Aunque existen antecedentes muy antiguos de ascensiones a algunas montañas de forma circunstancial y con objetivos generalmente militares o religiosos, como la ascensión de Petrarca al Mont Ventoux (1912 m), el 26 de abril de 1336; en los manuales de historia del alpinismo se data el nacimiento del montañismo el 8 de agosto de 1786, fecha en la que Jacques Balmat y el Doctor Michel Gabriel Paccard alcanzaron la cumbre del Mt. Blanc. Balmat era un joven campesino del valle de Chamonix que, movido por alicientes económicos y por el desafío que suponía el intento de llegar a la cumbre de la montaña más venerada de Europa, acompañó al Dr. Paccard siguiendo una ruta de la que ya conocía la parte inferior, la montaña de la Côte. Sin tratarse de una acción profesional, Balmat fue calificado como el guía de la ascensión y el creador de la profesión de guía, lo que empareja el nacimiento del montañismo con el de la actividad de guía de montaña, que años después alcanzaría esa profesionalización a nivel colectivo.
Otra versión histórica ubica el nacimiento de la profesión en los llamados “marrons”, porteadores que acompañaban a los viajeros, comerciantes o peregrinos en la travesía del puerto del Gran San Bernardo, entre el valle de Aosta y el Valais.
Un año después, Horace Bénédict de Saussure, con la finalidad de calcular la altitud de la montaña, contrató a 18 hombres del valle, uno de los cuales fue Jacques Balmat, para que ejercieran el papel de guías y porteadores, alcanzando la cumbre el 3 de agosto de 1787.
La alta montaña estaba envuelta hace siglos en un halo de misterio y de leyenda, favorecida entre otras cosas por la dificultad que entrañaba su acceso.
Pese a que hubo que esperar muchos años para que cristalizara en Europa la idea de seguir la huella de los precursores y de intentar otras cumbres, resulta patente que el alpinismo no nació ni se desarrolló sin que los guías de montaña tomasen en él parte activa. La conquista de las grandes cimas alpinas estuvo subordinada durante más de un siglo a los pactos entre los escaladores y los guías del valle. Personajes como Edward Whymper (1840-1911), Albert Mummery (1855-1895), Hermann von Barth (1845-1876), Emil Zsigmondy (1861-1885), etc., a los que se atañe la fundación del alpinismo moderno, desarrollaban gran parte de sus actividades acompañados de guías que ya ejercían la labor como profesionales, aunque la mayoría necesitaba combinar su trabajo de guías con algún otro, pese a que ya había nacido el turismo de montaña a principios del s. XIX, lo que les proporcionaba un número considerable de clientes.
La revolución industrial daba origen a una burguesía interesada en los viajes y los conocimientos. La mejora de las posadas de montaña, la aparición de los primeros cuerpos de guías auténticos, el desarrollo de las vías férreas, todo ello contribuía a crear un clima favorable no solo para una frecuentación más provechosa de los altos valles, sino también para empresas alpinas de más importancia. Los primeros guías alpinos procedían de las filas de los “cristalliers” (buscadores de cristales preciosos) o de los cazadores de gamos.
Como ejemplo de las actuaciones de los guías de montaña, cuya cuna debemos de ubicar en Chamonix (en 1821 se constituyó la primera sociedad de guías alpinos), tenemos la ascensión organizada en 1856 por el conde Fernando de Bouillé a la entonces virgen Aiguille du Midi (3.852 m), con la finalidad de colocar en su cumbre el estandarte blanco del rey de Francia, Napoleón III. Para ello, el Sr. de Bouillé contrató un grupo de 6 guías y 3 porteadores. Ante las dificultades de la arista final, los dos guías jefes, Simond y Devouassoud (apellidos que cien años después ocuparían lugares de honor entre los guías de Chamonix), asumieron la responsabilidad y llegaron a la cumbre e instalaron el estandarte. El propio emperador, impulsado por una gran admiración, agradeció públicamente la labor de los guías.
En la vertiente italiana, la primera sociedad de guías se constituyó en Courmayeur, en 1850, y ese mismo año, la primera suiza en Zermatt
Fue a mediados del s. XIX cuando la primera generación de grandes guías de montaña alcanzó gran fama y renombre, guías que habían elevado muy por encima el nivel más bien bajo de los primeros campesinos que habían concebido la lucrativa idea de dedicarse a acompañar a los turistas. A nivel internacional fueron los guías que acompañaron a los conquistadores de cumbres históricas, como Christian Almer (1826-1897) y Franz Biener, cuando alcanzaron la cumbre de la Aiguille Verte (4.196 m), acompañando a Edward Whymper el 29 de junio de 1865. También acompañando a Whymper, Michel Croz conquistó el Cervino el 14 de julio de 1865 en compañía de otros dos guías, Peter Taugwalder padre e hijo. Y en los anteriores intentos fue otro guía, del valle de Aosta, Jean Antoine Carrel (1829-1890), el que encabezaba los intentos de Whymper. Eran estas hazañas las que llevaban a la prensa los nombres de esta generación de guías, especialmente si había alguna desgracia, como la de Croz, que falleció al descender de la cumbre del Cervino junto a tres de los clientes: Charles Hudson, Francis Douglas y Robert Hadow.
Pero otros guías del s. XIX alcanzaron la fama únicamente en el ambiente alpinístico:
Michel Auguste Croz (1830 – 1865) fue uno de los guías de más renombre en su momento. Empezó su carrera de guía a los 29 años en Chamonix, donde había nacido, y pronto alcanzó un considerable prestigio, que le proporcionaba clientes como Whymper, Horace Walker o W. Moore, con los que efectuaba primeras ascensiones de cumbres significativas, como la Grande Casse, la Barre des Écrins o l’Aiguille d’Argentière. Aquel prestigio devino tras su muerte en la aplicación de nombres conmemorativos como el Espolón Croz (Norte de las Grandes Jorasses), o la Avenida Michel Croz, en el mismo Chamonix.
“Mis amigos habían tenido el acierto de contratar como guía a Christian Almer, de Grindelwald. Reunir a Croz y Almer era un golpe maestro. Ambos estaban en la edad mejor, dotados de una fuerza y una energía muy por encima de la media común; su valor y su ánimo eran igualmente indiscutibles. El carácter de Almer era de los que nada rechazan; intrépido pero seguro, siempre se le encontraba lleno de paciencia y de cortesía. Lo que le faltaba de vivacidad e impulso lo poseía Croz, que a su vez era moderado por Almer. Es agradable recordar con qué conmovedora armonía se entendían ambos”.
Edward Whymper
Michael Innerkofler (1844-1888), siendo guía de montaña profesional, también contribuyó con espectaculares primeras, inconcebibles para el momento, como las de las cimas Piccola y Oeste del Lavaredo, en compañía de su hermano Johann Jakob. Innerkofler perdió la vida en el Monte Cristallo, mientras trabajaba como guía, al romperse un puente de nieve sobre una grieta.
En el Valle de Aosta destacan los nombres de Jean Antoine Carrel (1829-1890), apodado “Il bersagliere”, guía de Valtournanche; Jean-Joseph Maquignaz (1829-1890) y Émile Rey, de Courmayeur (1846-1895), que desde su profesión de guías, se asociaban con los mejores escaladores para conseguir memorables escaladas.En los Alpes suizos, en esos mismos años, destacan otros guías que cuando no trabajaban iban a la montaña de forma independiente para enfrentarse a los más osados desafíos del momento. Hombres como Christian Almer, de Grindelwald (1826-1897) (primera ascensión a la Aiguille Verte con Whymper (29/6/1865), Alexander Burgener (1846-1910), o Melchior Anderegg (1827-1914), de Grimsel, una de cuyas hazañas fue la ascensión al Mt. Blanc por el Espolón de la Brenva.Las estaciones de alpinismo: Chamonix, Zermatt, Grindelwald, La Bérarde…, son ahora lugares de citas, donde los guías esperan a los visitantes, cuyo número aumenta cada día y que llegan como apasionados o como curiosos. La frecuencia de los accidentes, la superación de pasos considerados imposibles, las experiencias con los clientes, etc., crean entre los guías una relación basada en la transmisión de experiencias, lo que eleva su profesionalidad y su prestigio, hasta el punto de que la homologación de itinerarios por las compañías de guías adquiere un gran peso comercial.
En 1858, una familia suiza residente en Saas Fee se trasladó a Macugnaga, en la vertiente italiana del Monte Rosa, huyendo de la pobreza que les acosaba en su valle. En la travesía llevaban en una canasta a su hijo de dos años, que con el tiempo llegaría a ser otro famoso guía suizo: Matthias Zurbriggen (1856-1917).
Tras haber ejercido diversos oficios, Matthias se convirtió en guía alpino, siendo buen conocedor del Monte Rosa y del Cervino, montañas vecinas del lugar en que se crió. En compañía de Emile Rey y del alpinista Luigi Vaccaroni, protagonizó grandes hazañas. En 1892 participó en la expedición de Martin Conway al Karakorum. En 1894 acompañó a Fitzgerald a Nueva Zelanda, donde realizó primeras ascensiones a los montes Sealy, Tasman, Haidinger y Sefton, además de trazar en solitario una nueva vía al Monte Cook. A mediados de enero abordaron el monte Sefton, el “Cervino de Nueva Zelanda”, todavía virgen. A la luz de la luna ascendieron un glaciar con muchas dificultades, donde Zurbriggen dio muestras de sus extraordinarias dotes de guía. Después abordaron rocas verticales e inestables donde Fitzgerald, en equilibrio sobre un solo apoyo, sufrió el desprendimiento de una roca que le embistió, lanzándolo al vacío. El guía detuvo la caída del cliente que se había precipitado cabeza abajo, consiguiendo después que volvieran a reunirse. Finalmente, utilizando una cuerda de repuesto que llevaban, ambos alcanzaron la cima.
Dos años después, de nuevo con Fitgerald, fue a los Andes, donde conquistó el Aconcagua. Posteriormente, acompañando a la familia Bullock-Workmann, regresó en dos ocasiones al Karakorum, y con otros clientes, otra vez a Nueva Zelanda, a Uzbekistán, etc… Con la edad, su vida fue cambiando, cada vez estaba menos capacitado para protagonizar nuevas aventuras. Solo y destrozado por el alcohol, Matthias se suicidó en Ginebra en 1917.
Otro de los más famosos guías de aquella época fue el suizo Franz Lochmatter (1878-1933), nacido en San Nicolás, hijo de un guía muy apreciado, José María Lochmatter, que falleció en la montaña con su hijo mayor y su cliente, al igual que gran parte de los hermanos y primos de Franz, lo que demuestra el elevado riesgo de la profesión de guía de montaña en aquellos tiempos.
Años antes de obtener el título de guía ya se hablaba de Lochmatter con gran admiración y afecto, gracias a sus memorables escaladas, muchas de ellas en compañía de otro conocido guía, José Knubel; y por su cooperación como segundo guía en numerosas actividades.
Cuando obtuvo su título de guía, en 1906, Edward Davidson, el alpinista más crítico del momento, escribió esto en prensa: “Puede confirmarse que en la actualidad no existe ningún hombre que le aventaje en la roca. Si su talento para esta clase de escaladas ha desviado tal vez la atención de su gran valor sobre el hielo, ello no quiere decir que no sobresalga también en éste como en los demás aspectos secundarios de la profesión de guía”.
Durante las primeras temporadas como guía, acompañando en muchas ocasiones a alpinistas de alto nivel, y compartiendo el guiaje a menudo con su hermano José, efectuaron una larga serie de primeras ascensiones a cumbres vírgenes o nuevas rutas a las cumbres más deseadas, como las Agujas de Chamonix, la Verte, el Monte Rosa, el Dent d’Herens, etc., marcando el zenit de la dificultad, tanto en los macizos suizos como en el del Mt. Blanc.
Como la mayoría de los guías de montaña, cuando Franz no tenía clientes, en compañía del irlandés Valentine Ryan formó una de las cordadas más destacadas de la historia. Ambos escalaron la cara este del Grepon (saliendo a la cresta antes de hacer cumbre), la arista noroeste de la Blaitiere, y la arista este de la Aiguille du Plan (550m de IV y IV+ sostenido), conocida como “Arista Ryan” y llamada a ser la más difícil de la zona por muchos años.
Los años de la Guerra Europea trastornaron los planes y la profesión de todos los guías, retomando su trabajo al llegar la paz de forma muy diferente. En 1919, Lochmatter empezó una larga relación con el Sr. y la Sra. Visser Hooft, clientes que le llevaron a trabajar a lejanas cordilleras. En 1922 fue el guía y organizador de la primera expedición holandesa al Karakorum. En 1925 al Hindu Kush y al Karakorum. En 1929 y 1930, nuevas expediciones como guía al Himalaya, Kun-Lun, Karakorum y Turquestán Chino. En una crónica de sus expediciones, la Sra. Visser Hooft se refería así a su guía: “Hemos logrado explorar con éxito grandes espacios desconocidos de la región montañosa más difícil y peligrosa del mundo entero. Las espléndidas cualidades alpinísticas de Franz son más brillantes que nunca; hemos explorado numerosos glaciares y ascendido a innumerables cumbres. El gran valor de Franz hace de él el más encantador de los compañeros”. En general, sus clientes valoraban especialmente que siempre renunciase a su seguridad para garantizar la de ellos.
El 17 de agosto de 1933, pereció Franz en el Weisshorn mientras bajaba con un cliente por la ruta normal. La cuerda, helada, cedió en el momento que la cogió para deslizarse, arrastrando también a su cliente, Hermann Hotz.
En Italia, uno de los más famosos guías del momento fue guía de Cortina d’Ampezzo, Angelo Dibona (1879-1956), nieto de otro gran guía, Angelo Dimai (1820-1874). Hizo su aprendizaje en Innsbruck como träger (porteador) y en julio de 1.907 obtuvo el certificado de guía alpino del Deutsch-Österreichischer Alpenverein.
Entre sus grandes hazañas alpinísticas trazó tres itinerarios de gran calidad en el Lavaredo: Dibona a la Cima Grande (550 m., IV), Roda di Vael (350 m., IV) y Sass Pordoi (800 m., IV). En 1910, con Max y Guido Mayer abrió una nueva vía en el Bec di Mezdi (Dolomitas d’Ampezzo), superando una fisura “dificilísima” (hoy de V+) y otra en el Croz dell’Altísimo, considerada por muchos de VI y hoy de VII. En 1911, Dibona y su cordada escalaron la Ladirererwand, pared que había rechazado a las más prestigiosas cordadas del momento, entre ellas la de Tita Piaz. Y uno de sus más habituales clientes fue el príncipe Alberto de Bélgica.
Dibona ejerció su trabajo de guía hasta 1951, muriendo en Cortina, en 1956.
Los conocimientos que se tienen hoy en día de los guías de montaña y de la mayoría de los alpinistas, son sus historiales de escaladas y cumbres alcanzadas, lo que aún resulta más habitual entre aquellos nacidos en el s. XIX. Poco sabemos de sus vidas porque no suele detallarse en los libros antiguos y sobre todo porque en aquella época eran muy pocos los alpinistas que escribían sus biografías.
Uno de los pocos de los que conocemos algo de su vida es el célebre François Devouassoud (1832-1905), uno de los antecesores de la histórica comunidad de guías de Chamonix. Nacido en el caserío de Barats (Chamonix) en el seno de una familia de campesinos, abandonó el campo a los 12 años para irse a estudiar a la población de Sallanches. A los dos años, terminados los estudios primarios, fue trasladado a Bonneville, donde estudió latín, historia y geografía, siendo uno de los mejores alumnos de su promoción, lo que le llevó a ser maestro en la escuela de Chamonix.
Como genuino chamoniard, evidentemente practicaba la escalada, y sus cualidades como alpinista y su simpatía atrajeron a numerosos alpinistas de otros países, lo que le llevó a formarse como guía a los 17 años. En 1852 comenzó su gran carrera de guía, que duraría 40 años, llegando a conseguir más de 50 nuevas rutas, la mayoría de ellas como guía del conocido Douglas W. Freshfield. Entre aquellas primeras hubo dos famosas en los Alpes italianos, la arista del Gran Sasso y la cara este del Rosengarten Spitze, en los Dolomitas, y su fama le facilitó el acceso a otros macizos, en los que también consiguió grandes hazañas, como la primera al Kazbec (5.300 m) y a la cumbre S.E. del Elbruz (5.900 m), en el Cáucaso, donde encabezaba expediciones de alpinistas ingleses.
Casi ningún guía de la época se libró de afrontar situaciones dramáticas en las que peligraba la vida de sus clientes y en muchos casos también la suya. Los anales del alpinismo registran tres situaciones en las que la serenidad, maestría y rapidez de decisión de Devouassoud resultaron decisivas: en el Piz Saint Michel salvó la vida de su cliente W. Coolidge en una caída provocada por una caída de piedras que les destrozó la cuerda; en el Cervino salvó la de J.H. Wainewright en el inició de una caída al abismo de la cara W; y en l’Aiguille d’Argentiére salvó a su cliente F. Pollock y al segundo guía P. Rubi de un resbalón en la pendiente helada, en la que tuvo que subirlos a la fuerza tras la caída. El epitafio de su tumba, en Chamonix, habla de un guía sagaz e indomable y de una persona íntegra y muy amable.
Volviendo a la capital mundial del alpinismo, Chamonix, encontramos un guía que destaca entre esta pléyade de escaladores, se trata de Joseph Ravanel (1869-1931), cuyas vías se integran entre las más prestigiosas en el granito del macizo del Mont Blanc: cara sur de las agujas del Crocodile y del Peigne, este del Caimán, la Z entre el petit y gran Dru, Aiguille du Jardin, pero sobre todo, la primera a la Aiguille du Fou y a la Aiguille Ravanel, en Les Courtes. La mayoría de estas ‘primeras’ las hizo acompañado de su hermano Jean y su cliente Emile Fontaine.
Ravanel era conocido como “Le rouge” (el rojo), debido al color de su pelo, y a lo largo de la historia ha sido considerado como uno de los guías más grandes de Chamonix. Nació cerca de Argentière, siendo el primero de nueve hermanos, y durante su infancia como campesino, se dedicaba a cuidar el ganado y a recoger el heno. Su padre, Michel Ravanel, que también era guía de montaña, lo llevaba a menudo como porteador, lo que fue conformando su enseñanza hasta que a los 27 años se unió a los guías de Chamonix, al igual que sus tres hermanos Jean, Camille y Alfred, y luego su hijo Arthur.
En 1903 la práctica del esquí ya llevaba más de 10 años en el valle, lo que propició que Ravanel fuera el primero en hacer la famosa travesía Chamonix-Zermatt, junto a sus compañeros Couttet, Payot y Simond. Y uno de sus clientes, cuando era joven fue Roger Frison Roche, que de mayor sería también guía de Chamonix, lo que propició que en una de sus primeras novelas, “El primero de la cuerda” situara como uno de los protagonistas a Ravanel ‘el rojo’.
Otro de los clientes fundamentales de Ravanel fue el que después sería rey, Alberto I de Bélgica, lo que le propició otro seudónimo: “Rey de guías y guía de reyes”. En 1926, cuando ya menguaba su capacidad alpinística, fue nombrado junto a su esposa guardián del refugio del Couvercle, al pie de la vertiente meridional de l’Aiguille Verte, trabajo que desempeñó hasta su fallecimiento, en 1931, a causa de una infección pulmonar.
La relación de algunos guías con sus clientes había motivado la creación de equipos alpinísticos que conseguían conquistar paredes, cumbres o itinerarios considerados imposibles hasta el momento. Esa asociación del guía con el cliente era vinculada por una conjunción de gustos y desafíos, y con frecuencia con una amistad que nunca se destruiría: Mummery y Burgener, Coolidge y los Almer, Güssfeldt y Emile rey, Moore y Anderegg, Farrar y Maquignaz, Auguste Reynier y los Rodier, E. Fontaine y los Ravanel, entre otros, alcanzaban la celebridad gracias a sus conquistas.
Hasta 1914, inicio de la I Guerra Mundial, la historia de la conquista de las montañas se confunde totalmente con la historia de los guías, no obstante, desde 1919, como hemos visto que le sucedió a Lochmatter, las tendencias empiezan a cambiar, se dibuja una nueva tendencia del alpinismo en la que algunos alpinistas no se someten a la costumbre de acudir a los servicios de un profesional. El alpinismo sin guía se presenta al principio como un encanto suplementario que debe de desarrollar la confianza en sí mismo y con el tiempo empiezan a rivalizar con los mejores profesionales. Esta tendencia del protagonismo autónomo de algunos alpinistas, promueve la creación de grupos de montañeros, como el grupo de alta montaña creado en 1919 dentro del Club Alpino Francés. Al mismo tiempo, esta tendencia conlleva también un desmesurado aumento de los aficionados a la montaña, lo que mantiene la profesión de los guías en un lugar preferente dentro del mundo del alpinismo, sobre todo en materia de seguridad.
Siguiendo la estela profesional de guías de nombres con reconocimiento internacional, entre finales del s. XIX y principios del XX, van apareciendo en Chamonix generaciones de guías que ensalzan un elitismo en el mundo alpinístico, circunstancia que eleva a su Compañía de Guías a la cúspide de la profesión.
Estamos hablando de nombres como:
Alfred Couttet (1889-1974) fue conocido como el guía más rápido de Chamonix al haber subido al Mt Blanc en invierno en solo 12 horas, pero además realizó muchas nuevas ascensiones en su macizo, como el Doigt de l’Etala y el Capucin du Requin. Fue campeón de Francia de esquí de fondo en 1909, 1913 y 1914.
Nacido en la aldea de Rebats, muy cerca de Chamonix, empezó a esquiar a los 7 años y a los 20 creó la primera escuela de esquí del valle. Como escalador particular desarrolló actividades en los Tatras, Sierra Nevada y sobre todo en los Dolomitas. Como uno de los mejores escaladores en roca de su época, protagonizó innovaciones en cuanto al material, introduciendo el uso de pitones, mosquetones (fabricados por Simond) y zapatillas de escalada; y junto a Frison Roche estableció la pared de Les Gaillands como escuela de escalada de Chamonix.
Armand Charlet (1900-1975) fue uno de los guías más representativos del s. XX. Les Aiguilles du Diable eran su terreno preferido, a las que subió más de 100 veces y abrió 7 nuevas rutas (la primera en 1928) y una de sus primeras más prestigiosas fue el corredor Couturier, en la cara norte de la Aiguille Verte, junto a M. Couturier y J. Simond. En 1942 protagonizó la película “À l’assaut des Aiguilles du Diable”, dirigida por Marcel Ichac.
Nieto de guías, Michel Charlet (abuelo paterno) y Ambroise Ravanel (abuelo materno) y sobrino-nieto de otros dos guías de gran renombre: Joseph y Gaspard Simond, hijos del gran Louis Simond; Armand nació en Argentière, empezando sus actividades montañeras con su padre, que no era guía per sí buen alpinista. A los 19 años, su padre lo inscribió, junto a su hermano Georges, en la Oficina de Guías de Argentière para iniciarlos en el oficio, siendo registrados como aspirantes. Tras el servicio militar en la brigada de alta montaña, el 8 de mayo de 1924 se presentó al examen para ser nombrado guía, luciendo desde ese momento con mucho orgullo la insignia de guía de Chamonix.
Combinando su trabajo de guía con actividades personales, muchas de ellas con su hermano Georges, Armand fue consolidando un gran prestigio que lo situó como el máximo exponente mundial del momento de la escalada en hielo, en cuya técnica introdujo innovaciones de gran trascendencia en cuanto al cramponaje y el uso del piolet, técnicas conocidas durante decenas de años como “técnicas Charlet”. Entre estas actividades cabe destacar dos intentos a la cara norte de las Grandes Jorasses.
Como culminación a tan relevante carrera alpinística, Charlet fue nombrado oficial de la Legión de Honor y condecorado por el gobierno francés con dos medallas de oro por sus labores de rescate en montaña. Y en el mundo alpinístico la condecoración fue el bautizo de uno de los collados de la Aiguille Verte con su nombre. Falleció en Argentière en diciembre de 1975.
Roger Frison Roche (1906-1999) participó entre 1927 y 1930 en numerosas escaladas con Armand Charlet y frecuentaba la escuela de escalada fundada por él junto a Alfred Couttet. Nacido en París fue el primer ‘extranjero’ que entró en la Compañía de Guías de Chamonix. Viajero infatigable y escritor de grandes éxitos que publicó de forma memorable en el mundo de la montaña, con títulos inolvidables como “El primero de la cuerda” o “Grieta en el glaciar”, entre muchos otros, y además participó en la realización de algunas películas.
Gran parte de su vida de alpinista se desarrolló en África, donde fue apresado por los alemanes en 1942, lo que provocó su incorporación al ejército francés al conseguir huir. Desde entonces combinó su profesión de guía con las de político, militar (Cazadores Alpinos) y la de periodista, ensalzada esta última por la publicación de otros libros, como “El oasis perdido” o “La montaña de las escrituras”, entre otras muchas, una de las cuales fue la continuación de la primera de todas: “Retorno a la montaña”.
Los guías de montaña fueron confirmando su profesionalidad como una especialidad, lo mismo que sucede en otras profesiones. Cuando un alpinista va precedido de un guía, no se le presenta ningún problema especial, puesto que los profesionales son maestros en el arte del conocimiento de la montaña, tanto en lo concerniente al itinerario como en la elección de tal o cual variante.
Hacia finales del s. XIX va apareciendo una generación de alpinistas desligada de la profesión de guías en otros países. En Francia e Italia, los más conocidos eran también guías, pero por ejemplo en Inglaterra surgen personajes como George Mallory (1886-1924), Edward Norton (1884-1954) o Theodore Somervell (1890-1975). A principios del s. XX sigue la dinámica de la aparición de alpinistas que no ejercen la profesión, en Alemania personajes como Willo Welzembach (1900-1934) o Willy Merkl (1900-1934) y en Francia también van apareciendo algunos, como Pierre Allain (1904-2000). Pero en la cuna de la profesión, en Chamonix, siguen siendo guías los alpinistas más célebres.
La Segunda Guerra Mundial tuvo unos efectos en el mundo del alpinismo similares a los de la primera, aunque en la zona del macizo del Mt Blanc los últimos años de la guerra y los que siguieron a la Liberación se señalaron por un desenvolvimiento aún mayor de la técnica y una extensión también mayor y más especializada del movimiento alpinista. La posguerra tuvo la promoción de una nueva generación de guías que a su vez formaban parte de la élite alpinística coetánea a su profesión.
En esta época continúa la aparición de grandes alpinistas que después de la guerra alcanzan posiciones de élite ejerciendo otras profesiones, en algunos casos relacionadas con el alpinismo pero no con el trabajo de guías. Son nombres como Ricardo Cassin (1909-2009), Hermann Bühl (1924-1957), Pierre Mazeaud (1929) o Anderl Heckmair (1906-2005), entre otros muchos. Pero en Chamonix sigue la dinámica de la relación de los grandes alpinistas con la profesión de guías de montaña en la mayoría de los casos. Así tenemos nombres como los de Lionel Terray, Louis Lachenal y Gaston Rebuffat, que forman el trio más conocido de la última generación de guías de renombre internacional, además de otros coetáneos como André Contamine (1919-1985)
Nacido en Grenoble, Lionel Terray (1921-1965) consagró toda su vida a la montaña, lo que le proporcionó un historial muy difícil de igualar, en el que figuraban ocho expediciones a los Andes y al Himalaya.
Con solo 3 años, su padre lo inició en el esquí, actividad que absorbió su vida hasta los 20 años, aunque a los 12, al visitar Chamonix con su familia, quedó obnubilado por la visión del macizo del Mt Blanc, lo que supuso el inicio de su camino alpinístico. En 1940, estando en Chamonix, donde esquiaba con asiduidad, conoció a un alpinista jefe de guerrilleros con el que escaló la arista sur de la Aiguille du Moine, a cuya cumbre llegaron gracias a que Lionel superó de primero los pasos más difíciles, lo que le abrió la mente hacia las grandes paredes. El servicio militar, sustituido en Francia en esos momentos por otro civil, le llevó a los 21 años a integrarse en la institución denominada ‘Juventud y Montaña’, dotada de un cuadro de instructores compuesto por guías e instructores profesionales y donde conoció a Gaston Rebuffat, siendo para ambos el inicio del camino hacia la profesión de guías de montaña y al desafío de las grandes paredes.
Nombrado instructor de la Escuela Militar de Alta Montaña en 1945, el alpinismo se convirtió en su pasión y en su trabajo. Un día de descanso en Annecy conoció al que sería su gran compañero de cordada, Louis Lachenal, comenzando así a combinar sus trabajos de instructor de montaña y profesor de esquí, con las grandes escaladas, como las nortes del Eiger y las Grandes Jorasses.
En 1947, incorporado ya a la Oficina de Guías de Chamonix y a la E.N.S.A., como instructor, empezó sus actividades en el extranjero, trabajando como guía e instructor en Canadá. En 1949 su trabajo de guía contemplaba ya la realización de “grandes courses” en todo el macizo del Mt Blanc y en muchas ocasiones siguiendo las rutas más difíciles del momento, lo que le proporcionó la designación como miembro, en 1950, de la expedición al Annapurna (8.091 m), dirigida por Maurice Herzog y en compañía de Rebuffat, Lachenal y Jean Couzy, con el que compartiría nuevas expediciones en el futuro. La llegada a la cumbre de Herzog y Lachenal supuso la conquista del primer ochomil, aunque las consecuencias fueron dramáticas para ambos, debido a las congelaciones.
Terray había iniciado en el Annapurna su carrera a las grandes montañas vírgenes de las cordilleras más famosas, alcanzando algunas como el Fitz Roy (3.405 m) (Andes Patagónicos), junto a Guido Magnone, en 1952; y el Makalu (8.463 m), a cuya cumbre llegó en 1955, en compañía de Jean Couzy. Incansable expedicionario, alcanzó otras cumbres como en Chacraraju (6.110 m), el Taulliraju (5.830 m), en los Andes; el Jannu (7.710 m), en 1962, en el Himalaya; y el dificilísimo Monte Huntigton (3.731 m), en Alaska, en 1964.
El 19 de septiembre de 1965, Lionel terray perdió la vida en el transcurso de una escalada de mediana dificultad en el macizo del Vercors, cerca de su ciudad natal.
Nacido en Marsella, Gaston Rébuffat (1921-1985) inició su vida de montañero a los 12 años en los macizos próximos a la ciudad y como escalador, en las Calanques, paredes verticales sobre el mar. Como miembro de la “Société des Excursionistes Marsellais”, participó en una excursión para jóvenes entre 14 y 16 años a Chamonix, en la que la visión del macizo del Mt Blanc le produjo sensaciones inestimables: “Cuando sea mayor… No soñaba con ver el Mont Blanc sino con convertirme en alpinista y tal vez en guía”. Pronto empezó a perder interés por la media montaña, sintiéndose atraído por las grandes cumbres alpinas. En 1935, en compañía del alpinista Hery Moulin, alcanzó la cumbre de la Barre des Ecrins (4.100 m), su primera gran montaña.
En 1942 consiguió obtener el título de guía e ingresar en la Compañía de Guías de Chamonix, además de convertirse en instructor de la Escuela Nacional de Alpinismo (ENSA), donde empezó una carrera muy brillante en la que se ofrecía a guiar a los clientes que pedían escalar rutas muy difíciles: “El alpinismo es uno de los más bellos deportes, pero practicarlo sin técnica constituye una forma más o menos consciente de suicidio. La alta montaña nos proporciona toda una gama de placeres, siendo el primero el evolucionar en un mundo de luz y silencio”.
Además de ser uno de los guías más emblemáticos de Chamonix, Rébuffat alcanzó una posición preeminente en la élite del alpinismo con escaladas como la norte de las Grandes Jorasses, en julio de 1945, con Édouard Frendo; poco después fue la norte del Eiger su siguiente conquista histórica, encordado con Pierre Leroux, también guía de Chamonix, y en compañía de Jean Bruneau, Paul Habran y Guido Magnone como segunda cordada. Con el paso del tiempo fue acumulando en su historial otras grandes escaladas como las caras norte del Lavaredo, Cervino y Dru, entre otras, y además abrió más de 40 nuevas vías de muy alto nivel en la Aiguille du Midi y otras cumbres del macizo. Todo este historial le condujo a ser seleccionado para formar parte del equipo de la expedición francesa al Annapurna de 1950, compartiendo cuerda entre otros, con Terray y Lachenal, con los que ya había realizado algunas grandes escaladas.
Además de este historial alpinístico de gran relevancia, Rebuffat alcanzó gran renombre como escritor de numerosos libros, entre los cuales son muy conocidos: “Estrellas y tempestades”, “El macizo del Mont Blanc”, “Horizontes conquistados”, “Hielo, nieve y roca”, “Del mont Blanc al Himalaya”, etc. Y como productor de películas de gran renombre en el mundo del alpinismo, como “Étoiles et Tempêtes” (1955), “Flammes de pierre” (1953), “Entre Terre et Ciel” (1960) y “Les Horizons Gagnés” (1974).
El 31 de mayo de 1985, Rébuffat falleció en un hospital de París al que le habían llevado para intentar superar un cáncer de pulmón que al final se llevó su vida. Lógicamente fue enterrado en Chamonix.
Louis Lachenal (1921-1955) completa el trio de los grandes guías de Chamonix más conocidos. Nacido en Annecy, el 17 de julio de 1921, en una modesta familia de tenderos, desde niño abrió un abismo con sus padres debido a su carácter, completamente alejado de la normalidad del momento. Desde niño y durante toda su vida buscó la excitación que procura la búsqueda del peligro.
A los 13 años empezó su contacto con la montaña incorporado a un grupo scout en el que le aplicaron el seudónimo de “Biscante”, nombre con el que se denomina la sidra en la Alta Saboya, apodo que le acompañó toda la vida. En un campamento scout ubicado al pie de una montaña, Lachenal sintió un imperioso deseo de subirla, deseo que le hizo abandonar las distracciones urbanas para desarrollar su nueva pasión por la montaña. Sus dotes naturales de escalador le hicieron destacar entre todos sus compañeros, que desde el primer día de escalada se sintieron estupefactos ante la soltura que demostraba en la roca. A finales del verano de 1937 ingresó en el Club Alpino Francés, siendo el Grepón su primera gran escalada, que le supuso el inicio de la adquisición de un gran renombre en Annecy y de una sucesión continua de ascensiones en el macizo del Mt Blanc que lo situaron a nivel social como un consagrado alpinista.
En 1941, el gobierno de la zona francesa no ocupada durante la guerra organizó un sistema de campamentos juveniles en el alto macizo de los Alpes, que conllevó su incorporación a la formación Juventud y Montaña, en la que alcanzó el título de monitor de esquí, lo que le abrió vertiginosas perspectivas en el mundo de la montaña, siendo posteriormente titulado como porteur del Club Alpino Francés, lo que lo situaba como segundo guía de montaña y podría ejercer las funciones de guía cuando reuniese la pericia necesaria. El primer curso de jefe de cordada lo inició el 20 de junio de 1942, terminando el 12 de julio como primero de la promoción, lo que le supuso ser destinado como instructor en el campo de Montenvers y como monitor de esquí en invierno e instructor de alpinismo en verano, a los 21 años. En 1944, mientras paseaba por Annecy, se encontro con Lionel Terray, al que había conocido unos años antes, comenzando así una amistad que les llevaría a formar una de las cordadas más prestigiosas del momento, en la que Gastón Rebuffat se incluyó en numerosas hazañas.
Las primeras escaladas de Lachenal y Terray juntos fueron el corredor Couturier (cara norte de l’aiguille Verte) y la cara este de l’Aiguille du Moine. Tras alcanzar el título de guía en 1946, la férrea amistad labrada con Terray les llevó a plantearse el ataque a las escaladas más prestigiosas de los Alpes, comenzando con el Espolón Walker de las Grandes Jorasses, que empezaron el 9 de agosto de ese mismo año. En julio de 1947 consiguieron la segunda escalada a la norte del Eiger lo que situó a la cordada Terray-Lachenal en la primera línea del alpinismo europeo. Posteriormente, durante algunas temporadas realizaron un considerable número de ascensiones que, pese a ser menos prestigiosas que la Walker y el Eiger, no resultaron menos asombrosas. En 1949, fue la norte del Piz Badile y en diciembre de ese mismo año estalló la noticia de que Francia había obtenido los permisos oficiales para organizar una expedición a Nepal con el objetivo de alcanzar la primera cumbre de 8.000 metros en la historia del alpinismo, expedición que dirigiría Maurice Herzog. Pocos días después de la noticia, Lachenal y Terray fueron seleccionados.
El 3 de junio de 1950 Lachenal y Herzog alcanzaron la cumbre del Annapurna (8.091 m), primer ochomil conquistado en la historia del alpinismo. Ambos sufrieron gravísimas congelaciones que les reportaron importantes amputaciones, lo que les afectó en el desarrollo de su vida. Lachenal pasó meses inactivo a causa de las amputaciones, fue aficionándose a otras actividades y su carácter se endureció notablemente. En la primavera de 1952 consiguió retomar la actividad alpinística, alcanzando la cumbre de la Punta Margarita (Ruwenzori) (5.215 m), lo cual le liberó de las angustias que estaban ocupando su vida, consiguiendo ser nombrado controlador de la profesión de guía de montaña en Chamonix. Poco a poco se fue familiarizando con la técnica que le exigía el estado de sus pies, mientras seguía sufriendo intervenciones quirúrgicas, retomando poco a poco actividades de montaña. El verano de 1955 regresó al gran alpinismo, precisamente en compañía de Maurice Herzog. El 25 de noviembre del mismo año, Lachenal, en compañía de Jean Payot se propuso efectuar el descenso en esquís del Valle Blanche, hasta Montenvers, durante el cual desapareció en un agujero que lo precipitó en una enorme grieta de 28 metros de profundidad, caída en la que falleció.
En Cataluña, en 1859 se restauró la celebración de los Juegos Florales, impulsando una fuerza dedicada a hermanar los ideales de investigación y amor a la Naturaleza, lo que conllevó el nacimiento del excursionismo para divulgar la cultura de los rincones naturales. Con el paso del tiempo fue floreciendo el amor a la montaña y el ambiente montañero fue ganando prestigio, hermanándose con los ideales de investigación y estudio del excursionismo. En agosto de 1879 se celebró en Ginebra la Conferencia Internacional de Clubes Alpinos, a la que acudió Ramón Arabia como representante de la recién creada Asociación Excursionista Catalana.
Este movimiento excursionista iniciado en Barcelona proliferó por toda España, creándose en 1893 la “Sociedad Española de Excursionismo” en Madrid; en 1903, la “Sociedad Castellana de Excursiones”, en Valladolid, ambas como simientes de la práctica de deportes de nieve y del alpinismo, simientes que florecieron con la constitución del Club Alpino Español (1908) y la R.S.E.A. Peñalara (1913).
En las primeras décadas del s. XX, se fueron agrupando los escaladores dentro de las entidades excursionistas, creando los primeros grupos de escalada y alpinismo: Grupo de Alta Montaña de la R.S.E.A. Peñalara (1931); Grupo de Alta Montaña del Club Montañés Barcelonés (1940); Grupo Especial de Escalada del Club Excursionista de Gracia (1941) y el Centro Académico de Escalada (C.A.D.E.) del Centro Excursionista de Cataluña (1942).
En las sierras españolas los guías no tuvieron la importancia tan manifiesta que tenían en los Alpes, aunque a finales del s. XIX, algunos guías no titulados acompañaban a los principiantes a las cumbres del Pirineo, hasta que desde 1906, algunos montañeros como Jaime Oliveras, José Mª Soler, Mª Antonia Simó, Agustín Faus, Lluís Estasen y otros, empezaron a generalizar el montañismo sin guía.
En el plano oficial, el 1 de julio de 1922 se creó la Federación Española de Alpinismo (F.E.A.), sustituida en 1941 por la Federación Española de Montañismo (F.E.M.), a la que se fueron adhiriendo las entidades excursionistas y montañeras constituidas legalmente.
Igual que en los países alpinos, aunque muchos años después, los primeros guías de montaña españoles eran nativos de las zonas de montaña, pastores y cazadores. En los Pirineos, el 6/8/1802, los guías franceses Laurent y Rondo, por encargo de Raymond de Carboniéres, contrataron a un pastor local para realizar la primera ascensión al Monte Perdido (3.355 m). En los Picos de Europa, el geólogo Casiano del Prado, utilizó guías locales para sus viajes de reconocimiento y primeras ascensiones en la zona, en 1853, 1855 y 1856.
Como precedente más notable de este tipo de guías, hay que citar a Gregorio Pérez “El Cainejo”, que consiguió realizar la primera ascensión al Naranjo de Bulnes, en los Picos de Europa, el 6 de agosto de 1904, acompañando a D. Pedro Pidal. Ese mismo año, el Cainejo y el marqués realizan la segunda ascensión a la Peña Santa de Castilla. La nueva situación de la profesionalidad de los guías de montaña tendría luego una continuidad entre los guías locales, entre los que destaca la familia de los Martínez (Víctor, Juan Tomás y Alfonso).
Ya en el s. XX, en los Pirineos resalta la actividad de José Sayó, con primeras importantes como guía de montaña: en 1902, primera nacional a la Maladeta Oriental (3.312 m) y el Pico Tempestades (3.296 m); y en 1913 La Forcanada (2.883 m), por la canal sur.
Hacia 1915, la profesión de guía de montaña en España ya era un hecho, aunque era ejercida únicamente como profesión complementaria. Como ejemplo notable, destacan 102 ascensiones al Naranjo de Bulnes realizadas en compañía de guías, entre 1904 y 1954.
El 20 de octubre de 1941, bajo el auspicio de la Federación Española de Montañismo, se creó la Compañía Nacional de Guías de Montaña, otorgándose los primeros títulos y desarrollándose un reglamento interno de actuación. Las titulaciones expedidas, así como los reglamentos y organización, sufrieron diversas modificaciones, pero el censo oficial de guías creció hasta 1980, con un total de 109 miembros, de distintas categorías.
REGLAMENTO DE LA COMPAÑÍA DE GUÍAS DE MONTAÑA (F.E.M.): “La creación de la Compañía de Guías de Montaña, respondió a la necesidad de garantizar a sus clientes, montañeros, excursionistas o entidades colectivas, unos servicios profesionales solventes y de garantía. Asegurar en los Guías unos niveles adecuados de conocimientos y mantenerlos continuamente, en consecuencia con la evolución y desarrollo de los deportes de montaña. Salvaguardar los intereses profesionales de los Guías frente a intromisiones y crear las necesarias bases económicas, sociales y de provisión. Colaborar con aquellas Asociaciones extranjeras afines” (Madrid, 18 de septiembre de 1976).
Director de la Compañía de Guías de Montaña: Antonio Martí Mateo.
Delegado en Aragón: Carmelo Royo Alarcón.
Delegado en Cataluña: Jordi Pons Sanginés.
Delegado en Granada: José Borlans Narváez.
Delegación Centro: Carlos Soria Fontán.
Delegación Cantábrica: José Mª Suárez Díaz-Estévanez.
Delegación de Benasque: Miguel Gómez Sánchez.
Hasta los años 70, los guías eran nombrados de forma honorífica y posteriormente, los títulos fueron avalados por el Ministerio de Información y Turismo, y posteriormente expedidos por el Consejo Superior de Deportes, aunque no existía una normativa reguladora del acceso y ejercicio de la profesión, por lo cual, la F.E.M. se desentendió del tema profesional, abandonando la C.N.G.M., situación que se prolongó hasta 1991.
En abril de 1993 se acordó la creación de una nueva asociación de ámbito estatal, lo que se confirmó el 29 de mayo del mismo año en una asamblea celebrada en Zaragoza, en la que se aprobaron los estatutos y se eligió la primera junta directiva de la Asociación Española de Guías de Montaña (A.E.G.M.), que tomó el relevo de la U.E.A.G.A.M.
PRESIDENTE: Jorge Vicens Hualde
VICEPRESIDENTE 1º: Ursi Abajo Martínez
VICEPRESIDENTE 2º: Francisco Dávila García
VICEPRESIDENTE 3º: Antonio Ubieto Auseré
SECRETARIO: José Luis García Sánchez
TESORERO: Juan Carlos Gómez Ramos
VOCALES: Julio Armesto Arranz
Mariano Vallés Gallego
Manuel Punsola Mitjans
El 10 de marzo de 1993 se aprobó la Proposición de Ley para regular el ejercicio profesional de los Guías de Montaña.
El 26 de junio de 1993, Jorge Vicens y Felipe Uriarte asistieron a la Asamblea de Delegados de la Unión Internacional de Asociaciones de Guías de Montaña (U.I.A.G.M.), en representación de la AEGM, para proponer su adhesión a la UIAGM, adhesión que fue reconocida el 29 de octubre del mismo año. En la asamblea general de la UIAGM, celebrada en Chamonix el 26 de noviembre de 1994, la AEGM entró ya a formar parte como miembro de pleno derecho.
En Chambery (Francia), el 27 de noviembre de 2004, se constituyó la Unión de Asociaciones Internacionales de Líderes de Montaña (UIMLA), en la que quedó integrada la AEGM desde el mismo momento de su constitución.
Desde mediados de los 90 hasta el momento actual, la profesión de Guía de Montaña en España ha llegado a ser reconocida y promovida tanto a nivel estatal como autonómico, centrando su personalidad en la AEGM, como también sucede a nivel internacional. Es por tanto, hoy mismo, una profesión respaldada por todo tipo de entidades oficiales, tanto deportivas como administrativas, lo que ha dado soporte a la extensión y difusión de la figura del guía, por lo que en la AEGM hemos llegado a ser más de 1.500 guías asociados.
Como es lógico, la evolución de la profesión de guía de montaña no ha sido únicamente numérica, sino que la creación de nuevas especialidades ha engrandecido notablemente la figura del guía. En un principio solo existía el Guía de Alta Montaña, especialidad a la que se añadió la del Guía de Media Montaña, o Guía Acompañante. Hoy en día figuran en el mismo nivel los Guías de Barrancos, los Guías de Escalada en Roca y los Técnicos Deportivos en Esquí de Montaña.
Sin duda el futuro va a seguir en esta línea, ya que las actividades de montaña siguen creciendo socialmente, alcanzando un gran nivel, lo que motiva la creación de empresas y entidades deportivas que organizan viajes y actividades, para los cuales se necesitan guías titulados. Desde la AEGM deseamos que dichas empresas y entidades sigan creciendo, para lo cual tendremos siempre a su disposición guías profesionales.
Joan V. Grifoll i Carbonell
Socio nº 146 de la AEGM
BIBLIOGRAFÍA
- LA MONTAÑA (Maurice Herzog). Editorial Labor (1967)
- ALPINISMO ANECDÓTICO (Charles Gos). Editorial Juventud, (1950).
- HÉROES DEL ALPINISMO (Paolo Lazzarin y Roberto Mantovani). Editorial Planeta (2008).
- VOCACIÓN ALPINA (Armand Charlet). Editorial Desnivel (2000).
- CUADERNOS DEL VÉRTIGO (Louis Lachenal y Gérard Herzog). Editorial Desnivel (2001).
- EL MACIZO DEL MONT BLANC (Gaston Rebuffat). Editorial RM (1976)
- LA MONTAÑA ES MI REINO (Gaston Rebuffat). Editorial Desnivel (1999)
- LOS CONQUISTADORES DE LO INÚTIL (Lionel Terray). Editorial RM (1982)
- ANNAPURNA. PRIMER OCHOMIL (Maurice Herzog). Editorial Juventud (1961)
- INFORME A.E.G.M. “La Profesión del Guía de Montaña”
- ESPÍRITU Y TÉCNICA DE LA MONTAÑA (A. Jolís, M.A. Simó y A. Faus). Editorial Hispano Europea (1.973).