Los pasados días 22, 23 y 24 de octubre tuvo lugar el “I Congrés Intergeneracional de Muntanyisme de la C.V., CIMS”, organizado por la FEMECV. Uno de los talleres expuestos el día 24 corrió a cargo del doctor y alpinista, Javier Botella de Maglia. Ante el indudable interés de dicho taller y con el beneplácito del Dr. Botella, reproducimos el texto del taller, que con el título “Los conocimientos sanitarios en la formación del montañero” nos ofrece una visión crítica de la importancia de los conocimientos médicos que debe de atesorar todo alpinista y montañero que visite las montañas hoy en día.

Los conocimientos sanitarios en la formación del montañero

¿Aspira el montañero a ser autónomo en la toma de decisiones?

Hace tres o cuatro décadas nadie habría puesto en duda la importancia que tienen los conocimientos sanitarios en la formación del montañero. Dado que las actividades montañeras se desarrollaban en un ambiente en el que no era de esperar recibir ayuda exterior, se daba por supuesto que todo buen montañero debía poseer cierto conocimiento de los primeros auxilios, del mismo modo que debía saber cómo leer un mapa, usar la brújula o plantar una tienda de campaña, por poner sólo unos ejemplos.

Sin embargo, los cambios experimentados por el montañismo durante estas últimas décadas hacen que nos tengamos que replantear de otra forma este asunto. Ahora la cuestión ya no es saber cuáles son los conocimientos sanitarios que deben poseer los montañeros, sino preguntarse si los montañeros deben poseer conocimientos sanitarios o no. Y no es sólo eso. Como trataré de demostrar a continuación, eso no es más que una parte de un debate mucho más amplio: ¿Aspira el montañero a ser autónomo en la toma de decisiones? Probablemente la mayoría de los montañeros responderían afirmativamente a esta pregunta, pero la experiencia en el mundo real demuestra que no siempre es así. Analicemos algunos de los cambios que ha experimentado el montañismo en las últimas décadas:

Uno de ellos es la aparición de la profesión de guía de montaña.

En otros países de Europa esta profesión es muy antigua pero en España se estableció como oficio normativizado en la década de 1990. El guía de montaña es un profesional muy cualificado al que se le paga para que asuma la responsabilidad en la toma de decisiones, y eso incluye también todo lo relacionado con seguridad y salud. Podría argumentarse que el cliente de un guía puede permitirse carecer de conocimientos y de experiencia puesto que ya compra con dinero los de su guía. ¿Para qué voy a adquirir conocimientos de los primeros auxilios si ya voy con un experto al que pago para que los tenga? La publicación del libro «Seven summits» en 1988 supuso que gran cantidad de montañeros de todo el mundo tratasen de emular a los autores (un par de millonarios aburridos sin ninguna experiencia como montañeros) en el ascenso a las cimas de las montañas más altas de Europa, Asia, África, América del Norte, América del Sur, Oceanía y la Antártida. El mensaje que transmite explícitamente el libro -sin ningún disimulo- es que no vale la pena esforzarse para adquirir conocimientos y habilidades porque con dinero se puede comprar todo, incluidos los conocimientos y habilidades de quienes sí se han esforzado en formarse como montañeros. La consecuencia fue que el Everest y otras montañas famosas se llenaron de tipos sin conocimientos ni experiencia que pagaban fortunas a las compañías de guías para que los subieran a las respectivas cumbres. Algunos de ellos (yo los he visto) ni siquiera sabían cómo ponerse los crampones. Innecesario es decirlo, estas personas carecían de autonomía como montañeros y algunos pagaron su ignorancia con la vida.

Otro de ellos son los cambios experimentados en las telecomunicaciones.

En la actualidad la gran mayoría de montañeros disponen de teléfonos móviles, en ocasiones vía satélite, con los que pueden obtener información y solicitar ayuda exterior en caso necesario. Esto ha reducido enormemente el nivel de incertidumbre de muchas actividades montañeras. Hace años el montañismo en solitario era considerado una actividad sumamente arriesgada por su enorme nivel de compromiso. Hoy cabe preguntarse cuál es el significado del montañismo en solitario cuando el montañero va acompañado de un aparato con el que puede solicitar información o pedir ayuda en cualquier momento. ¿Para qué adquirir conocimientos si desde los lugares más remotos de la Tierra puedo acceder a Internet, consultar a un experto o pedir que me saquen de donde me he metido? Hace unos años atendí una llamada telefónica en el pasillo de la unidad de medicina intensiva en la que trabajo. Mi interlocutor, que llamaba desde el campamento base del Huandoy Norte, me conectó por radio con la pared, que es uno de los precipicios más grandes y difíciles de los Andes para que un miembro de la cordada de ataque me hiciera desde allí una consulta sobre el edema pulmonar de la altitud.

Un tercer aspecto a considerar es la creación de grupos de rescate en montaña constituidos por profesionales extraordinariamente cualificados y dotados de medios.

En España algunos de estos grupos están medicalizados. El primero de ellos, medicalizado en 1989, fue el CEI-SPA (Consorcio de Extinción de Incendios y Salvamento del Principado de Asturias), al que siguieron pronto los bomberos de la Generalitat de Catalunya y luego los GREIM de la Guardia Civil en Aragón. Estos grupos son sumamente eficaces, tienen un tiempo de repuesta muy rápido, pueden proporcionar asistencia médica sobre el terreno y pueden evacuar muy rápidamente en helicóptero a un paciente grave a un buen hospital, todo ello mucho más eficazmente que lo haría con medios de fortuna cualquier montañero experto en primeros auxilios.

Y un cuarto aspecto a considerar es el de las competiciones en montaña.

Los participantes en carreras de montaña, competiciones de escalada, carreras de esquí de montaña y actos similares confían en que los organizadores de estas actividades garantizan la asistencia médica a los deportistas que participan en ellas.

La medicina de montaña ha progresado notablemente en las últimas décadas. Ahora comprendemos mucho mejor los problemas de salud relacionados con la montaña y hemos aprendido mucho sobre cómo enfrentarnos a ellos. La paradoja consiste en que ahora que los montañeros disponen de más y mejor información sobre los aspectos sanitarios del montañismo es precisamente cuando menos se percibe que dichos conocimientos sean necesarios en la formación del montañero.

Ahora bien ¿Qué sucede si es el guía de montaña quien sufre un accidente, cae enfermo o muere? ¿Qué sucede si no se puede pedir auxilio porque el teléfono vía satélite deja de funcionar o se cae a un precipicio? ¿Qué sucede si la información colgada en Internet es errónea o es imposible contactar con el supuesto experto? ¿Qué sucede si no existe grupo de rescate en el país, o si existe pero no puede llevar a cabo el rescate? Esto último no es imposible. El grupo de rescate puede estar ocupado haciendo un rescate en otro lugar o puede estar desbordado por una situación de catástrofe. Sé de un montañero que se quejó porque el helicóptero del CEISPA tardó demasiado en rescatarlo del Naranjo de Bulnes, pero esa persona debería considerar que el CEISPA no se creó para estar incondicionalmente al servicio de los escaladores sino también para el rescate marino y para la atención urgente a los habitantes de las montañas. En principio no debe contarse con el helicóptero para los rescates nocturnos, con mal tiempo o por encima de 6.000 metros de altitud. Bajo ciertas circunstancias de iluminación y de conocimiento del terreno es posible utilizar el helicóptero de noche para el rescate en pared (yo he presenciado una magnífica exhibición de la Guardia Civil en los Mallos de Agüero) pero el peligro es tan alto que es muy cuestionable que pueda exigirse habitualmente semejante riesgo a los profesionales del rescate. El helicóptero es ideal para la evacuación de los pacientes con hipotermia grave, pero cuando las condiciones de niebla, frío y viento favorecen la hipotermia el helicóptero no puede volar. Y el hecho de que en 2005 un helicóptero descargado y sin más tripulante que el piloto haya logrado posar sus patines sobre la cima del Everest no indica que pueda contarse con los helicópteros para el rescate por encima de 6.000 metros porque a esa altitud el aire contiene menos de la mitad de moléculas que al nivel del mar y no ofrece suficiente sustentación. Y por lo que respecta a la asistencia médica de las competiciones en montaña, ésta puede quedar desbordada por el número de víctimas o por las circunstancias ambientales, como se vio en 2008 cuando un gran número de corredores ataviados con atuendo y calzado deportivo que participaban en una carrera de montaña en la Zugspitze se encontraron inesperadamente enfrentados a condiciones de niebla, frío y viento. Hubo varios casos de hipotermia grave, dos de ellos con resultado de muerte; los servicios de rescate de la Bergwacht quedaron desbordados y algunas de las víctimas tuvieron que ser reanimadas con medios de fortuna. Más recientemente en mayo de 2021 han muerto por hipotermia 21 corredores que participaban en una carrera en China. En definitiva, participar en una competición organizada no es garantía de que no pueda haber accidentes o enfermedades durante la misma.

¿Qué conocimientos sanitarios son útiles a los montañeros?

Obviamente, los relativos a los diversos problemas de salud a los que pueden enfrentarse los montañeros en sus actividades

El senderismo se considera una actividad montañera de bajo riesgo.

Aparte de perderse en el monte y desencadenar con ello una operación de búsqueda, los problemas previsibles pueden ser cosas menores tales como rozaduras y ampollas en los pies, torceduras de tobillo o clavarse una espina en un dedo. La mortalidad del senderismo es sumamente baja. No obstante, incluso en los senderos de las montañas de la Comunidad Valenciana puede haber problemas graves, como lo atestigua la muerte por hipotermia en 2016 de dos montañeras que hacían una travesía invernal por la Tinença de Benifassà o la muerte por caída a un barranco ese mismo año de una montañera cerca de Morella. Mi propia esposa se fracturó la tibia y el peroné en las montañas de Rumanía al dar un paso en falso bajando un pequeño talud de tierra. En un estudio sobre el «trekking» en los senderos del Nepal, varias muertes se debieron a caídas al vacío por caminar de espaldas para tomar fotografías.

La escalada deportiva (tanto en rocódromo como en «boulder» o en pared equipada) también se considera una actividad de bajo riesgo.

Teniendo en cuenta el altísimo número de escaladores que la practican asiduamente en todo el mundo, tiene una mortalidad muy baja. Contrariamente a lo que ocurre en la escalada de montaña en la que una caída puede provocar lesiones muy graves por los golpes contra la roca, las caídas en las vías deportivas suelen producir muy pocas lesiones. Los accidentes se dan básicamente en dos grupos de personas. El primero son los ignorantes que se ponen a escalar con un desconocimiento flagrante de las técnicas básicas de seguridad y que cometen errores inconcebibles para cualquier persona que tenga un mínimo de sentido común. Los diversos casos relatados por Pit Schubert en sus libros muestran que en los rocódromos y vías cortas de descuelgue puede cometerse cualquier tipo de error por inimaginable que nos pueda parecer, algunos de ellos con resultado de lesiones traumáticas graves o incluso la muerte. El segundo grupo son los escaladores muy expertos que sufren algún despiste porque la propia repetición de movimientos que tienen por habituales les hace descuidarse y no estar atentos a lo que hacen. La muerte en 2019 de un veterano escalador valenciano sumamente experto por descolgarse estando encordado con un nudo que minutos antes él mismo había comenzado a deshacer se atribuyó a un despiste impropio de una persona con su experiencia. Los conocimientos sanitarios más útiles para los escaladores son los relativos a los primeros auxilios en casos de traumatismos, pero en realidad los conocimientos que más impacto tienen sobre la salud de los escaladores no son los específicamente sanitarios sino los relativos a las técnicas de seguridad. En el tenis una mala técnica puede hacer que se pierda un partido pero en escalada una mala técnica puede significar la muerte por caída al vacío. A los escaladores deportivos también les interesan los conocimientos sobre las lesiones por sobrecarga: tendinitis, desgarros de la unión musculotendinosa, roturas de poleas digitales, contracturas interfalángicas y síndrome del túnel del carpo. Estas lesiones se dan sobre todo en los escaladores deportivos que hacen mucho grado.

El alpinismo es probablemente la actividad en la que el montañero está expuesto a peligros más diversos.

Aproximadamente dos tercios de los problemas de salud relacionados con el alpinismo son traumatismos tales como caídas al vacío, desprendimientos de rocas sobre el montañero o caídas a grietas de glaciar. Obviamente el alpinista debe dominar las técnicas de seguridad en montaña para prevenir tales riesgos y saber cómo hacer frente a las diversas lesiones traumáticas que pueden producirse, no sólo en los huesos y las articulaciones sino también lesiones cerebrales, lesiones de la médula espinal, neumotórax y hemorragias internas en el pecho, en el abdomen y en el muslo. El alpinista debe tener también cierto conocimiento sobre cómo evitar las zonas expuestas a aludes (aunque esto es muy difícil, porque el alud es el más imprevisible de todos los peligros que acechan a los montañeros), cómo rescatar a las víctimas sepultadas por los aludes y cómo aplicarles los primeros auxilios. Ha de saber también cómo debe actuar en caso de tormenta para evitar ser alcanzado por un rayo y cómo debe actuar frente a un sujeto fulgurado, pues del tratamiento que se aplique en los primeros minutos puede depender que la víctima sobreviva o no. Por encima de los 2.500 metros de altitud la hipoxia o falta de oxígeno puede provocar diversas enfermedades. El alpinista debe saber cómo distinguir entre un mal de altura simple y un edema cerebral de la altitud que puede poner en peligro la vida del sujeto en cuestión de horas y cómo distinguir entre un simple resfriado y un edema pulmonar de la altitud. En la película «Pura vida», algunas de cuyas imágenes están grabadas con un teléfono móvil en una tienda de campaña a más de 7.000 metros de altitud, se ve claramente que el sujeto está padeciendo un edema pulmonar de la altitud. Ni él mismo ni sus compañeros parecen percatarse de ello puesto que al día siguiente intentan el ataque a la cima del Annapurna en lugar de emprender el descenso inmediatamente. Tampoco un célebre experto que sube a auxiliarlo parece ser consciente de ello, puesto que le lleva dexametasona en lugar de llevarle la cámara hiperbárica portátil. El sujeto fallece. He ahí un caso en el que varios alpinistas sumamente expertos toman decisiones que, contempladas a posteriori desde la comodidad de nuestra casa al nivel del mar, nos parecen inadecuadas. Otros peligros de la hipoxia de la altitud son las hemorragias retinianas, los ictus isquémicos, la afasia motora transitoria y la embolia pulmonar. El alpinista debe tener también conocimientos de los problemas relacionados con el frío, tales como la hipotermia, las congelaciones, la ceguera por el viento frío y el pie de trinchera; y asimismo de los problemas relacionados con el calor tales como el golpe de calor, los calambres por hiponatremia y el desvanecimiento causado por el calor. Debe saber también cómo protegerse de la enorme radiación solar para evitar la lasitud de glaciar, las quemaduras cutáneas y la ceguera de las nieves.

Las expediciones a las grandes montañas extraeuropeas plantean además otros problemas.

El montañero debe saber qué vacunas le conviene ponerse, qué medicación le conviene tomar para prevenir y en su caso tratar el paludismo grave si lo hay en la región a visitar, qué medidas higiénicas debe tomar con el agua y los alimentos para evitar la diarrea del viajero y cómo actuar en caso de que ésta se presente, para lo cual hay que saber discernir si se trata de una diarrea relativamente banal o de una auténtica disentería causada por amebas o bacterias. Conviene también que el montañero tenga información sobre los animales peligrosos que pueda haber en la región a visitar, no sólo aquellas fieras que puedan devorarlo sino también aquellos animales que puedan transmitirle la rabia, inocularle veneno (serpientes, ciertos peces, insectos, arañas, escorpiones, escolopendras…) o transmitirle infecciones bacterianas o víricas que pueden poner en peligro su salud.

En las expediciones extraeuropeas los montañeros dependen muchas veces sólo de sí mismos. Accidentes de montaña como el sucedido en 2009 a dos montañeros que bajaban de la cumbre del Latok II o el que ocurrió en 2015 a tres espeleólogos en el cañón de Uandras muestran hasta qué punto en las cordilleras extraeuropeas estamos expuestos a peligros frente a los cuales no podemos recibir ayuda exterior.

¿Cómo pueden los montañeros adquirir los conocimientos sanitarios que necesitan para su formación?

Hay diversos medios. Internet no es lo más recomendable, al menos por dos razones:

La primera: Mucha de la información colgada en Internet es poco fiable y puede ser errónea o responder a opiniones particulares más o menos interesadas. En general la información contenida en la enciclopedia informática Wikipedia es fiable, pero cualquier pelagatos puede colgar en Internet lo que le dé la gana y muchas veces es difícil para una persona no experta discriminar entre la información cierta y la falsa. Un conocido mío colgó en Internet una información falsa sobre un supuesto hallazgo científico sólo por el gusto de burlarse de la credulidad de la gente y luego se sorprendió de que le escribieran de una universidad extranjera interesándose por sus investigaciones. Las imágenes colgadas en Internet tampoco demuestran nada puesto que pueden estar trucadas con programas de retoque de imagen.

La segunda: Internet es una forma rápida y cómoda de localizar una información cuando sabes qué es lo que estás buscando y cuál es la fuente fiable en la que debes buscarlo, pero no proporciona una buena visión de conjunto que permita interpretar los conocimientos en su contexto.

A mi entender, las dos mejores formas de adquirir los conocimientos sanitarios que necesitan los montañeros son los cursillos y los libros.

En España se han hecho cursillos de primeros auxilios para montañeros en casi todas las comunidades autónomas. El que se hacía en la Comunidad Valenciana cada dos años se denominaba «Cursillo de medicina para montañeros», estaba organizado por la Federación Valenciana y era un fin de semana verdaderamente intensivo en el que se repasaban meticulosamente todos los aspectos de la medicina de montaña, con examen al final. A los dos primeros cursillos, que tuvieron lugar en Ador y en Morella respectivamente, acudió tal cantidad de montañeros que en los años sucesivos hubo que poner un numerus clausus de 50 personas. Según tengo entendido, hace ya unos años que esos cursillos se han dejado de hacer.

Los organizadores del «Curs de medicina i socors en muntanya» de Cataluña me han honrado en varias ocasiones encargándome el discurso de clausura. Pues bien, una de las ideas que yo intento transmitir a los alumnos es que la verdadera utilidad de esos cursos no consiste en que te convierten automáticamente en médico (cosa por lo demás poco útil, pues un médico tampoco podría hacer mucho más en plena montaña) sino en que cuando los montañeros se hacen conscientes de los peligros de la montaña y de lo difícil que es enfrentarse a sus consecuencias, consciente o inconscientemente tienden a adoptar conductas prudentes para evitarlos. ¡Recuérdese que el elemento más importante del botiquín no son los medicamentos sino el conocimiento!

Prácticamente todos los manuales de montañismo contienen algún capítulo sobre medicina de montaña que suele ser una excelente aproximación a este tema, pero además se ha publicado diversos manuales dirigidos a montañeros que abordan específicamente el asunto de la medicina de montaña y los primeros auxilios. Cuando se hizo el primer «Cursillo de medicina para montañeros» en Ador, a todos los alumnos se les entregó un paquete de fotocopias con los apuntes; pero al año siguiente la Federación Valenciana cayó en la cuenta de que resultaba más rentable convertir aquellos apuntes en un verdadero libro del que pudieran beneficiarse no sólo los alumnos sino también cualquier otro posible lector. Fue así como nació el manual «Medicina para montañeros», cuya primera edición en 1995 tuvo tal éxito que a los pocos meses ya se habían vendido en España más de 700 ejemplares y la Federación ya había podido recuperar lo que le había costado la edición. La segunda edición, ampliada y actualizada, la publicó la editorial Desnivel en 2000 como manual recomendado oficialmente por la Escuela Española de Alta Montaña (EEAM) y por la Federación de Deportes de Montaña y Escalada de la Comunidad Valenciana. La tercera edición, también actualizada y editada por Desnivel, se publicó en 2008 y actualmente está agotada. De este libro, que en principio sigue siendo el manual oficial de la Federación Valenciana, se deben de haber vendido probablemente más de diez mil ejemplares en toda España e Hispanoamérica. No es el único. En nuestro país otros autores como Fernando Desportes («Guía práctica de primeros auxilios en montaña»), Enric Subirats («Socorrismo y medicina de urgencia en montaña»), Neus Borràs, Maria Teresa Mastor, Ángeles Sanjuán y Montse Tàrrech («Prevenció de riscos i socors a la muntanya») y Kepa Lizarraga («Consejos para disfrutar de la montaña con salud») han publicado también manuales muy útiles para los montañeros. También se han publicado manuales específicos sobre algunos aspectos concretos de la medicina de montaña, como «Mal de altura» de Javier Botella, «Frío y montaña», dirigido por Toni Veres y Antoni Ricart, y «Aludes» de Pere Rodés.

Por Javier Botella de Maglia

Cocentaina, 24 de octubre de 2021

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