«Cuando hicimos la expedición al Everest, en 1991, mi puesto de trabajo era el de coordinador del Consejo Asesor de RTVE en la Comunidad Valenciana. En diciembre, en medio de la gran difusión que originó la primera ascensión valenciana al Everest, en el Centro Territorial de RTVE me pidieron que escribiese un artículo contando mi propia experiencia personal en la expedición. Este fue el artículo que escribí y que se publicó en muchos medios de difusión de Televisión Española».
Hace un frío atroz pero dentro del saco se está muy caliente. En verdad, traer dos sacos complementarios ha sido un acierto. He pedido una cantimplora de agua hirviendo al cocinero para dejar encima el walkie y evitar así que se enfríe, pero el invento solo ha durado un par de horas. Javier duerme a mi lado, yo he decidido permanecer en vela toda la noche, con el receptor abierto, por si los de arriba necesitan ayuda. En realidad no me cuesta demasiado, no tengo sueño, de cuando en cuando saco la cabeza de la tienda para ver cómo va el tiempo. Hace una noche serena, con un cielo negro y cuajado de estrellas. Aquí, en el Campo II (6.450 m) la temperatura es de 22º bajo cero. Cada vez que me muevo para asomarme, caen pequeñas placas de hielo del techo de la tienda y algunas de ellas se me deslizan por el cuello, produciéndome escalofríos. He optado por meterme el walkie dentro del saco para evitar el deterioro de las baterías, por si comunican desde el Campo IV. Me imagino a los compañeros tumbados dentro del saco, enchufados a las botellas de oxígeno y sin dormir, a causa de la impaciencia. Esta es la gran jornada, el intento a cumbre más serio de los que vamos a hacer y de los que ya hemos hecho. Los dos primeros fallaron por el mal tiempo y por la falta de oxígeno en las botellas, aunque en el segundo se llegó a la Cima Sur (8.765 m), muy cerca de la cumbre. Si falla también este intento podríamos hacer otro, algo desesperado y con muy pocos medios.
Atrás ha quedado más de un año de trabajo y preparativos. Para ahuyentar el sueño, intento rememorar los últimos días antes de la partida, días de mucho trabajo y muchas emociones, días vividos intensamente a base de despedidas, unas multitudinarias y otras muy íntimas.
Los 8 días pasados en Kathmandú fueron muy ricos en experiencias. Conocer un país nuevo siempre me ha producido sensaciones inolvidables. Nepal es un país increíble, exótico donde los haya, y en el que se puede vivir aventuras desde la montaña más alta del mundo hasta en la selva. En los ratos en que no teníamos trabajo expedicionario (complicados y eternos trámites administrativos) nos dedicábamos a visitar los innumerables templos de Kathmandú, templos como los de Soyambunath, Pasupaktinah o Bakhtapur, por citar solo los que más me impresionaron, esencia y resumen de una cultura budista milenaria.
El 10 de agosto abandonamos la capital para subir en un pequeño avión de hélices que nos dejaría en Lukla, donde se inicia la marcha de aproximación al Campo Base del Everest. Como aún estábamos en pleno monzón, los tres días que pasamos en esta aldea sherpa fueron muy húmedos, llovía constantemente y si intentábamos dar un paseo por el bosque, regresábamos con sanguijuelas por todo el cuerpo, aunque afortunadamente, a mí no me atacaban.
La marcha hacia el Everest no es dura, es muy tranquila, con desniveles razonables y sobre todo muy hermosa. El segundo día de marcha se llega a Namche Bazar, la localidad más grande del departamento de Solo Khumbu, patria del pueblo sherpa. En Namche, como en todas las paradas diarias que íbamos haciendo, nos alojamos en un “lodge”, pero este es particularmente limpio y acogedor, además ¡tiene ducha! Namche es un verdadero mercado de artículos de montaña, allí las expediciones venden grandes cantidades de material sobrante y un alpinista puede encontrar todo lo necesario para equiparse, a precios muy inferiores a los europeos.
La siguiente etapa llega al Monasterio de Tyangboche, el más importante actualmente dentro de la orden de los lamas, desde que se quemó el de Rongbuk, en el Tíbet. Los alrededores del monasterio pasan por ser uno de los lugares más bellos del mundo, la vegetación es densa, con bosques de abedules, rododendros, abetos y pinos oscuros, de piñas azules y cubiertos de líquenes que cuelgan de sus ramas. A 3.650 m de altitud, constituye un espectacular mirador sobre el grupo del Everest, Lhotse y Nuptse, y sobre el espectacular Ama Dablam (6.918 m), que parece dar cobijo al monasterio. El lama de Tyangboche nos permitió contemplar una ceremonia budista dirigida por él mismo y en la que se hicieron preces por el buen desarrollo de la expedición.
La ruta sigue por Pheriche, Lobuche y Gorak Shep antes de llegar al Campo Base. En Lobuche pasé una malísima noche a causa de una infección en una muela que me venía fastidiando desde Lukla. El ‘doc’ (Javier Botella) me drogó a base de codeína y aspirina, pero el dolor continuaba amargándome ¡El primer flemón de mi vida y me aparece en el Himalaya! Afortunadamente, después de esa noche desapareció el problema.
Los primeros días en el Campo Base me traen recuerdos muy tranquilos, no hacíamos nada especial, solo aclimatarnos y preparar el campamento para que nuestra vida en él fuese lo más agradable posible.
El régimen meteorológico era igual todos los días, amaneceres fríos pero muy hermosos y despejados. Hacia las 12 comenzaba a nublarse por el Oeste y una hora después llegaba una nevada que solía durar hasta la madrugada. Fueron días de hacer planes, de adaptarnos a vivir entre rocas y hielo, de conocernos mejor entre las expediciones valenciana y aragonesa, siempre vigilados por el majestuoso Pumori (7.135 m) y bajo la mirada amenazadora de la Cascada de Hielo del Khumbu.
Con la expedición aragonesa compartimos todas las cosas y finalizamos la estancia en el Everest como un solo grupo de entrañables amigos. Compartíamos el Campo Base con todos sus servicios: cocina, comedor, ducha, biblioteca, musicoteca y botas de vino. Y dentro del grupo teníamos un cocinero aragonés y una doctora valenciana. Compartíamos también el grupo de sherpas, las alegrías, los sinsabores y las preocupaciones.
Las incursiones por la Cascada del Khumbu comenzaron a primeros de septiembre. La expedición nepalí encargada de abrir la ruta en este tramo (del Campo Base (5.325 m) al Campo I (6.000 m)) se retrasaba mucho, por lo que decidimos integrarnos en el grupo puntero para resolver el trabajo técnico de escalada en hielo, que era lo que más les costaba. Al principio entramos con bastante miedo, la historia de esta cascada es muy lúgubre, pero a medida que nos movíamos por ella, íbamos tomando confianza. La ruta nos parecía segura y la recorríamos a veces en solitario. Pese a todo, a lo largo de la expedición, siempre he sentido un nudo en el estómago la noche antes de atravesar la Cascada. Sus torres de hielo, amenazando desprenderse sobre ti en cada momento y las enormes grietas que había que atravesar y cuyo fondo quedaba oculto cientos de metros más abajo, eran un peligro real, por mucho que nos acostumbrásemos a movernos por allí. A veces teníamos que emplear hasta tres escaleras de aluminio para salvar una grieta, para lo que había que tener sangre fría y no ponerse a temblar cuando se miraba al fondo de la grieta.
El 8 de septiembre subimos por primera vez al Campo I, para dormir en él. Las tiendas estaban emplazadas en un lomo de hielo a caballo entre dos gigantescas grietas, de más de 100 mts de ancho cada una. Tan solo un par de metros por delante y por detrás de cada tienda constituían nuestro espacio vital. Por la noche el hielo crujía, si las masas de hielo iniciaran su movimiento natural, nos precipitarían hacia la Cascada.
El itinerario del Campo I al Campo II, que sería nuestra Base Avanzada, discurre por el Valle del Silencio, un valle glaciar estrecho, que se inicia justo en la parte superior de la Cascada, al principio del CWM occidental, limitado por los tres colosos: Everest, Lhotse y Nuptse. En el primer tercio del recorrido hay que ir sorteando inmensas grietas, por lo que nos acercábamos peligrosamente a las paredes laterales, generadoras de impresionantes avalanchas que nos proporcionaron algún susto. El resto es una larga llanura de hielo (unos 7 km), en la que la radiación solar es muy intensa cuando el astro está ya alto.
El 9 de septiembre, Javier y yo subimos al Campo II (6.450 m), con el fin de aclimatarnos, para descender ese mismo día al Campo Base. Mientras subíamos, Javier me comentó: “Joan, somos los primeros valencianos en recorrer el Valle del Silencio”, lo que me produjo un sentimiento inolvidable.
Tuvimos que hacer algunos porteos de material del C. I al C. II, y para evitar el tremendo calor del sol, nos levantábamos a las 2 de la madrugada. Un par de veces fui sorprendido por avalanchas, afortunadamente de nieve polvo, pero una de ellas fue de noche e iba solo, con lo que el susto fue mayor.
Mi primera subida al Campo III (7.400 m) tuvo lugar el 16 de septiembre. Nos despertamos a las 4 de la madrugada, el frío era intenso, unos 20º bajo cero, y la tienda estaba llena de escarcha por dentro. Desde la parte superior del cono de avalanchas se entra en la pared de hielo de la cara sur del Lhotse, por donde discurría la ruta, toda ella por pendientes entre 45º y 50º, equipada con cuerdas fijas. Las tiendas del C. III que habían montado los compañeros el día anterior, estaban situadas debajo de un serac (pared de hielo extraplomada que cuando se desprende, provoca aludes de bloques) y en el labio inferior de una profunda grieta, de manera que unos centímetros por detrás de las tiendas se abría la grieta y un metro por delante estaba el huidizo abismo de la pared del Lhotse. No era el lugar de mis sueños.
Tras varios días de descanso en el Campo Base, solo interrumpidos por una subida a los Campos II y III para portear, decidimos subir al II para intentar ya la cumbre, pues los campamentos superiores estaban ya suficientemente equipados con comida, oxígeno y material. De todas formas, nuestros sherpas no dejarían de realizar porteos al Collado Sur.
Después de un intento frustrado de instalar el Campo IV en el Collado Sur, ya a 8.000 m, el 30 de septiembre (con la intención de atacar la cumbre al día siguiente), el 3 de octubre lanzamos el primer intento serio a la cumbre. A una hora muy buena se alcanzó la Cumbre Sur (8.765 m), pero las reservas de oxígeno en las botellas no permitían continuar sin asumir un grave riesgo.
El problema a resolver en el siguiente intento, sería el del oxígeno: con dos botellas por persona no había suficiente para llegar a la cumbre y llevar tres era demasiado peso. Nuestra solución sería que unos compañeros salieran del Collado Sur porteando botellas hasta la Cima Sur para que otros atacasen la cumbre, partiendo desde allí con dos completamente llenas.
El intento del día 3 fue bastante concurrido, había miembros de las expediciones, francesa, nepalí y vasca, que después del formidable esfuerzo que supone un intento a cumbre, habían decidido bajar al Base a reponerse y reorganizarse. Nosotros, conscientes de que iban pasando los pocos días en que cada año el Everest permite ser escalado, hicimos un enorme esfuerzo físico y de organización, y 24 horas después, lanzábamos un nuevo intento. Quedaría ya muy poco oxígeno y combustible para hacer aún otro último y desesperado intento.
Día 6 de octubre
Empieza a clarear. Repasar lo vivido los últimos meses me ha ayudado a no dormirme. El walkie ha permanecido mudo toda la noche y eso puede significar tres cosas: que todo va bien, que no se han movido de las tiendas por el frío y el viento, o… que mi aparato no funciona. Espoleado por esta última posibilidad, decido levantarme, a pesar del frío, para sintonizar el walkie grande, que está conectado a una antena direccional.
En la tienda comedor todo está helado. El cocinero sherpa duerme encima de uno de los bancos de piedras que hicimos al principio, saca la cabeza del saco y abre un ojo, pero le digo que siga durmiendo, y tras sintonizar los dos receptores, empiezo a prepararme un café con leche. Al coger una cucharilla, se me vienen abajo todos los cubiertos y el cazo que los contiene, es toda una pieza de hielo. Debo de romper una costra de hielo de 3 cm para obtener agua del tonel grande…, finalmente consigo desayunar.
Ya son las 10 de la mañana, se han levantado todos y ha salido el sol, con lo que la temperatura en la tienda grande es mucho más llevadera. Nos visitan miembros de todas las expediciones que están en el C. II para pedir información, pues saben que nuestros compañeros pueden alcanzar hoy la cumbre.
Con el fin de aplacar mis preocupaciones, organizo la actividad de los sherpas para mañana. Hablo con nuestro ‘sirdar’, Pasang Temba, para que tenga todo preparado. Si se hace cumbre, deberán subir los sherpas para apoyar el descenso y desmontar el C. IV, y si no se llega, deberían apoyar un último intento, pues ya quedamos muy pocos para formar otro grupo de ataque.
La tienda comedor está llena de gente, dos franceses, sherpas de nuestra expedición y de la nepalí; Víctor, de la expedición aragonesa; y de la nuestra, Javier y yo. Las comunicaciones con el Base son continuas: “nada, no hay noticias”. A medida que pasa el tiempo, crece la angustia, los cafés y los cigarrillos se consumen sin solución de continuidad.
A las 11.30, carraspea el walkie, me abalanzo sobre él, es Juan Carlos, que se encuentra en el Hombro Sur, debajo de la Cumbre Sur. Rafa y Coque, de nuestra expedición, y Toño y Pepe, de la aragonesa, van aproximadamente dos horas por delante, por lo que deben de haber superado ya la Cima Sur. Esto no hace sino aumentar nuestra tensión, todo va adelante, la próxima comunicación ha de ser la del triunfo, o la mayor decepción. Los esfuerzos de un año entero de preparativos: cálculos, gestiones, dudas y mucho trabajo, y sobre todo los descomunales esfuerzos físicos de los dos últimos meses, se van a resumir en los próximos minutos, todo habrá sido útil o inútil, según lo que pase. En cualquier caso, para un alpinista siempre habrá valido la pena la experiencia y la vivencia, que formarán para siempre parte de sus recuerdos.
A las 12.30 suena de nuevo la voz de Juan Carlos por el receptor, desde la Cima Sur, entrecortada, jadeante y jubilosa. Está viendo a los 4 compañeros de delante llegar a la cumbre…, no puede hablar a causa de la emoción. Minutos después, oímos la voz de Rafa, clara, fuerte y también emocionada; gritando por dos veces: “ESTAMOS EN LA CUMBRE”.
Abrazos, risas, lágrimas, saltos…, todos participamos en una delirante alegría, franceses, sherpas…, todos los instalados en el C. II vienen a nuestra tienda comedor a felicitarnos. Las comunicaciones con el Campo Base hay que hacerlas a gritos, toda la ruta del Everest se conmociona, hemos sido los primeros de esta temporada.
Pero pronto me surge la preocupación: ¿Cómo están los compañeros? Después de muchos intentos hablo de nuevo con Juan Carlos, la situación sin ser dramática, no es muy halagüeña: Rafa baja completamente ciego y Coque también con grandes problemas de visión. Pepe tiene los pies helados y todos bajan extenuados y casi sin oxígeno. Aunque sé que Lorenzo está como apoyo en el Collado Sur, empiezo a preparar todo para una posible emergencia: Los sherpas están a punto y Javier y yo con las mochilas dispuestas. Afortunadamente, nada de ello será preciso, esta vez la Diosa Chomolungma ha sido benévola con los humanos que han osado medirse con ella y todos se repondrán para que nos podamos abrazar al día siguiente, juntos como una piña.
Así, tras una última bajada por la Cascada de Hielo, que ya se encuentra en estado muy preocupante, el 9 de octubre, precisamente ese día, toda la expedición se encuentra a salvo y reunida en el Campo Base, levantando una copa en recuerdo de todos aquellos que sabemos que han sufrido desde sus casas por nosotros, y también de aquellos que hicieron posible, confiando en nosotros, que podamos estar aquí. Y sobre todo por esta montaña, que nos ha permitido vivir una aventura inolvidable, que marcará nuestras vidas, y que nos ha perdonado que desvelásemos sus más intimos secretos: el Everest (8.848 m), la cumbre más alta del mundo.
COMPONENTES DE LA EXPEDICIÓN
- Juan Carlos Gómez
- Coque Pérez
- Rafael Vidaurre
- Javier Martínez
- Moisés García
- Joan Grifoll
- Victoria Amigo
- Francisco López
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Extraordinaria hazaña