APUNTES SOBRE LA HISTORIA DE LA ESCALADA Y EL ALPINISMO (VII)
Las chicas en la élite del alpinismo
Joan Grifoll

En el artículo 2 de esta serie de apuntes, vimos cómo las mujeres entraban pisando fuerte en el montañismo, mujeres pioneras como Fanny Bullock, Annie smith o Leny Riefenstal, que en compañía de grandes escaladores o formando cordadas exclusivamente femeninas, afrontaban paredes y montañas del mismo nivel que los mejores alpinistas. Finalizaba el artículo con dos grandes nombres, Loulou Boulaz y Claude Kogan, que alcanzaron un nivel excepcional en escalada, llegando a medirse a grandes montañas del Himalaya. Sin embargo, tras estas mujeres encontramos un vacío de nombres en la primera línea del alpinismo que dura prácticamente hasta los años 70. Recordemos que la última grande, Claude Kogan, perdió la vida en 1959, en el Cho Oyu. Esto no quiere decir que no hubiese mujeres alpinistas, claro que las había, pero no llegaban a un nivel que las situara en una élite histórica.

Este impass comenzó a finalizar con la llegada de unas mujeres que apenas contaban 20 años cuando desapareció Claude Kogan. La primera de ellas fue Elvira Shataeva (1938-1974), pero… ¿Quién era esta mujer que apenas aparece en los libros de historia del alpinismo? El oscurantismo soviético del momento nos impide saber dónde nació, pero sí que era graduada en la escuela de arte de Moscú, miembro de Komsomol, atleta, y físicamente distinguida; Elvira trabajó como instructora del Comité de deportes del distrito de Kiev de la ciudad de Moscú en DSO «Spartak». Muy joven, se casó con Vladimir Shataev, al que conoció de estudiante y con quien compartía la afición al alpinismo. Con el tiempo, Shataev llegó a ser campeón nacional de alpinismo, miembro del Comité Deportivo de Montaña y representante de dicho Comité. Elvira estaba convencida de que tener un marido así le iba a facilitar el camino a la montaña, pero pronto se dio cuenta de su error. En las expediciones de Vladimir tenía que ir como esposa, fotógrafa o fisioterapeuta, pero siempre relegada a los campos base. Elvira creía firmemente en la competencia física de las mujeres, pero, aunque el aparato propagandístico del régimen aprovechaba cualquier oportunidad para airear las oportunidades de las mujeres, la realidad era muy distinta, lo cierto es que la administración solo se preocupaba de fabricar deportistas de élite.

Shataeva, segunda por la derecha, y su grupo en el Ushba

A base de constancia, tesón y una considerable experiencia adquirida en cumbres del Cáucaso y del Pamir, en 1970 recibió el título de maestra de deportes de la URSS en montañismo, lo que le abrió paso para intentar las cumbres más altas. En 1971, unida al equipo masculino bajo la dirección de Vladimir, Elvira ascendió al punto más alto de la URSS: el Pico Comunismo (7495 m), convirtiéndose en la tercera mujer en la cima, lo cual le dotó de un prestigio que utilizó para organizar la primera expedición íntegramente femenina a un “sietemil”, y la cumbre elegida fue el Pico Evgeniya Korjenevskaya (7.105 m), tercera cumbre más alta de la Cordillera del Pamir, bautizado así en honor a la esposa del geógrafo ruso Nikolai Korjenevskaya. Elvira alcanzó la cumbre en compañía de Galina Rogalska, Ilsur Mukhamedova y Antonina Sleep. Este nuevo éxito, acompañado de medallas, colocó a Shataeva en una carrera imparable encaminada a materializar sus ambiciosas ilusiones. Así, un año después, nuevamente con un grupo exclusivamente femenino, completó la travesía de las cumbres gemelas del Ushba (4.710 m), una de las travesías más comprometidas del Cáucaso, mérito suficiente para conseguir la autorización de su sueño más acariciado: reunir un grupo de escaladoras para realizar la famosa travesía del Pico Lénin (7.134 m), subiendo por la arista Lipkin y descendiendo por la Razdelnaia.

Una vez más, los organismos burocráticos soviéticos se opusieron a conceder el permiso. En su opinión, el objetivo propuesto se hallaba muy por encima de las posibilidades de un grupo de mujeres. Pero Elvira poseía una gran fortaleza física y mental; su fino cabello rubio y sus cautivadores ojos azules escondían la determinación de un tanque ruso. Tras interminables horas escribiendo cartas y “haciendo pasillo”, consiguió su permiso.

El verano de 1974, integradas en el campamento internacional de alpinismo, organizado por el Sportkommité de la URSS, estaban las componentes del equipo: Elvira Shataeva, Tatyana Bardashova, Galina Perekhodoyuk, Valentina Fateeva, Irina Lyubimtseva, Nina Vasilieva, Ilsiar Mukhamedova y Lyudmilla Manzharova.

Placa conmemorativa en Acik Tash

El 30 de julio, tras dos semanas de aclimatación, el grupo sale del campamento de Acik Tash (pradera de las cebollas), camino del Lénin. El 3 de agosto, a 6.500 m, deciden tomarse el día de descanso, cuando lo más lógico hubiera sido intentar la cumbre y descansar durante el descenso. Probablemente la causa radicaba en su precario equipamiento: botas sencillas de cuero, guantes de lana, pesados hornillos de gasolina, mochilas de lona y tiendas de algodón con botones en lugar de cremalleras. Tras el día de descanso, las rusas se dirigieron a la cumbre, pero al llegar, una tormenta se abatió sobre ellas, anulando completamente la visibilidad. Shataeva comunicó por radio al campo base que se disponían a vivaquear en la cumbre y la organización inexplicablemente dio su conformidad a sabiendas de que se aproximaba un fuerte empeoramiento meteorológico. En la mañana del 6 de agosto, la meteorología se volvió aún más preocupante. Shataeva informó que la visibilidad no había mejorado, pese a lo cual iniciaron el descenso. Durante la mañana del 7 de agosto, el viento se transformó en un huracán de tal calibre que hasta en el campo base fueron arrancadas tiendas de campaña. Irina Lyubimtseva no había superado la noche. A las 14 h., Elvira transmite al campo base: hemos perdido a Vasilieva y Fateeva; somos 5 para 3 sacos de dormir, tenemos mucho frío y cuatro manos severamente congeladas. El último mensaje llegó a las 21:12 de ese fatídico 7 de agosto: las palabras de Galina, apenas susurradas e interrumpidas por las lágrimas fueron: “quedamos solo dos, no tenemos más fuerzas. En 15 0 20 minutos ya no estaremos vivas”.

Veinticuatro años después de la primera ascensión a un ochomil (Annapurna, 1950), una cordada, perteneciente a una expedición íntegramente femenina, alcanzaba por primera vez un ochomil, el Manaslu (8.163 m). Poco sabemos de estas pioneras y poco se sabía en su momento ya que eran japonesas y el alpinismo oriental era muy desconocido en Europa y en los medios alpinísticos en general. Se eligió el Manaslu por ser un ochomil alcanzado por primera vez por los japoneses en 1956, expedición de la que tampoco se sabe mucho.

El 4 de mayo de 1974, Naoko Nagaseko (1938-¿?), Masako Uchida (1941-¿?) y Mieko Mori (1941-¿?) se convertían en las primeras mujeres en pisar la cumbre de un ochomil, acompañadas del sherpa Shirdar Jambu. Todas las componentes de la expedición pertenecían al Club Alpino Jungfrau, de Tokio, y la planificación y ejecución de la expedición en general, fue modélica, perfecta. No en vano habían invertido 5 años en su preparación y desde un principio, lo que tenían claro es que querían intentar un ochomil sin la ayuda de alpinistas masculinos, únicamente sherpas desarrollando su trabajo, como hacían en las expediciones masculinas. La preparación no fue solo física, como buenas japonesas concedieron a la preparación mental y al espíritu de equipo una importancia capital, para ello, durante el último año se reunían todos los meses para hablar, conocerse y convivir, lo que consideraban tan importante como el entrenamiento, para conseguir un necesario espíritu de equipo.

El Manaslu (8.163 m)

Tras superar los problemas de financiación, como cualquier otra expedición, las once alpinistas llegaban al campo base a mediados de febrero y Nagaseko, Uchida y Mori alcanzaban la cumbre tras la instalación de 5 campamentos de altura. Al día siguiente, el 5 de mayo, Teiko Suzuki desapareció en un segundo intento a cumbre en solitario. Su mochila y su chaqueta se encontraron en las inmediaciones del último campamento. Esta pérdida, unida a la de las ocho alpinistas rusas en el Lenin, pocos meses después, desató de nuevo las críticas en prensa hacia el alpinismo femenino, la pregunta era: ¿Son siempre conscientes esas locas de la montaña de dónde se meten?

De nuevo las mujeres se asomaban a la élite del alpinismo y de nuevo el machismo hacía su aparición, tal vez temeroso de que el “sexo débil” arrebatase los lugares de privilegio que creían tener algunos.

Junko Tabei

Pero lejos de amilanarse, estas bravas alpinistas tenían muy claro que tenían mucho que decir en el mundo del frío y el vértigo y para ello aumentaron sus expectativas y miraron más alto, a lo más alto.

De repente, en 1975 y posiblemente basándose en las metas alcanzadas, entró la fiebre de poner una mujer en la cumbre del Everest, no en vano ese era el Año Internacional de la Mujer.

Pese a lo que pudiera parecerles a algunos, la ascensión al Manaslu del año anterior no había sido una casualidad, el nivel del alpinismo japonés era alto y la determinación de las mujeres que lo practicaban era muy grande. Para demostrarlo, una tal Junko Tabei (1939-2016) organizó y dirigió una expedición al Everest completamente femenina. Reinhold Messner, se cruzó con ellas durante la marcha de aproximación al campo base y reflejó un solo comentario en su diario: “Su jefa, Junko Tabei”, me pareció tímida”.

Junko nació en Miharu, departamento de Fukushima, con el nombre de soltera de Ishibahi, y con solo 10 años tuvo su primera experiencia montañera con la ascensión al volcán Nasu, al norte de Japón. Era la quinta de siete hermanos y fue una niña frágil y débil, de mayor solo llegó a medir 1’52 m de estatura y a pesar 50 kg. Con esos mimbres, su familia no apoyaba su afición a la montaña, además de que los recursos económicos eran más que escasos, pese a lo cual comenzó a escalar en la escuela secundaria y con el Club de Montaña de la Universidad de Tokio, donde estudió literatura inglesa y americana, ascendió al Monte Fuji (3.776 m), ascensión que encendió esa llama que ya no se apaga en algunas personas. Al finalizar la universidad fue admitida en el selecto club de escaladores “Rhyu”, en el que era la única mujer. En 1956, conoció a Masanobu Tabei, también alpinista, con el que se casó tres años más tarde y con el que practicó asiduamente la escalada, entre otros lugares, en los Alpes. En 1970, sin esperarlo, le llegó una invitación para participar en una expedición exclusivamente femenina al Annapurna III (7.555 m), invitación que aprovechó al máximo, alcanzando la cumbre. Esta ascensión supuso un punto de inflexión que la llevó a ser considerada una gran alpinista. A su regreso su marido le pidió un hijo y durante el embarazo, aprovechó para hacer planes, entre ellos pedir un permiso de ascensión al Everest, permiso que le concedieron en 1972, cuando su hija, Noriko, contaba solo 5 meses, aunque era para tres años después.

Junko Tabei en el Everest

Dieciséis mujeres, con Junko Tabei a la cabeza y Eiko Hisano como segunda de a bordo, trabajaron durante tres años para superar el principal problema de todas las expediciones, el económico. Su presupuesto fue de 55.000 €, cuando el año anterior, otra japonesa masculina tuvo más del doble. El 16 de mayo, a las 12:30, Junko se convertía en la primera mujer sobre el techo del mundo, acompañada del sherpa Ang Tsering, que se paró en la cumbre sur a fumar un cigarrillo mientras esperaba a la japonesa, y al llegar a lo más alto tuvo que gritarle “señora Tabei, eso es la cumbre”, porque ella seguía andando. En sus recuerdos de cumbre cuenta que lo único que pensó en lo más alto fue en los 1.400 días de preparativos, que terminaban allí mismo. A su regreso, fue declarada heroína nacional en Japón.

En 1992, Tabei fue la primera mujer que completó el desafío de las Siete Cumbres, las más altas de cada continente, al coronar el Elbrus (5.642 m). Pero entre el Everest y el Elbrus no estuvo quieta, en 1981 escaló el Shisha Pangma (8.013 m), en 1987, el Aconcagua (6.962 m), en 1988, el Denali (Mc Kinley) (6.190 m), y el mismo 1992, el Monte Vinson (4.982 m), el más alto de la Antártida.

En 2000, publicó una tesis doctoral sobre el problema de la basura en la cordillera del Himalaya. Pese a serle diagnosticado un cáncer en 2012, Junko Tabei siguió subiendo montañas, hasta que el 20 de octubre de 2016, ese cáncer se la llevó a los 77 años.

Phantog

Tan solo 11 días después de que Junko Tabei alcanzara la cumbre del Everest, el 27 de mayo, a las 14:30 h, la tibetana Phantog (1939-2014) se convertía en la segunda mujer en el techo del mundo. Esta tibetana, miembro de una familia de siervos del Tíbet rural fue elegida para participar en la expedición al Everest gracias a su gran fortaleza física, que había demostrado en su ascensión al Muztagh Ata (7.546 m), en 1959. Tras la conquista del Everest, Phantog fue diputada del Congreso Nacional del Pueblo durante 5 mandatos. Casada con Deng Jiashan, comisario político del equipo nacional de alpinismo chino, tuvo tres hijos. Falleció el 31 de marzo de 2014, a los 75 años a causa de la diabetes.

Como conté en el capítulo anterior, en 1984, durante el curso de nuestra expedición al Gasherbrum II (8.035 m), conocí a Kurt Diemberger en Rawalpindi. Él se dirigía al Broad Peak (8.051 m) y al K2 (8.611 m), siguiendo su proyecto de formar el equipo de filmación más alto del mundo. Naturalmente, yo sabía mucho de Diemberger, había leído muchos de sus libros, sobre todo Entre cero y ochomil metros. En ese libro hablaba de su mujer, Tona (Mª Antonia Sironi), mujer de extraordinaria belleza con la que había compartido numerosas aventuras en la montaña, de la que se separó para casarse con Teresa, por eso me sorprendió tanto verlo en compañía de otra mujer que ‘oficialmente’ solo era su compañera de filmación. Esa mujer era Julie Tullis (1939-1986), una mujer dulce, discreta, elegante y muy distinguida, cualidades que a simple vista contrastaban notablemente con Diemberger, abierto, campechano y muy amante de la tertulia cervecera.

Julie Tullis en posición de meditación de budo

Julie nació en Surrey, al suroeste de Londres, de padre español y madre alemana, por lo que su apellido de soltera era Palau. A los 17 años, siendo secretaria en unos almacenes, comenzó a escalar en High Rocks con sus amigos del momento y probablemente esa afición no hubiera ido a más si no hubiese conocido a Terry Tullis, escalador y alpinista, ya que las artes marciales ya llenaban una parte importante de de vida de Julie. El matrimonio no fue lo que esperaban, sobre todo desde que nacieron sus dos hijos, Christopher y Lindsay, debido a las penurias económicas, varios intentos empresariales fallidos y sobre todo, un accidente laboral que mantuvo a Terry largo tiempo de baja, tiempo en que Julie no se derrumbó gracias a su fortaleza mental y al Aikido. A finales de los 70, la perspectiva mejoró, con el auge de la escalada en roca (nacimiento de la escalada deportiva) se hicieron cargo de la escuela de escalada de High Rocks, consiguiendo por fin estabilizar su vida. En 1975, Diemberger, acompañado de su esposa Teresa, llegó a Inglaterra para dar una serie de conferencias y el grupo organizador encargó a Julie que los recogiese en el aeropuerto y los trasladara a los diferentes lugares en los que se iban a dar las conferencias. El contacto generó una amistad que devino en una relación comercial, en 1980 trabajaban juntos dando giras de conferencias y en 1981, Diemberger contrató a Julie como técnico para una expedición francesa al Nanga Parbat, organizada por Pierre Mazeaud, naciendo así el que sería el equipo de filmación más alto del mundo. Las expediciones se fueron sucediendo: K2, Everest…, en 1983, Julie se convirtió en la primera mujer que alcanzó los 8.000 m en el K2, por la cara norte.

En 1984, año en que coincidimos los valencianos y la pareja Diemberger – Tullis, enrolados en una expedición del suizo Stefan Wörner, llegaron a la cumbre del Broad Peak (8.051 m), siendo Julie la primera británica en hacer un ochomil, y realizaron un primer reportaje sobre el K2.

Y así llegó el año 1986, año en que Kurt y Julie se reunieron con un numeroso grupo de grandes alpinistas: Renato Casarotto, Maurice y Liliane Barrard, Alan Rouse, Willi Bauer, Wanda Rutkiewicz, Michel Parmentier y los españoles Alberto Zerain, Mary Abrego y Chema Casimiro (ver el capítulo 6 de esta misma serie). Cuando Kurt y Julie comenzaron la ascensión, la montaña ya se había cobrado 5 vidas, entre ellas, la de Casarotto y el matrimonio Barrard. El 2 de agosto llegaron a al campo IV, desde el que se realizaban los intentos a cumbre, en un lugar conocido como el Hombro, ya a 8.000 m, y ese mismo día empezó a fraguarse la tragedia, ya que el número de alpinistas era muy superior al de plazas en tienda de campaña. El 4 de agosto, Kurt y Julie alcanzaron la cumbre, pero a las 17:30 h, por lo que resultaba evidente que no llegarían con luz al campo IV, y para acabar de complicar las cosas, Julie tropezó, salvándose milagrosamente de una caída fatal, pero haciendo ya inevitable el vivac a 8.400 m. Julie salió muy afectada de esa noche, por lo que llegó completamente agotada al campo IV. Durante la madrugada del día 6, se desató una tormenta que anuló todo intento de descenso por parte de los 7 alpinistas que allí se encontraban que, además, estaban completamente agotados, e incluso algunos en estado de semiinconsciencia, como Alan Rouse y su compañera, la polaca Mrufka (hormiga), Dobroslawa Wolf. Esa misma noche, del 6 al 7, Julie murió en la tienda de los austríacos.

Julie Tullis en el K2

Del grupo de 7, tan solo llegaron al campo base Diemberger y Bauer. Alan Rouse se quedó agonizando en el campo IV y los dos austríacos, Imitzer y Wiesser, y Mrufka, murieron durante el descenso, de agotamiento. Aquel verano de 1986 fue uno de los más trágicos en la historia del K2.

“Según las estadísticas, uno de cada diez expedicionarios no regresa, pero eso para muy pocos supone un obstáculo que les desanime a intentarlo. ¿Porqué iban a desanimarse precisamente las mujeres?

Wanda Rutkiewicz (Caravana de sueños)
Wanda Rutkiewicz

El 4 de febrero de 1943, en la ciudad lituana de Plungiany, nacía Wanda Blaszkiewicz, hija de Zbigniew y María, en el seno de una familia modesta que tuvo que trasladarse a Breslavia (Wroclaw, Polonia) tras la anexión de Lituania por la URSS, al terminar la Segunda Guerra Mundial. En esos momentos el mundo del alpinismo no sabía que acababa de nacer la mejor alpinista del s. XX, Wanda Rutkiewicz (1943-1992), y probablemente la mejor de todos los tiempos, si no se hubiera interpuesto en su camino el Kangchenjunga.

La infancia de Wanda no fue feliz, cuando tenía 5 años, su hermano mayor murió junto a sus amigos mientras manejaba una vieja mina de la guerra, poco después tuvo que afrontar la separación de sus padres y a los 29 años, el asesinato de su padre a manos de unos delincuentes que entraron a robar en su casa.

En 1964 se graduó como ingeniero electrónico y ese mismo año fue nombrada Deportista del Año y propuesta como componente de la selección polaca de voleibol, pero desde los 18 años la montaña formaba parte de su vida a un ritmo creciente, el veneno de las alturas se había introducido en ella y pronto pasaría a ser su única pasión. Poco después de su graduación comenzó a escalar en el Cáucaso y en los Alpes, en donde escaló el Mt Blanc, el Grépon y los Grands Charmoz, en compañía de Halina Krüger-Syrokomska, y el año siguiente, ambas subieron el pilar Este del Trollyggen, en Noruega, escalada considerada como extremadamente difícil, siendo la primera cordada femenina que lo hacía.

En 1970, se casó con el matemático Wojtek Rutkiewicz y poco después, para reafirmar su independencia, se fue al Pamir para escalar el Pico Lénin (7.134 m). Su matrimonio duró poco, apenas tres años: “Todos los intentos de limitar mi independencia los contemplo como una agresión contra la que, en lugar de agachar la cabeza, reacciono con tozudez”

Wanda en la cumbre del Everest

Dueña de nuevo de su libertad y feminista convencida, se lanzó a realizar uno de sus sueños, organizar expediciones íntegramente femeninas, los mismos sueños que antes tuvieron Elvira Shataeva, Junko Tabei, Naoko Nagaseko y otras irrepetibles mujeres. Así, en 1972, organiza su primera expedición exclusivamente femenina al Nosaq (7.492 m); en 1973, encordada con Danuta Wach y Stefania Egierszdorff consigue la primera repetición del pilar Norte del Eiger, una proeza que le costó graves congelaciones, de las que se recuperó en Innsbruck. El año siguiente regresó al Pamir para intentar su segundo sietemil allí, el Pico Evgeniya Korjenevskaya (7.105 m), en el que casi pierde la vida a causa de un edema pulmonar, pero lejos de amedrentarse, volvió el año siguiente a primera línea con el proyecto que la lanzaría a integrarse en la élite del alpinismo mundial, una expedición femenina para escalar la cumbre más alta de la Tierra que aún quedaba virgen, el Gasherbrum III (7.952 m), cuyo éxito la hizo famosa en Polonia y en los medios alpinísticos de todo el mundo.

La puerta hacia una vida plenamente integrada en el mundo expedicionario himalayista estaba abierta, pero su estrella continuaba recordándole las desgracias de su juventud. Después de un intento frustrado de expedición al Nanga Parbat, en 1976, cayó gravemente enferma de una meningitis que amenazaba su vida, no solo alpinística, sino doméstica. Tras una larguísima recuperación en la que tuvo que volver a aprender a andar, hablar y comer, en 1978 se desquitó con una escalada íntegramente femenina y polaca, con tres compañeras, a la norte del Cervino, de la que una vez más regresó con graves congelaciones.

De nuevo en la élite del alpinismo, en 1978 es invitada por el inefable Karl Herrligkoffer para participar en una expedición al Everest en la que era la única mujer y en la que la convivencia con sus compañeros no fue precisamente fácil. El 15 de octubre, Wanda y sus compañeros se encontraban en el Collado Sur, último campamento antes de la cumbre, ya a ochomil metros. Allí sufrió el primer contratiempo al no disponer de saco de dormir, ya que lo había dejado en el campamento anterior, confiando en encontrar alguno abandonado, lo que no es difícil pues muchos alpinistas lo dejan allí al bajar de la cumbre, pero no fue ese el caso. Afortunadamente allí se encontraban algunos miembros de la expedición francesa de Pierre Mazeaud, uno de los cuales era Kurt Diemberger, amigo de Wanda, que le cedió su saco ya que él había hecho cumbre ese día y descendía el día siguiente. Pese a ello, una noche a 40 bajo cero, sin saco de dormir, debió de ser muy dura para Diemberger.

Para no tener que depender de sus compañeros, Wanda subió sola, sin encordarse y aún se quedó más sola después de una nueva discusión con Sigi Hupfauner a cuenta del oxígeno. Cargada con el equipo de filmación, era incapaz de transportar dos botellas más y volvió a quedarse sola, a 400 m de la cumbre y asustada. Se puso a llorar y sintió que las rodillas le temblaban. Afortunadamente, Mingma, uno de los sherpas subía tras ella y al alcanzarla le cogió una de las botellas. Haciendo acopio de todo el valor y las fuerzas que le quedaban, continuó hasta la cumbre en la que sus compañeros tuvieron que rendirse ante su coraje. Sigi la abrazó cálidamente mientras le decía: “Nuestras diferencias no existen aquí arriba”.

Wanda Rutkiewicz fue la tercera mujer en la cumbre del Everest, la primera europea y la primera persona de Polonia que lo hacía, y desde ese momento fue considerada la mejor escaladora del mundo. Entre los muchos reconocimientos que se le prodigaron tras el Everest, uno de los que más apreció fue el del Papa, el polaco Karol Wojtyla (nombrado Papa el mismo día que Wanda llegó a la cumbre), al que regaló una piedra del Everest engastada en plata.

Un año más tarde vuelve a la roca para conseguir dos grandes escaladas en el macizo del Mt Blanc, la Bonatti al Grand Capucin y la Directa Americana al Petit Dru, ambas junto a Irina Kesa.

Pero las expediciones exclusivamente femeninas eran su obsesión y además ya se había contagiado del “virus del Himalaya”, por lo que, contando con un permiso para el K2 en 1981, decidió ir al Elbrus el año anterior para ir aclimatando. Y allí, la negra estrella que tantas veces había aparecido en su vida, volvió a visitarla. Arrastrada por una compañera que bajaba de la cumbre tras ella, sufrió una caída de 200 m que le provocó una fractura abierta en una pierna. Fue operada en Innsbruck por el doctor Helmut Sharfetter, con quien se casó poco después, adquiriendo así también la nacionalidad austríaca.

Un año después, en un insólito ejemplo de tenacidad, llegó con muletas al campo base del K2 (150 km por montaña y glaciares), para acompañar a sus amigas de la expedición que ella misma había diseñado, pero desgraciadamente lo que hizo fue perder a su mejor amiga, Halina Kruger-Syrokomska, que murió tras sufrir un derrame cerebral mientras dormía en el campo dos.

En 1983, con 40 años cumplidos, consigue un nuevo ochomil, el Broad Peak (8.047 m), encordada con Anna Czerwinska y Krystyna Palmowska, sin oxígeno ni porteadores de altura. Un año más tarde, las tres del Broad Peak, más Dobroslawa Miodowicz, se dirigen de nuevo al K2 como grupo independiente pero integradas en una expedición comercial dirigida por Stefan Wörner y de la que ya hemos hablado en capítulos anteriores, pues coincidió con la primera valenciana al Gasherbrum II, lo que nos permitió a los valencianos conocer a Kurt Diemberger, Julie Tullis, Peter Habeler y a la propia Wanda Rutkiewicz, entre otros componentes de aquella expedición.

Pese a los dos años de inactividad y cuatro operaciones en su pierna, Wanda se encontraba en plena forma, pero el mal tiempo hizo desistir una vez más a las intrépidas polacas. A su regreso, Wanda se separó de su segundo esposo: “Cuando me di cuenta de que los deberes familiares no eran de mi agrado y que no quería tener que hacer nada que no me gustara, la única salida que vi fue la separación”.

Wanda al pie del K2

Totalmente libre de todo tipo de ataduras, se lanza a materializar sus sueños y plantearse nuevos desafíos. En 1985, consigue en estilo alpino nada menos que la sur del Aconcagua, con Stéphane Schaffer, y pocos meses después, el Nanga Parbat (8.126 m), por la vía Kinshofer, en una nueva expedición femenina capitaneada por ella misma.

En 1986, su infinita tenacidad le hace regresar al K2 (8.611 m), aprovechando un encargo de la radiotelevisión austríaca para filmar la escalada. Como hemos visto anteriormente, ese fue el año más trágico en la historia de la segunda montaña más alta del mundo. En el campo base se encontró con Jerzy Kukuczka y Tadeusz Piotrowski, que querían abrir una ruta por la temible cara sur, Kurt Diemberger y Julie Tullis, Alan Rouse y Jim Curran, Mary Abrego y Chema Casimiro y con Renato Casarotto.

Wanda había llegado con Maurice y Liliane Barrard, y con Michel Parmentier, alpinista francés al que ella detestaba. El 23 de junio, los cuatro salen hacia la cumbre, pero al ser principio de estación la nieve estaba muy fresca y les costó enormes esfuerzos abrir la huella, a lo que se unía una relación muy tirante entre Wanda, Liliane y Michel. Ese verano, todos coincidían en afirmar que Wanda se encontraba especialmente malhumorada, quizá por la presión de sus anteriores fracasos en esa montaña o por el recuerdo de su mejor amiga, enterrada en el campo base.

Para multiplicar los problemas, los Barrard no están bien aclimatados, y la relación con Parmentier es ya de guerra declarada. Tan solo 400 m más arriba, a 8.300, deciden instalar un nuevo vivac y al día siguiente, a las 7.30 h, salen hacia la cumbre y a las 11 h, Wanda y Liliane son las primeras mujeres en pisar la cumbre del K2 y para ambas su tercer ochomil. Una hora después inician el descenso y sobre las tres y media, los Barrard toman la increíble decisión de quedarse a descansar en la tienda montada a 8.300 m, hasta el día siguiente. Esta fue probablemente la última decisión de su vida. Wanda y Maurice, no queriendo dejar solo al matrimonio, se meten también en la tienda. Al día siguiente, Michel baja el primero con las cuerdas, para ir asegurando los pasos complicados y en el descenso se encuentra a los navarros Abrego y Casimiro, que han vivaqueado en su descenso de la cumbre. Wanda y los Barrard bajan más atrás y mientras el tiempo empieza a deteriorarse, Wanda va bajando a un ritmo muy superior al de los Barrard. Finalmente, Wanda, Michel y los navarros llegan al campo IV, a 7.900 m, ya casi en plena tempestad y sin noticias del matrimonio francés. Al día siguiente, Wanda y los navarros emprenden un descenso desesperado a vida o muerte, pero Parmentier prefiere quedarse en el campo IV por si el matrimonio Barrard consigue llegar. A la mañana siguiente inicia el descenso ya en medio de una furiosa tempestad. Mientras tanto, Wanda se encuentra perdida, pero en la línea de las cuerdas fijas, aunque lleva dos días sin comer ni beber, con las manos y los pies insensibles, y víctima de constantes alucinaciones: oye voces que le acompañan, una de ellas la de su amiga Halina Krüger. El 27 de junio, cuatro días después de la cumbre, se desmaya cerca del campo base, siendo socorrida por los médicos de la expedición americana. Parmentier, guiado desde el campo base por su amigo Benoît Chamoux consigue bajar con vida.

Wanda Rutkiewicz

La terrible experiencia vivida marcará a Wanda durante el resto de su vida, pero al contrario de lo que se pueda pensar, será en positivo. Mientras era evacuada en helicóptero, con los pies y las manos afectados una vez más por severas congelaciones, ella está pensando ya en su próximo objetivo, y de esta experiencia nace su firme convicción de alcanzar los catorce ochomiles.

En 1987, fue el Shisha Pangma (8.013 m), en una expedición dirigida por Jerzy Kukuzcka. En 1990 fracasó en el Makalu, pero posteriormente alcanzó la cumbre del Hidden Peak (8.080 m), su sexto ochomil. En marzo de 1991 se bajó del Kangchenjunga, pero en otoño se apuntó el Cho Oyu (8.201 m) y el 22 de octubre, alcanzaba la cumbre del Annapurna (8.091 m).

En 1992, regresó al Kangchenjunga (8.596 m). De camino a la cumbre se cruzó con Carlos Carsolio, jefe de expedición, quien le dijo que debía de bajar porque era muy tarde. Ella le comunicó su intención de vivaquear para llegar a la cumbre al día siguiente, pero nunca llegó a descender, aunque Carsolio la esperó tres días en el campo 2. Wanda se había quedado a ochomil metros, en donde siempre le gustó estar, a los 49 años.

Wanda Rutkiewicz participó en 22 expediciones al Himalaya y alcanzó la cumbre de ocho de los catorce ochomiles, siendo considerada por muchos la mejor alpinista de todos los tiempos.

Todas estas mujeres tuvieron un sueño común, ir a la montaña huyendo de los estereotipos sexistas imperantes en su entorno. Sabían que en el caso de las escaladas mixtas, el éxito siempre iría ligado al nombre masculino de la cordada, por eso querían demostrar, y lo hicieron, que podían tener un lugar en la montaña por sus propios merecimientos. Igual que la generación de sus antecesoras (Bullock, Kogan, Boulaz…), su motivación y su huella cambiaron la forma de hacer las cosas y la perspectiva histórica del alpinismo. Poco a poco su objetivo feminista fue perdiendo empuje en las nuevas generaciones, a medida que se iba normalizando la presencia de la mujer en la montaña y se iba perdiendo la mentalidad masculina de que ellas los necesitaban a ellos. Las siguientes generaciones ya vieron a las mujeres en las montañas en un plano de igualdad con los hombres. Las últimas décadas del s. XX marcaron la nueva tendencia, pero como en todo proceso, hubo eslabones intermedios que dieron paso a la generación de mujeres alpinistas que se movían por la montaña en un plano de absoluta igualdad que los hombres: Alison Hargreaves, Catherine Destivelle, Chantal Mauduit… Personajes que estudiaremos en próximos capítulos.

BIBLIOGRAFÍA

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  • On Top: mujeres en la cima (Reinhold Messner). Desnivel, 2011.
  • Wiquipedia
  • Cuerdas Rebeldes (Arantza López Marugán). Desnivel, 2001.
  • Querida, esto es el Everest (Arantza López Marugán). Desnivel, 2003.
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