EXPEDICIÓN VALENCIA – TRANSALAÏ
“PAMIR – 1981”
CENTRE EXCURSIONISTA DE VALÈNCIA
Equipo:
- Juan Carlos Gómez Ramos
- Joan Vicent Grifoll i Carbonell
- Manuel Navas Martí
- Javier Martínez Ángel
- Rafael Gálvez Benedito
Al poco tiempo de regresar de la expedición “HUASCARÁN’80”, cuando aún no se habían disipado las placenteras sensaciones de los expedicionarios, tuvimos unas primeras conversaciones sobre el próximo proyecto. En principio la cosa no pasaba de algunas cenas bocata en mano; proyectos, discusiones sobre los componentes, etc. Algunas reuniones en casa de Rafael Cebrián configuraron un equipo del que pronto se descolgarían José L. López (Inderlinka) y el propio Rafa, que aún no tenía a punto su pierna accidentada.
Nuevas reuniones nos llevaron a elegir el Pamir como expedición “de poco trámite y sencilla organización” (¿?). Nuestro objetivo era alcanzar los 7000 m, preocupándonos esencialmente de la altitud, y la elección no tardó en recaer sobre el Pico Lenin (7.134 m), hermosa montaña que cubría la altitud deseada y nos permitía concebir un itinerario original y atrevido, la ruta directa de la cara norte, que se malograría por el exceso de nieve caída ese año y el consiguiente peligro de aludes.
Organizar una expedición es algo complicadísimo. Hay que cuidar el mínimo detalle, que de no prever podría echarlo todo a perder, y todo ello a pesar de la preparación que brindan los soviéticos.
Esta vez estábamos decididos a financiar la expedición por medio de subvenciones que esperábamos encontrar a base de mucho trabajo, pero llegó la época de los grandes “arrugones”. Durante dos meses, Juan Carlos y yo peregrinábamos todas las tardes puerta por puerta, empresa por empresa. Las principales firmas de Valencia supieron que había dos plomizos individuos que “querían hablar con el director de publicidad”. La mayoría pasaba de nosotros. Otros nos hacían promesas. Empresas como Marcol y Cervera nos hicieron concebir falsas ilusiones que nos animaban a seguir adelante. Gran cantidad de cartas, sobres, sellos, tinta, firmas…, fueron expedidas por PAMIR’81 hacia toda la piel de toro (vulgo España).
Pasada la época de siembra, llegó la recolección y comprobamos con qué altruismo habíamos tirado nuestro tiempo: “no puede ser”, “no hay presupuesto”, “no es un deporte mayoritario”, “el año que viene, quizá”, “si trabajaseis en nuestra empresa”, etc., etc., etc. Las promesas se disiparon.
Pero todo no fue así. Realmente sí que hubo alguien que nos escuchó y valoró nuestro esfuerzo. Tuvimos ayudas que podían enrojecer la cara de algunos valencianos a los que les trae sin cuidado si el deporte en Valencia va o no va. Las ayudas fueron dispares, la editorial Plaza & Janés nos regaló una enciclopedia que nos sirvió para castigar hábilmente a todos nuestros amigos, compañeros y familiares, con una rifa que nos trajo no pocas críticas. Y para vergüenza y escarnio de los próceres valencianos, fueron dos empresas de Euskadi las únicas que tiraron adelante en compañía de los “enciclopedistas”. El problema de pilas y linternas (frontales y demás) quedaba cubierto por Tximist, de Vitoria, y desde Rentería aparecía la firma Bisseuil y Huet, que nos facilitaba ayuda en material, nos confeccionaba un poster y nos prometía una colaboración económica.
Ante la inmensidad de gastos que se cernía sobre nosotros, estas ayudas fortalecían nuestro ánimo, pero irremisiblemente tuvimos que recurrir a organismos e instituciones para financiarnos y entre todos, se erigió con el patrocinio la Diputación de Valencia, que fue la que más pujó. Tras ese gran cúmulo de promesas pudimos lanzarnos alegremente al empréstito…, y firmamos.
En mayo enviamos 6.000 dólares a Moscú en concepto de ‘royaltis’, pago de estancias, hoteles, aviones internos de la URSS y comida en la montaña.
Las vicisitudes que tuvimos que sufrir hasta el día 16 de julio fueron increíbles, solo alguien que haya organizado una expedición puede saber de qué se trata. Hubo cosas que nos pusieron los nervios a tope, como algunas entrevistas de radio, televisión y prensa. Pero también hubo cosas buenas, nuestro ingenio se pudo poner a prueba en dos ocasiones: la fábrica de mochilas Perona nos permitió diseñar un petate para el transporte de equipo y material, que posteriormente fabricaron bajo nuestra supervisión. Igualmente sucedió con los sacos de dormir, fabricados por Mont-Sak, si bien esto resultó más complicado pues buscábamos un saco muy caliente, con un diseño original, confortable, económico y apropiado para una expedición, y lo conseguimos a base de numerosos ensayos, pruebas en Pirineos y rectificaciones. Al fin teníamos dos empresas valencianas que colaboraban con nosotros.
Este fue a grandes rasgos el planteamiento de todo un año de trabajos por una montaña. Cabría añadir interminables investigaciones en busca de la tienda de campaña ideal, infinitas llamadas a las casas de deporte para ver “si ha llegado el material”, algunos viajes a Andorra, montaje de carretes fotográficos que adquirimos en grandes bobinas, confección de gran cantidad de presupuestos, memorias, visitas a las agencias de viajes y cartas para solucionar el exceso de equipaje.
Todo debía de estar a punto para el 16 de julio.
Los últimos días fueron ‘moviditos’. Entrevistas con el Alcalde, Presidente de la Diputación, nervios, problemas de última hora, numerosas improvisaciones, despedida y cierre.
Día 16 de julio.
Un viaje al Turkestán ruso
El día de nuestra partida fue un día de nervios y carreras de un lugar a otro. Teóricamente todo estaba estudiado al detalle y preparado desde dos días antes, ya que el día 15 se dedicó a las ‘despedidas privadas’. Sin embargo, todos tuvimos que improvisar algo el último día.
A las 16 h. salíamos hacia Madrid, con una extraña sensación al dejar atrás amigos y familia y al pensar que realmente estábamos en marcha. En Madrid nos esperaba Rafa, que salió un día antes para ultimar detalles del vuelo. El día 17 llegamos a Barajas de noche todavía. De nuevo nervios: que no se pierda ningún bulto y que funcione el permiso para el exceso de equipaje.
En el avión llegó el ansiado relax. Escala en Viena y un avión para nosotros solos que nos llevó a Moscú. Los rusos son muy serios y te miran, te vuelven a mirar para ver si eres el mismo del pasaporte. Nuevamente trámites en el aeropuerto, en el hotel… Los días de estancia en Moscú fueron completos. Un cierto tipo de emoción nos recorría la espalda al pisar la legendaria Plaza Roja o al contemplar las catedrales del Kremlin. Cuando se viaja, parece increíble estar en los sitios que solo se conocían por los libros, películas o fotografías. No se llegan a asimilar tantas impresiones hasta el regreso, cuando todo es ya un recuerdo.
Al salir del hotel Intourist hacia el aeropuerto hay que volver a cargar las bolsas de viaje, sacos-petate, etc. Es como una maldición que nos hace arrastrar siempre con nosotros tan voluminoso equipaje. En el aeropuerto tenemos que sufrir nuevas horas de aburrida espera, nuevos controles, rayos X, pasaportes, visados y por fin, a las 11 de la noche sale el avión que atravesará la URSS hasta sus límites asiáticos con la frontera china.
Los aviones soviéticos que se desplazan por el interior tienen una cierta semejanza con los vehículos de la ‘Unión de Benisa’, si bien, en lugar de los clásicos campesinos, aquí son orondas señoras con vistosos atuendos e individuos de rasgos mongoloides, cuyo aspecto no es muy tranquilizador.
Siete largas horas de vuelo nocturno me hacen recordar la magistral descripción de Saint Exupery al respecto. La llegada a Osh no es muy agradable, son las seis de la madrugada, hace frío, en nuestros ojos se refleja el sueño y el cansancio. Y …, ‘nada mejor que un buen desayuno’, aunque este deseo se desvanece al ver los fideos con gallina y el guisado de carne con patatas que nos sirven en el ‘aeropuerto’ ¡a las seis de la madrugada! hora local, las 4 en España, las 2 en Canarias.
Los españoles somos los primeros en partir de nuevo, embarcados en un reactor de 20 plazas cuyo piloto nos demuestra que era el primero de la escuela en vuelo acrobático y que consigue poner en pie de guerra a los fideos que pueblan nuestros atormentados estómagos. Como colofón un aterrizaje de lo más ‘vistoso’, en ausencia de pista o similar, nos deja sobre una gran llanura aluvial: el inmenso valle de Alaï; y como marco de fondo, montañas, miles de cumbres. Una impresión gráfica difícil de borrar. Las cámaras empiezan a funcionar, los objetivos buscan ávidamente las casas de adobe de un muy austero poblado, las caras exóticas de unos niños que se arremolinan a nuestro alrededor y los vetustos rostros de los primeros kirghises que vemos en el viaje, una etnia de pastores nómadas asiáticos que puebla el Turkestán ruso.
La siguiente etapa de este interminable viaje tiene lugar a bordo de unos camiones todo terreno, nunca mejor dicho ya que al principio vamos por una pista de tierra, pero más tarde lo que realmente hacemos es atravesar grandes praderas, subiendo y descendiendo lomas, y atravesando ríos carentes de cualquier vestigio de puente. Para colmo, el aspecto de los conductores no es de lo más tranquilizador, estamos convencidos de que no hace ni un año que solo conocían el caballo como medio de transporte.
Campamento base
Por fin llegamos al ansiado campo base. Se trata de un gran campamento con algunas instalaciones, un gran comedor, cocina, letrinas, correos y oficina central. Hay una gran cantidad de tiendas, aunque tenemos la impresión de que no todas están ocupadas ya que una parte debe de pertenecer a las expediciones que se encuentran en el glaciar de Fortambek para escalar el Pico Comunismo.
Los primeros dos días los dedicamos a la organización de las tiendas, descanso y aclimatación a los 3.500 m del campo base y enviamos un telegrama a los compañeros del Centre, informándoles de la llegada.
Este campamento se encuentra en un valle tributario del gigantesco Alaï, llamado Acik Tash, que en castellano quiere decir ‘pradera de las cebollas’ y cuya veracidad se comprueba en cuanto se pisa dicha pradera y uno se encuentra embriagado por el cálido aroma de dicho tubérculo, cuyos tallos constituyen el 90% de todo el verde que alcanza la vista.
El Lenin se encuentra al sur del C.B., así como del valle de Alaï, enclavado en la cordillera de Transalaï, de la que posee la mayor altitud. Esta gran montaña fue descubierta por el joven científico Fedchenko en 1871, La primera ascensión fue llevada a cabo por una cordada austroalemana el 25 de septiembre de 1928, por la ruta del Collado Krylenko. La primera ascensión soviética tuvo lugar en 1930.
El Pamir es una gran meseta de 4.000 m de elevación media, enclavada en el Turkestán, y cuyo límite norte lo constituye la cordillera de Transalaï, donde se encuentra nuestro objetivo. Su pico más oriental es el Kurundi (6.610 m), todavía virgen. Al sur cierra la meseta el gran río Amu Daria, que desemboca en el mar de Aral, y las cadenas del Hindu Kush afgano. Políticamente, el Pamir queda dividido en dos por la frontera china. La palabra Pamir viene del indoiranio y significa ‘Pedestal de Mitra’ (dios del Sol).
Aunque se encuentra a la misma latitud que Grecia y Sicilia, el clima del Pamir es uno de los más fríos del mundo en zonas montañosas. En el lago de Karakul, en el que no caen ni 60 mm anuales de lluvia, se registran medias invernales de -20º y en el Boulounkul (3.780 m) se llega a extremas de 55/60º bajo cero.
El Pamir se prolonga al NE por la cordillera de Tian Shan (montañas del cielo), ya en la R. P. China, uno de los más vastos sistemas montañosos del mundo y también más desconocido, que se extiende hasta las remotas extensiones del desierto de Gobi.
En el propio campamento somos sometidos a un breve pero interesante reconocimiento médico para comprobar nuestra aclimatación. Como ésta resulta excelente, según los médicos, ese día partimos hacia el Pico Petrovski (4.700 m), en cuya ascensión pensamos pasar una noche a 4.500 m para mejorar nuestra aclimatación.
Aclimatación
Una fuerte y larga pendiente nos deja en un collado a 4.000 m, desde el cual tomamos una larga cresta, rocosa al principio y nevada después, hasta un nuevo collado en el que instalamos dos tiendas. Con solo algún dolor de cabeza, rápidamente mitigado con aspirinas, pasamos una buena noche. Al día siguiente alcanzamos la cumbre en una sencilla y rápida ascensión, descendiendo de nuevo al campo base.
Nuestro proyecto montañero tenía como primer objetivo el Pico del XIX Congreso (5.920 m), con el que pensábamos alcanzar una altitud que nos permitiese efectuar un rápido ataque al Lenin, pero dos días seguidos de mal tiempo nos hicieron recapacitar. Decidimos dirigirnos directamente al Lenin, para lo cual transportamos un depósito de material y víveres hasta el glaciar y volvimos al base en el mismo día.
El sábado 25 de julio, con el resto de nuestros pertrechos, salimos ya hacia el C. I. Esta primera etapa es muy penosa y larga. Tras recorrer el valle de Acik Tash hasta su circo, ascendemos a un collado desde el que superamos una primera cresta montañosa para descender al fondo de un profundo barranco formado por la rimaya lateral del glaciar y tras superar un nuevo collado, llegamos al glaciar Lenin, donde habíamos dejado nuestro depósito. Desde aquí hasta el C. I, hay que recorrer el glaciar durante unas tres horas, recorrido que resulta sencillo por la ausencia de grietas, pero penoso por el peso de las mochilas y por la nieve, que no cesa de caer.
El Pico Lenin
Desde al Campo I, instalado sobre una morrena pedregosa y tras haber pasado allí nuestra primera noche, nos dividimos en dos cordadas. Primero salimos Manolo y yo hacia la cara norte con el fin de instalar el segundo campamento y el resto bajará a recuperar parte del depósito de material. Al principio subimos muy rápidos, superando dos empinados escalones de hielo, pero a los 5.000 m empezamos a notar los primeros contactos con esa altitud. A las 14 h, empezamos a tallar una plataforma para instalar una tienda. El trabajo, que nos cuesta más de una hora, resulta extenuante, pero al fin queda montado el C. II. Esa tarde, reunidos todos en el C. I, sufrimos lo que será una constante durante toda la ascensión, sobre las 17 h, se pone a nevar hasta el amanecer. El siguiente día repetimos la labor, pero invirtiendo el orden de las cordadas. Este día sucede algo que dificulta nuestros planes de un ataque rápido al mermar nuestras fuerzas. Rafa ha sufrido un ligero desmayo en las inmediaciones del C. II, a causa de la altitud y el esfuerzo. Su decisión es no volver a intentarlo. Pese a todo, la moral continúa alta, el depósito de material ha quedado completamente recuperado y el C. II definitivamente instalado a 5.350 m.
A partir de esa noche y durante dos días no cesaría de caer nieve sobre la montaña. Dos días en una tienda de altitud, sin salir de un espacio justo para dormir y viendo nevar sin descanso, es algo que afecta seriamente a los nervios. En estas 60 horas agotamos todo lo que nos queda por leer, hasta los prospectos de los medicamentos. Por otra parte, nos preocupa el estado de la tienda que hemos dejado arriba, cuyo emplazamiento no es el mejor para resistir la tempestad y donde Juan Carlos y Javier han dejado todo su material fotográfico.
Por fin, decidimos descender al C. B., en vista de que lo único que hacemos aquí es consumir la comida que teníamos prevista para los campamentos superiores. La bajada del glaciar tenemos que hacerla prácticamente a ciegas ya que una espesa niebla nos envuelve y no deja de nevar, a consecuencia de los cual extraviamos el camino en más de una ocasión.
Ya en el Base, prosigue el mal tiempo durante otros dos días. Esta espera es capaz de terminar con la paciencia de cualquiera. Nuestra única distracción es la Yurta, nombre que se da aquí a las grandes tiendas de lana prensada en las que habitan los nómadas kirghises, y que se ha instalado en el campamento para hacer las veces de salón de recreo. Allí acuden por las noches alpinistas de todas las expediciones presentes en Acik Tash y se charla, se juega, se canta y se beben grandes cantidades de té. En más de una ocasión, las guitarras españolas son el centro de atracción de los presentes y canciones montañeras de diferentes países se suceden en un ambiente inigualable, mientras en el exterior la ventisca sigue batiendo las crestas. En el mismo C. B. han caído 20 cm de nieve.
Una de las consecuencias de la nevada es una gran merma en las reservas de tabaco, si bien nos permitirá realizar un mayor acopio de víveres, que ya hemos preparado para subir.
Pero la paciencia tiene un límite y aunque el estado del tiempo no es idóneo, partimos todos de nuevo menos Rafa, que subirá un día después con más víveres. Las ansias acumuladas nos permiten llegar al C. I en 4 horas. Esta vez vamos decididos a subir a toda costa. Las tiendas están medio tumbadas y pasamos el resto del día reorganizando el campamento y preparando el material para el día siguiente. Volvemos a estar animados.
Esa noche nieva muy poco, pero la temperatura desciende notablemente. Es la noche más fría desde que llegamos por primera vez al C. I. El día uno de agosto amanece con el cielo muy cubierto, pero seguimos firmes en la decisión de subir. Afortunadamente el tiempo mejora en el curso de la ascensión, que se realiza sin novedad. Las mochilas van con unos 20 kg cada una y las pendientes que suben al C. II tienen una inclinación considerable.
El primer emplazamiento de este campamento fue elegido en función de las circunstancias de prisa y niebla, y tras pasar en él una primera noche en la que el viento y la nieve no nos han dejado descansar en condiciones, vemos que el lugar se encuentra expuesto a la caída de aludes de la cara N, por lo que nos permitimos el lujo de perder todo un día en trasladarlo a un lugar más alto y protegido por un murallón de roca. Este nuevo emplazamiento nos brinda además la ventaja de poder obtener agua a cierta hora del día (17-20 h), con el consiguiente ahorro de un combustible que es como oro a estas altitudes.
El régimen alimenticio aquí arriba es muy distinto al de los campamentos I y base. Los desayunos se hacen a base de una sémola de chocolate muy rica en proteínas, salmón ahumado, mantequilla, miel, etc. Las comidas son más equilibradas y en las cenas nos permitimos hasta sopas picantes, que en alguna ocasión ‘se pasan’. Por la noche tiene lugar el ritual reparto de medicamentos: vitaminas, sales minerales contra el dolor de cabeza, tranquilizantes para dormir, para la deshidratación, y algunos además castigamos el desatascador nasal. Las noches las pasamos bien gracias al valium y a nuestro cotidiano cansancio, aunque a veces pasamos largas vigilias a causa de los nervios, la falta de oxígeno o las dificultades de respiración por la sequedad nasal.
La jornada que separa los campamentos II y III es particularmente dura a causa de las fuertes pendientes y el gran desnivel que hay que superar. Como el acceso directo al collado donde queremos instalar el campo III está cerrado por grandes cornisas de hielo, nos vemos obligados a alcanzar la cumbre del Pico Razdelnaïa (6.150 m) para después descender hasta el collado. Una vez allí, siguiendo el ejemplo de otras expediciones, procedemos a levantar un muro de hielo para proteger las tiendas pues el viento nocturno es capaz de arrasarlo todo en esta arista.
Para favorecer la aclimatación y avituallar mejor los campamentos, nos dividimos en dos cordadas. Juan Carlos y yo bajaremos de nuevo al C. II para recoger el resto de material y comida, mientras Manolo y Javier tenían la misión de recorrer la arista e intentar montar una tienda a 6.450 m, donde pensamos instalar el último campamento, pero esta cordada quedará inmovilizada en las tiendas del C. III a causa de trastornos digestivos y respiratorios.
La instalación del C. IV requirió dos intentos ya que en la primera ocasión fuimos rechazados por un viento y una ventisca de increíble potencia. Cuando iniciamos la ascensión hacía un día perfecto, el sol brillaba y nada hacía prever que en la cresta nos azotaría un viento infernal que lanzándonos la nieve a la cara, nos cegaba martilleándonos el rostro hasta dejarnos ciertamente doloridos. Para colmo, a Javier le plantaba cara un crampón. Durante repetidas veces se le soltó de la bota, lo que requería una parada, agacharse y en equilibrio con la pendiente, atarse las correas. A estas altitudes y en condiciones tan hostiles, esto resulta un trabajo agotador ya que el viento y el frío no perdonan. Entretanto, yo me quedaba para ayudar a Javier y en vista de que la fuerza del viento era cada vez peor y se estaba haciendo muy tarde, hice señas a Juan Carlos y a Manolo que iban más adelante para que bajaran.
Esta retirada nos afecta a todos moralmente hasta el punto de que ponemos en duda la llegada a la cumbre ya que el tiempo era bueno, haciéndonos pensar lo que pasaría si realmente se pusiera mal. Durante este intento, la temperatura descendió a unos -20º a causa del viento, aunque este frío ya nos resulta familiar, porque las noches del C. III, a 6.000 m, no son precisamente ‘calentitas’.
El segundo intento es más afortunado y conseguimos instalar el C. IV a 6.450 m. La ascensión ha resultado menos pesada que en el primer intento ya que el viento ha remitido algo, pero sigue siendo la mayor dificultad con que tenemos que enfrentarnos.
La cresta que hemos superado hasta el gran plató que precede al emplazamiento de este último campamento, es amplia, con una pendiente bastante fuerte en algunos tramos, pero que se puede superar sin utilizar la cuerda para encordarse. El terreno es mixto, de piedra suelta y pequeña, alternando con nieve, aunque la piedra suele estar cubierta por una considerable capa de verglass.
El emplazamiento del C. IV es lo más hostil que hemos visto en la expedición. La tienda queda prácticamente colgada sobre el gran abismo de la cara norte, que se abre a nuestros pies. Por detrás, tenemos una llanura insólita en estas altitudes, pero comprensible, dada la magnitud de esta montaña. La vista por el sur es algo que por sí solo compensa de todos los esfuerzos realizados para llegar aquí: montañas y más montañas, algunas de las cuales destacan sobre las demás como el Pico Comunismo o el Eugenia Korjenevskaïa, ambos por encima de los 7.000 m, y por detrás se vislumbran las cumbres del cercano Hindu Kush. Por debajo de nuestra tienda se extiende un grandioso mar de nubes que se pega a la cara norte y llega hasta el valle de Alaï. Por la tarde nos obsesiona la idea de que estas nubes vayan a subir y se estropee este tiempo que se mantiene por pelos.
La cumbre
Nos despertamos a las cinco. Nuestros movimientos son torpes, pero estamos nerviosos e impacientes por salir hacia la cumbre. La gran ilusión que tenemos nos produce una excitación interna que me hace pensar que nada nos podrá detener en el camino a la cima. Más tarde comprobaré que la suerte es un factor a tener muy en cuenta.
Las últimas maniobras son muy costosas. Ponerse los crampones en el exterior es un sacrificio ya que con solo quitarnos los guantes, las manos nos duelen tanto que hemos de ajustarnos las correas por etapas, lo que nos hace perder tiempo y quedarnos helados a pesar del plumífero y el ‘cagoule’.
La temperatura a partir de la tienda es de unos 30º bajo cero y el viento sigue soplando con fuerza inusitada. Tras un breve tramo llano, llegamos a la arista, de una inclinación entre 45º y 50º en algunos momentos, pero no es ese el problema. En esta arista el viento cobra nuevas e increíbles energías, descendiendo aún más la temperatura e introduciéndose por cualquier resquicio de nuestras ropas.
Por un momento creo que todo se viene abajo. Juan Carlos se tumba quejándose de un gran dolor en sus heladas manos y yo tengo los pies completamente insensibles, con fuertes dolores en la punta de los dedos que me hacen temer alguna congelación. Hay un instante de duda entre nosotros pero una vez más la ilusión y la voluntad pueden más y nos lanzamos de nuevo pendiente arriba. Superada la arista, me veo obligado a descalzarme y friccionarme los pies durante media hora hasta recuperar la circulación.
El esfuerzo de la arista nos deja bastante mermados y una hora después tenemos que parar a comer para reponer energías. La cumbre no llega nunca, la pendiente no es fuerte, pero la distancia es muy grande y nuestros cuerpos acusan la altitud y el esfuerzo. El frío ya no es tan intenso como en la arista, el viento ha calmado un poco, excepto algunas ráfagas especialmente violentas que son como avisos. No hablamos, los planos de lo real y lo irreal se confunden en nuestros ojos, no se pueden evaluar las proporciones y cada uno prefiere concentrar sus energías en el próximo paso. Me invade una extraña sensación, no sé si tengo frío o calor, estoy como anestesiado, las únicas sensaciones, comunes en todos, son las de cansancio, mareo y angustia.
El marco que nos rodea es grandioso, ahora saboreamos bien esta gran montaña, lástima que nuestras mentes estén tan embotadas que no nos permitan reflexionar sobre lo que vemos. Los amplios platós se van alternando con escalones rocosos y gradas de hielo en las que parece que el corazón se nos quiera salir por la garganta.
Seguimos caminando, el mundo cotidiano no tiene nada que ver con nosotros. Ahora estamos en otra dimensión. Atravesamos las puertas de otra forma de vida y nuestro cuerpo pierde peso mágicamente. Nuestras mentes salen de nuestros cuerpos y se esparcen momentáneamente por este aire increíblemente nítido, para volver a nuestros cerebros y de un golpe hacernos patente de nuevo nuestro cansancio. Al fondo se ven unas rocas que deben de ser la cumbre. Estamos a más de 7.000 m. El pensamiento domina al cuerpo, la voluntad domina a la fuerza y solo una férrea disciplina mental nos arrastra hacia arriba. El silencio es como una losa que pesa sobre nosotros, es un gran silencio que solo el que ha subido a estos lugares o ha descendido a los abismos, puede conocer. El único sonido que percibimos está dentro de nosotros mismos, es nuestro corazón, que cada vez grita más hasta parecer una campana que golpea nuestra cabeza con su badajo.
De pronto cesan los golpes, nos detenemos, inmóviles, estamos en la cumbre, me parece escuchar una lejana melodía. Nadie reacciona, el cansancio es inmenso y preferimos abstraernos, hasta que pasado un rato entramos en ese extraño rito montañero, un poco pagano y un poco fanático: fotografías, dejar constancia de nuestra ascensión, abrazos lágrimas. Hay que recordar a las personas que sabemos pendientes de nosotros y que también han luchado y se han sacrificado para que este momento sea posible. Pero entre todo prevalece una idea, estamos en la cumbre. Volvemos a extasiarnos con el paisaje que siento no poder recordar hoy. En mi mente solo quedan sensaciones y aquellas piedras de la cumbre, piedras al fin y al cabo, pero piedras que nos han motivado un esfuerzo, un sacrificio y una vivencia que nunca podremos olvidar.
Súbitamente siento frío, hay que volver a pensar y en ese momento me doy cuenta de que vuelvo a tener los pies helados. Hay que descender.
El descenso
Comenzamos a desandar nuestro itinerario. Yo creía que el descenso sería descansado, pero me equivocaba. Hay que volver a esforzarse y nuestros pasos son cada vez más torpes.
El agotamiento vuelve a embotar nuestras ideas, pero en el fondo voy rememorando esos minutos que no puedo calificar de felices ni alegres, simplemente los he vivido y ya es algo. Sé que nos han dejado una huella.
Javier y yo quedamos algo rezagados. Se cometen algunos desvaríos como quitarse los crampones en momentos difíciles, pero al fin llegamos a la tienda. Me acuesto rápidamente, presa de unos temblores que solo se me van con una sopa muy caliente. Juan Carlos prefiere bajar al C. III para no volver a pasar una noche tan apretados.
El frío sigue siendo terrible cuando desplantamos la tienda al día siguiente. El descenso es muy pesado y los pies vuelven a helarse. En el C. III Juan Carlos ya ha desmontado y vemos con preocupación que las mochilas van ganando peso y nuestros cuerpos van perdiendo fuerzas. Pero estamos decididos a descender hasta donde nos sea posible hoy mismo.
La subida al Razdelnaïa es un regalo del que ya no nos acordábamos, aunque su descenso ‘tampoco está mal’ y al nivelarse la pendiente nos tiemblan las piernas por el esfuerzo. Al llegar al C. II el cansancio ya es sublime. Lo prudente sería descansar aquí, pero optamos por descender. Las mochilas vuelven a aumentar y llega el período de las caídas, en las que levantarse supone un esfuerzo supremo, la mochila parece estar pegada a la nieve. Lo agradable es caerse y descansar así unos segundos y lo desagradables, levantarse y continuar.
En el C. I todo son abrazos y felicitaciones. Nuestro compañero Rafa nos da la feliz noticia de haber conquistado dos cumbres vírgenes, los Picos Valencia (5.100 m) y Concordia (5.300 m), ambas con miembros de la expedición catalana. Estas cumbres, bautizadas por ellos, son objeto de un laborioso trámite para que queden registradas como primeras absolutas y para que sus nombres queden en la cartografía soviética. **
El descenso al C. B. es igualmente dramático para nosotros. Las mochilas llegan a los 40 kg y la dureza del recorrido nos deja ‘finos’, aunque el buen humor nos hace verlo todo mejor, hasta las estrellas del dolor de hombros.
Como broche de oro, hay que cruzar el río (desagüe del glaciar Lenin), que ha triplicado su caudal por las recientes nevadas. El agua helada nos llega por encima de las rodillas. Durante cinco días de descanso en el campo base, empleamos un tiempo en conocer de cerca a los kirghises, que hacen gala de una gran hospitalidad. En sus yurtas nos invitan a sus manjares: manteca rancia, té sin colar y pétreas tortas de pan que conservan enterradas en el permafrost. Al principio rechazamos sus invitaciones, pero sus rostros (descendientes directos de Atila) adquieren un gesto que nos convence de la exquisitez de sus viandas.
Tres días más en Moscú completan el programa de la expedición. Compras, visitas al circo ruso, grandes almacenes, Beriozkas, museos, etc. El 15 de agosto, con nuestras balalaikas y gorros rusos (en la maleta, claro), tomamos el avión rumbo a Austria. De nuevo nervios, exceso de equipaje, traslado de petates, rutina, monotonía de nuevo. Madrid, taxis, hotel, bocata de calamares. Valencia, champagne en la estación, abrazos, lágrimas y … recuerdos. Dentro de unos días seremos los de siempre, la cuerda quedará plegada y guardada, y el piolet limpio y colgado en su lugar de reposo. En nosotros la acción habrá dejado paso al recuerdo, recuerdos y …, nuevos proyectos. Dónde iremos la próxima vez? Qué altitud nos vamos a plantear? Hay que decidir la próxima montaña, la cordillera, los componentes. Hay que volver a pensar, a trabajar. Hay que volver a ponerse en marcha.
JOAN V. GRIFOLL
Octubre de 1981
BALANCE DE LA EXPEDICIÓN
- Pico Petrovski -4.700 m- (1ª nacional)
- Pico Razdelnaïa -6.149 m-
- Pico Concordia -5.300 m- (1ª absoluta)
- Pico Valencia -5.100 m- (1ª absoluta)
- Pico Lenin -7.134 m- (1ª nacional y primer sietemil valenciano)
* Una de las alpinistas que perdió la vida en 1974 fue Elvira Shataeva, jefa de expedición y mejor alpinista soviética del momento (ver Apuntes sobre la Historia de la Escalada y el Alpinismo VII, en la Zona Técnica de esta misma web de la S.E.V.).
** Ambas cumbres aparecen en los planos editados desde 1982 en la URSS, como pudimos comprobar años después.