KARAKORAM HIMALAYA de André Roch.
I.G. Seix y Barral Hnos. S.A. Editores. Barcelona, 1949

Este libro narra el desarrollo de la expedición a la cordillera del Karakorum que organizó Günter Oskar Dyhrenfurth en 1934. Su propósito era alcanzar por primera vez la cumbre de una montaña de ochomil metros, afán generalizado en el mundo alpinístico de la época y que el profesor Dyhrenfurth ya había intentado en 1930, en el Kangchenjunga (8.579 m), expedición en la que escalaron el Jongson Peak (7.459 m), máxima altitud alcanzada hasta ese momento, aunque en 1934, año de la expedición narrada, la máxima altitud alcanzada era el Nanda Devi (7.820 m), por los grandes Odell y Tilman.

André Roch fue uno de los mejores alpinistas suizos del momento, combinando su pasión por las montañas con su profesión de glaciólogo. Con Robert Greloz, su fiel compañero, fue protagonista de primeras escaladas en las vertientes aún vírgenes de los macizos del Mt Blanc y Monte Rosa, contando en su historial con 24 primeras en dichos macizos. En Groenlandia desarrolló una gran actividad profesional y alpinística, con ocho ascensiones a cumbres vírgenes, y en el Himalaya, en las expediciones en que se integró o dirigió, llegó a 15 cumbres vírgenes. A estas actividades hay que añadir las de escritor, pintor y cineasta, actividad esta última que le reportó algunos premios y en la que destaca La montagne pour passion, en la que relata su vida de alpinista y en la que interviene la gran Loulou Boulaz.

Tras una breve exposición y un estado de los logros alpinísticos hasta el momento, el autor se enfrasca pronto en el relato de la expedición. Para poder financiarla, el profesor Dyhrenfurth había incluido en el proyecto la filmación de una película que se proyectaría en 1935 con el título de “El Demonio del Himalaya”, lo que incrementaba notablemente el grupo humano al incluir director, cámaras y actores, conformándose así el siguiente equipo expedicionario: Oskar Dyhrenfurth (jefe de expedición); Hettie Dyhrenfurth (esposa del profesor, que le acompañaba en sus expediciones); Richard Angst (operador de cine de montaña); Fritz von Friedel (ayudante de Angst); Gustav Diessl (actor principal); y los americanos Andrew Marton (director) y su esposa Yarmila Marton (actriz). El equipo de alpinistas era de ocho, contando al matrimonio Dyhrenfuth y a: Marcel Kurz, Pietro Ghiglione, Hans Winzeler (médico), Hans Ertl, Albert Höcht, Jimmy Belaïeff y el autor, André Roch.

Barco hacia Bombay. En la fila de arriba, el segundo por la derecha es el autor.
En primera fila, el segundo por la derecha es Willo Welzembach, a su derecha Hettie y Oskar Dyhrenfurth

Ya en las primeras páginas, el lector puede disfrutar de una traducción propia de la época en que se escribió el libro, en la que no era fácil encontrar traductores que dominasen el vocabulario alpinístico, con lo que se habla de la faceta norte o sur de tal o cual montaña y se denominan garfios a una de las herramientas del alpinista, no sabemos si se refiere a los piolets u otro útil para la escalada en hielo. También son curiosas las particularidades de las expediciones del momento, por ejemplo: Hettie Dyhrenfurth incluyó en el inmenso equipaje de todo el grupo 20 orinales, que el autor confiesa que los porteadores utilizaban como soperas.

El 13 de abril los miembros de la expedición se embarcan en Venecia para navegar hasta Bombay, trayecto que les llevará en doce días a la India, atravesando el Adriático, el Mediterráneo, el Canal de Suez, el Índico, etc. La descripción del viaje nos transporta a aquellos viajes decimonónicos en los que las aventuras se sucedían una tras otra. En el barco, el Conte Verde, coinciden con la expedición de Willy Merkl y Willo Welzenbach al Nanga Parbat, cuyo trágico desenlace es de todos conocido.

Una vez en Bombay, Roch nos sigue transportando a lejanos tiempos coloniales: “… huimos en taxi hacia el Hotel Majestic, lujoso palacio de estilo mixto, gótico y mongol. Nuestras habitaciones son inmensas y frescas, muy aireadas y llenas de ventiladores”.

El 27 de abril salen de Bombay en el Frontier Mail, tren que en 48 horas ininterrumpidas les llevaría a Rawalpindi, en el límite noroeste de la India, hay que recordar que en aquellos tiempos aún no existía el estado de Pakistán, y de allí en coche hasta Srinagar, capital de Cachemira, desde donde emprenderán una marcha de aproximación de tres semanas hasta el glaciar de Baltoro. Las descripciones del autor sobre el desarrollo del viaje y lo que van viendo son realmente encantadoras. Al llegar a Srinagar: “Comemos en el hotel vestidos de smoking, tal como lo exige el protocolo inglés”.

En el capítulo II, el autor nos relata la marcha de aproximación desde Srinagar a Skardou, que actualmente se realiza en coche desde Rawalpindi. Antes de iniciar dicha marcha, Roch cuenta detalles sobre la impedimenta de la expedición, que llega a las 7 toneladas, y de su vida y anécdotas en la capital de Cachemira, entre las que se encuentran diversos momentos de filmación para la película que supone el segundo objetivo de la expedición, aunque a lo largo de la historia parece convertirse en el primero. El 11 de mayo se inicia la aproximación, con el equipo en seis camionetas, que más tarde se trasladará a una caravana de 160 ponys. El autor intercala numerosos comentarios sobre la vida de los indígenas, porteadores y sobre las costumbres y trabas administrativas que los expedicionarios debían de superar continuamente, así como descripciones del paisaje que califica de maravilloso y todo ello salpicado de un tinte colonial, en el que los porteadores son culíes y a menudo se encuentran con europeos, cazadores, ingenieros, misioneros y hasta con un pastor anglicano suizo.

El 31 de mayo se inicia la verdadera marcha de aproximación, partiendo de Skardou, camino del valle del Braldo y glaciar de Baltoro, y los principales problemas expuestos por el autor son idénticos a los habidos en la primera expedición valenciana al Karakorum de 1984: conflictos con los porteadores, cruce de ríos y travesías de parajes peligrosos. En el camino hacia Askole las anécdotas son constantes, algunas de ellas motivadas porque hay expedicionarios que llevan armas, aunque ninguno de los lances resulta violento, y otras por los habitantes indígenas menos agradables: las pulgas y los piojos.

En su relato, el autor nos resume a grandes rasgos el argumento de la película que se filmará a lo largo de todo el viaje y a continuación, ya en el capítulo IV, un comentario sobre las 18 expediciones realizadas a la zona hasta el momento, todas ellas de exploración.

Mapa del Karakorum reproducido en el libro

Al no tener referencias gráficas como tenemos hoy en día, la impresión de los expedicionarios al contemplar montañas como el K2, Masherbrum, Chogolisa, etc., es de verdadera estupefacción, sentimiento que comparten al ver íbices en abundancia. Al llegar a Paiju, poco antes de entrar en el glaciar de Baltoro, el autor se lamenta de no llevar ninguno de los fusiles ya que se le ponen a tiro algunos de dichos cápridos. De lo que no pierde la ocasión es de pintar al óleo todo lo que sus ojos no dejan de admirar, para lo cual ha llevado un equipo completo de pintura.

En Concordia establecen lo que ahora llamaríamos el Campo Base, dando por finalizada la aproximación cuando estamos a mitad de libro, y comenzando lo que más bien será una fase de exploración. Es el 16 de junio, más de dos meses después de haber salido de Europa.

Una de las intenciones alpinísticas era escalar el Gasherbrum I (Hidden Peak, 8.068 m), para lo que se desplazaron por el glaciar de los Abruzzos en dirección al collado Conway, estableciendo sucesivos campamentos entre los que se comunicaban por señales ópticas.

El mes de julio, todo el equipo se dedicó a las labores de rodaje, posponiendo los intentos de escalada para el mes de agosto. En cuanto el equipo de filmación abandonó la montaña, los alpinistas se dedicaron a intentar alcanzar cumbres de renombre, para lo que ya solo disponían de unos 15 días, lo que unido a lo avanzado de la temporada, hizo que se tuvieran que conformar con dos cumbres secundarias del Baltoro Kangri y Sia Kangri, eso sí, superiores a los sietemil metros, lo que constituía un apreciable éxito.

Tras un descenso con anécdotas similares a las de la aproximación, se reúnen con el grupo de cineastas en Lamajuru, territorio de Baltistán conocido familiarmente como “El Pequeño Tíbet”, al ser su población budista tibetana. El equipo de Marton ha estado grabando ceremonias budistas en las numerosas lamaserías de la zona, que ilustrarán la película. En las páginas dedicadas a la estancia en Lamajuru, el lector se deleitará con las descripciones y contingencias que se relatan en ellas, la mayoría relacionadas con las costumbres de los budistas baltíes o con intentos de estafas al grupo expedicionario.

Las anécdotas, incidentes y tropiezos se suceden hasta llegar a Srinagar, entre ellos una persistente diarrea que afecta a varios expedicionarios y que combaten a base de ceniza de leña calcinada mezclada con té. Desde Srinagar, deshaciendo el camino de ida, llegan a Rawalpindi y antes de dirigirse a Bombay, pasan por Delhi y Agra para visitar el Taj Mahal.

A bordo del Conte Rosso y tras una breve parada en el Cairo para ver las pirámides, el grupo de alpinistas y cineastas llega a Venecia a mediados de octubre (el autor no especifica la fecha), tras seis meses de expedición, que era la duración media de las expediciones de la época. Es evidente que en seis meses de viaje por Asia, las experiencias se acumulan y las vivencias son numerosas. El autor relata muchas de ellas, algunas de las cuales resultan verdaderamente sorprendentes, como la de encontrarse a un cubano en Agra que había vivido ocho años en Florissant, Ginebra, en donde vivían André Roch y su amigo Jimmy Belaïeff.

Roch dedica un último capítulo a hacer un pequeño resumen de las expediciones de los últimos tiempos a la zona del Baltoro, habida cuenta que escribió el libro 11 años después de la expedición que motiva el relato.

Seguramente, el lector cerrará los ojos al pasar la última página para hacer una pequeña síntesis de las imágenes de leyenda que se han ido formando en su mente a lo largo de una lectura que le habrá transportado a unos tiempos de los que había oído hablar en películas, como la que filmaron en aquella ocasión, y a unos personajes, fundamentales en la historia alpinística del momento pero de los que hoy apenas tenemos referencias por nombres de refugios (Ghiglione, en el Mt Blanc) o por las reseñas de itinerarios alpinos en los que se mencionan los primeros escaladores. En todo caso el libro merece un lugar en la estantería de las joyas literarias del montañero bibliófilo.

Joan V. Grifoll

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