933, junto a Ricardo Rubio; la primera española al Couloir de Gaube, con la variante llamada “salida española”, en 1935, junto a Pepin Folliot y Ángel Tresaco, y un sinfín de primeras en Picos de Europa, La Pedriza y otros macizos españoles. Represaliado por el franquismo tras la guerra civil por haber luchado en el bando republicano, pasó 12 años de trabajos forzados en la construcción del Valle de los Caídos, tras lo cual volvió a la montaña con renovadas fuerzas, consiguiendo entre otras nuevas primeras, la variante Teógenes a la oeste del Naranjo de Bulnes.
Ángel Tresaco (1909-1997) fue el compañero inseparable de Teógenes Diaz en muchas de sus legendarias primeras, como la sur del Pájaro (Pedriza), la sur directa a la Peña Santa de Castilla o la variante a la Y griega del Naranjo, aunque también protagonizó otras, sobre todo en Picos de Europa y Gredos, como la sur y la noroeste al Torreón.
Otros destacados de la época fueron: Ángel Sopeña, Enrique Herreros, José Mª Galilea, Pepín González Folliot, etc.
En Catalunya tuvo gran protagonismo un verdadero precursor de la escalada de dificultad, Ernesto Mallafré (1922-1946) que sin duda hubiese hecho una larga historia si un alud no le hubiese segado la vida con solo 24 años. En tan corta existencia protagonizó numerosas primeras en Montserrat, impensables entonces: “La Nina”, “La Gorra”, “El Rave”, etc., y en Riglos, con una vía adelantada a su tiempo en el Mallo Firé, a su punta más alta, posteriormente bautizada como Punta Mallafré. Fue uno de los fundadores del GAM catalán y miembro del Centre Acadèmic de Escalada (CADE). Perdió la vida bajando en esquís del Monestero (2.870 m) en una actividad invernal. Con todo merecimiento formó parte de la vanguardia del montañismo catalán junto a Mª Antonia Simó (hija de Andreu Nin), su marido Agustín Jolís, Agustín Faus, Jordi Panyella (“Pany”) y Jordi Cassasayas (“Hauss”), entre otros.
Poco más tarde, en Aragón empezaron a aparecer grandes escaladores en roca, una generación que alcanzaba el nivel más alto de una tradición montañera que venía de muy antiguo. Los pioneros de esta generación serán los componentes de la mítica cordada “Serón-Millán”, fundadores del Grupo de Escaladores de Montañeros de Aragón (GEMA). Ángel Serón García (1921-2004), apodado “El flecha” por sus vertiginosos descensos en esquís, es considerado como el escalador del primer sexto grado aragonés, en la Peña Sola, en 1947, con mosquetones de hierro, cuerdas de cáñamo, zapatillas de esparto y sin arneses. Aunque Serón solía ser el cabeza de cuerda, no se le puede separar de Fernando Millán, su compañero en ese primer 6º y en numerosas escaladas en los Mallos de Riglos, Pedraforca, Gredos, Encantats y alguna escapada a los Alpes, por ejemplo para subir el Mt Blanc. Pero quizá uno de los logros montañeros más reconocidos de Serón fue la labor docente que formó a la gran generación de escaladores que revolucionó el montañismo español y consiguió que éste empezase a trascender fronteras, estamos hablando de los hermanos Bescós, Rafael Montaner, Ángel López “Cintero”, Julián Vicente, Pepe Díaz y, como no, los legendarios Rabadá y Navarro.
Alberto Rabadá Sender (1933-1963), es junto a Manolo Bescós, alumno de Serón en un curso de escalada, en el que descubre lo que será la gran pasión de su vida, y poco después ambos conocen a Cintero, con el que forman la primera cordada que empezará a cambiar los parámetros de la escalada aragonesa y española. Suyas son las impensables rutas en los Mallos de Riglos a la Punta Firé, Mallo Herrera, Peña Don Justo, Aguja Roja y la repetición del 6º de Serón a la Peña Sola, así como la primera absoluta al Tornillo. En mayo de 1953 se enteran de que los catalanes han llegado al collado del Puro, lo que les espolea al creer que deben ser los aragoneses los protagonistas esa escalada, que consiguen culminar el 15 de julio de ese año. Lógicamente, sus escaladas incluían rutas de alta montaña en invierno y verano, como la cresta de los Infiernos, la del Bachimaña o la travesía de las puntas del Midi.
Casi todas las escaladas protagonizadas por esta generación (probablemente la mejor de la escalada en roca española) son míticas y de un nivel muy alto, incluso 50 años después: ‘Serón-Millán’ al Mallo Pisón (1957: Rabadá, Montaner, Diaz y Cintero); ‘Edil Peña Don Justo’ (1957: Rabadá, Díaz y J. Vicente); ‘Aguja Roja’ (1957: Rabadá y Cintero); Cara Norte del Pico del Águila (1959: Rabadá, Montaner, Bescós, Díaz y Vicente). Y en 1958 empiezan a añadir escaladas fuera de España como la ‘Montaner-Vicente’ a la Petit Aiguille d’Ansabére o la ‘Bescós Díaz’ a la Grand Aiguille d’Ansabére.
En 1957 aparece en escena el que será gran compañero de Rabadá, Ernesto Navarro Castán (1934-1963) y ambos empiezan a escribir algunas de las páginas más memorables del montañismo español. En mayo de 1959 tiene lugar la primera escalada de la legendaria cordada, se trata de la ‘Vía de los Diedros’ a la Peña Don Justo de Riglos, aunque su consagración como cordada será en 1960, con gestas como la norte del Puro, en Riglos, o la ‘Edil’, en Mezalocha.
En 1961, los nombres de Rabadá y Navarro empiezan a inmortalizarse en vías de enorme trascendencia y dificultad, como el Espolón Félix Méndez al Mallo Firé o el Espolón del Gallinero en el Valle de Ordesa. En Riglos abren la ‘Vía de la Risa’ a la Peña Don Justo con un joven Ursicino Abajo (“Ursi”), que más tarde escribirá nuevas páginas gloriosas en el montañismo aragonés.
En agosto de 1962 Rabadá y Navarro realizan su escalada más prestigiosa en la Península Ibérica, la ‘Rabadá-Navarro’ a la oeste del Naranjo de Bulnes, tras cinco días de titánica lucha con la roca; y en 1963, otra mítica, la ‘Brujas’ al Tozal del Mallo (Valle de Ordesa), esta vez acompañados por Pepe Díaz.
Ese mismo verano de 1963 deciden intentar una escalada cuya única información procede de una revista que cayó en manos de Rabadá y de la que se quedó una fotografía que le suscitaba grandes sueños: la Cara Norte del Eiger, en los Alpes suizos, macizo de la Jungfrau. El 11 de agosto empiezan la escalada y al día siguiente se desata una fuerte tempestad de lluvia y nieve que hace retirarse a una cordada japonesa que les precedía. Dos días después sigue la tempestad y los españoles siguen una lenta progresión por la pared ante el estupor de los observadores del valle que no comprenden por qué no se han retirado. Ante la persistencia del mal tiempo que ocultaba a los aragoneses, tres prestigiosos escaladores españoles: José Antonio y José María Régil, y Ángel Landa intentan el rescate por el flanco oeste y el día 16 lo hacen el americano John Harlin y el italiano Ignacio Piusi, que llegan a distinguir los cuerpos de los españoles en el nevero conocido como ‘La Araña’, al parecer inmóviles. Un helicóptero del servicio aéreo suizo confirma la muerte de ambos escaladores, Alberto Rabadá sentado en el borde superior de La Araña y Ernesto Navarro, colgando de la cuerda unos metros más abajo.
Euskadi sigue la dinámica de otras zonas peninsulares. Tras la huella de pioneros como Indalecio Ojanguren, Antonio Marqués o Juan Planas, irrumpe un verdadero precursor, Andrés Espinosa Etxebarría (1903-1985), que muy joven y afectado por lo que él denominaba “mi fiebre montañera”, recorre todos los macizos y cordilleras peninsulares, efectuando numerosas ascensiones en las que demuestra tener unas cualidades físicas sobresalientes. En 1928 asciende el Picu Urriello (Naranjo de Bulnes), convirtiéndose así en pionero de los escaladores vascos. En 1929 asciende el Mt Blanc y el Cervino, sin haber tenido experiencias previas en recorridos glaciares y en solitario. Poco después inicia sus años de grandes viajes: Egipto y Arabia, con ascensiones al Sinaí y al Yebel Katherin (la montaña más alta de Arabia), terminando el periplo con la ascensión al Kilimanjaro (5.895 m). En 1931 va al Himalaya, aunque solo llega a distinguir a lo lejos el Kangchenjunga, y en 1932 asciende al Toubkal (4.165 m), en el Atlas marroquí. Todas estas hazañas lo encumbran en la élite del montañismo vasco, aunque posteriormente, la escasez económica, la guerra civil y su matrimonio, lo relegan de nuevo a las montañas más próximas a su Amorebieta natal.
Ya inmersos en el montañismo de dificultad, como consecuencia lógica de la semilla de los precursores, aparecen dos míticos montañeros vascos que como en otros casos mencionados, forman una cordada de leyenda, Ángel Landa Bidarte (1935-2020) y Pedro Udaondo Etxebarría (1934-2007), cuya cordada, “Landa-Udaondo” consigue la primera invernal al Urriello (vía Régil) en 1956, la estremecedora Canal del Pájaro Negro a la Peña Santa (Picos de Europa), en 1958, o la primera española al Pilar Bonatti del Dru (Alpes), en 1961, entre un sinfín de escaladas y aperturas. Landa, por su cuenta, consigue la primera a la Sur de los Horcados Rojos, con José Mª Régil, en 1958; la primera invernal a la sur directa de la Torre Santa, en 1961 y es el director técnico de la expedición vasca a la Cordillera Blanca de 1967; el jefe de expedición de la primera española al Everest, la Expedición Tximist, de 1974; y participa en uno de los terribles rescates en la oeste del Naranjo, el de Ortiz y Berrio de 1969. Por su parte, Udaondo abre la prestigiosa vía Cepeda al Naranjo de Bulnes en 1955; escala la vía Ferrari al Alpamayo (5.947 m) y ya pasados los 60 años, la primera a la arista oeste del Cerro Grande (2.750 m), en la Patagonia.
Como es lógico y ya ha pasado en otros capítulos de esta serie, resulta imposible mencionar a todos los montañeros que dejaron huella con sus actividades, teniendo que limitarnos a aquellos más conocidos o cuyas actividades trascendieron a la mayoría de seguidores de la escalada, pero en esta primera serie de alpinistas españoles, hay que reservar un sitio a Venancio López de Ceballos, que con su esposa Andrea Puigdoménech visitó cordilleras y alcanzó cumbres que en ese momento parecían fuera del alcance de la mayoría de alpinistas que se desenvolvían en los círculos habituales. Apoyado en su fortuna personal viajó a lugares impensables en esos momentos para la mayoría de los montañeros españoles. Entre 1968 y 1970 realizaron la “Expedición Transhimalaya”, que tuvo tres fases al dirigirse a tres zonas diferentes. En la primera fase alcanzaron las cumbres del Ararat y Demavend, en la segunda consiguieron dos tresmiles y dos cincomiles y en la tercera, ya en el mismo Himalaya, dos cuatromiles, un cincomil y un seismil, el Inderkila (6.040 m). El regreso, una vez finalizada la expedición, supuso un nuevo proyecto, la “Expedición 5º continente” en la que alcanzaron cumbres en Java y en Bali, y tres más en Nueva Zelanda. En 1971 escalaron el volcán Snaëfells (1.445 m), en Islandia y algunas cumbres menores en Groenlandia.
Con tan prometedores preliminares, el montañismo español llega a los míticos años 60, la década que revolucionó el mundo y cambió sus estructuras y que también dejó su huella en el montañismo. Los alpinistas españoles empiezan a mirar más allá de las fronteras peninsulares, se fijan ya en las grandes cordilleras del mundo y van llegando las grandes expediciones en las que catalanes, castellanos, vascos, asturianos, navarros y valencianos, principalmente, van recortando la ventaja histórica que habían marcado los ingleses, italianos, franceses y alemanes, sobre todo. Y como vimos en capítulos anteriores, otros, como los polacos, entrarían aún más tarde en escena, pero con una fuerza inusitada.
Fueron las generaciones de alpinistas nacidos en las décadas de los 30 y los 40 los que protagonizaron esas hazañas que pusieron el alpinismo español al nivel internacional que se merecía, el mismo que habían alcanzado otros países de gran tradición alpinística muy anterior a la nuestra. Estoy hablando de grandes alpinistas como Josep M. Anglada, Jordi Pons, Francisco Guillamón, Emili Civis, en Catalunya; Carlos Muñoz Repiso, César Pérez de Tudela, Carlos Soria, Salvador Rivas, en Madrid; Miguel Gómez Sánchez, en Valencia y también organizadores de grandes expediciones como Gregorio Áriz, Jaime García Orts, Josep Mª Monfort, etc…
Será con esta generación con la que trabajaremos en el próximo capítulo.
Joan Grifoll
BIBLIOGRAFÍA
- Alpinismo español en el mundo (José Mª Azpiazu Aldalur). RM, 1980
- El Naranjo de Bulnes. ‘Un siglo de escaladas’ (Isidoro Rodríguez Cubillas). Desnivel, 2000
- Rabadá-Navarro. ‘Su vida, su técnica y sus vías actualizadas’ (Alberto Planas y David Planas). Editorial Barrabés, 2002.
- La conquista del Pirineo (Marcos Feliu). Sua Edizioak, 1999
- Espíritu y técnica de la montaña (A. Jolís, M.A. Simó y A. Faus). Ed. Hispano Europea, 1973.
- Wiquipedia.