Desde 1984, año en que llevamos a cabo la Primera Expedición Valenciana al Himalaya, la vida alpinística de los que en ella participamos se alternaba entre expedición y expedición con campañas de preparación en los Alpes, durante las cuales perfeccionábamos nuestra técnica en alta montaña al tiempo que afrontábamos escaladas largo tiempo guardadas en nuestra mochila de proyectos y sueños.

En 1988, Javier Botella y yo planificamos una serie de escaladas en los Alpes de cara a nuestra expedición a los Andes Bolivianos que tendría lugar el año siguiente. El proyecto alpino incluía algunas caras norte y una escalada en los Alpes del Delfinado, La Meije por la arista del Promontoire. Esta es la crónica de dicha escalada que suponía para nosotros apuntarnos una actividad de cierto renombre en un macizo que apenas habíamos visitado.

ESCALADA A LA MEIJE (3.984 m) POR LA ARISTA ‘DU PROMONTOIRE’

Realizada por Javier Botella de Maglia y Joan Grifoll i Carbonell en julio de 1988

Macizo de los Ecrins (Alpes del Delfinado), 13 de julio de 1988

El sol cae a plomo en el camping de La Berarde y no encontramos ni una sombra en la que guarecernos mientras hacemos las mochilas. Como no consigo ser tan flemático como Javier y como tengo los pies “escocidos”, el calor me invita a lanzar imprecaciones que intento contener. Al final, con las mochilas preparadas, nos refrescamos por fuera con una ducha y por dentro con una cerveza helada de la que hasta Javier se bebe un vaso. Hace unos días escalamos la cara norte de la Barre des Ecrins (4.102 m) y cerca de la cumbre nos sorprendió una tempestad de viento helado que me dejó los pies algo ‘tocados’, por lo que ahora el calor me hace padecer ciertos dolores. Espero que mañana durante la larga marcha hasta el refugio del Promontoire no las vaya a pasar canutas.

Día 12 de julio: La marcha hasta el refugio ha sido larga, larga. Hemos cumplido el horario que marca Rebuffat en la ficha, 5 horas, pero solo se han hecho llevaderas gracias a la belleza del entorno, que es realmente cautivadora. Para ambos es la primera vez en el macizo de La Meije y lo estamos disfrutando. El tramo final hasta el refugio nos lleva a recorrer el glaciar “des Etançons”, en el que afortunadamente la huella es buena.

La Meije

La Meije está catalogada como la última gran cumbre conquistada de los Alpes. Pese a no llegar a los cuatro mil metros, está considerada como una de las grandes cumbres del Delfinado.
Por la tarde, tras la comida y una pequeña siesta, nos sentamos en el comedor para charlar y ojear algunos de los libros que hay en la pequeña biblioteca del refugio. Se trata de un refugio pequeño, no más de 20 o 30 plazas, pero debe de estar poco frecuentado ya que todas las actividades que salen desde él son de cierto nivel, sobre todo en roca, no hay lo que distinguimos como “vías normales” a ninguna de las montañas del entorno. De hecho, solo somos cuatro huéspedes, nosotros dos y un par de franceses, padre e hijo, que quieren hacer la misma vía que nosotros, la Arista del ‘Promontoire’, siguiendo una especie de tradición familiar, ya que el padre del padre también lo llevó a hacerla con la misma edad que tiene ahora el joven, unos 15 años.

Charlando con el padre, nos cuenta que la principal dificultad se encuentra cerca del glaciar, el “Paso del Gato”, por lo que decidimos echar una ojeada al “libro de piadas” para ver qué cuenta la gente del paso en cuestión. Pero nuestra sorpresa es mayúscula cuando empezamos a leer que tres de cada cuatro cordadas se han extraviado en algún lugar del itinerario. Los que lo han hecho durante el ascenso, no han llegado a la cumbre y la mayoría de los que se han perdido durante el descenso han tenido que forzar un vivac ‘a pelo’ en alguna repisa de roca. Al parecer, muchos se pierden al rapelar el corredor Duhamel y pasarse la exigua repisa rocosa que conduce al refugio, por lo que les toca vivaquear y luego remontar el corredor hasta llegar a la altura del refugio.

Javier llegando al refugio “du Promontoire»

Como es lógico, nos entra el nerviosismo correspondiente y le pedimos al guarda el libro con las descripciones de las rutas, y en efecto, parece que la ruta es muy propensa a los despistes, se empieza por el corredor Duhamel, una canal rocosa bastante peligrosa por la caída de piedras, se llega al enorme muro Castelnau que hay que escalar en diagonal hacia la izquierda hasta llegar a la ‘Placa de los Austríacos’ que nos dejará al pie del ‘Paso del Gato’, tras el cual hay que hacer una delicada travesía a la derecha para alcanzar el glaciar ‘Carré’ por el único punto accesible y tras remontar el glaciar, se llega al “Cheval rouge” y luego al “Chapeau du Capucin”, cuya escalada desemboca en la cumbre. Con esta lectura confirmamos nuestras sospechas de lo complicado que será orientarse en la enorme pared, por lo que le pedimos al guarda que nos preste el libro y como es lógico, se niega porque lo pueden necesitar otras cordadas que puedan llegar mañana. Ante semejante dilema, Javier me dice: “no te preocupes, Joan, lo voy a memorizar”. Tres cervezas y tres cigarrillos más tarde, Javier sale a la terraza del refugio y me dice que ya ‘se lo sabe’, que podemos ir a cenar y acostarnos pronto, porque queremos salir muy temprano, como acostumbramos a hacer.

Día 13 de julio: Noche cerrada. A las 4 de la madrugada salimos del refugio tras un copioso y suculento desayuno y Javier empieza a recitar lo aprendido la tarde anterior. Es como escalar con una audioguía. Salimos en horizontal por una vira que se va estrechando cada vez más hasta llegar al corredor Duhamel, al final de la cual, sin apenas sitio para movernos y con 200 m de pared a nuestros pies, sacamos la cuerda y nos encordamos para meternos en el corredor, que nos recibe con una salva de piedras, gratuita ya que no va nadie por encima de nuestras cabezas. El corredor no es difícil, apenas algunos pasos de III, pero todo se desmorona, hay mucha piedra suelta y las torres de roca son todas inestables, apenas encontramos sitios donde montar los seguros, y encima es larguísimo, y encima cada dos por tres nos cae una lluvia de piedras que nos hace esconder la cabeza en el primer agujero que encontramos, y encima… Continuamente me vienen recuerdos de la arista del Hörnli al Cervino, es un pedregal parecido. En pleno corredor conjuro a Javier para que se compre un casco en cuanto lleguemos a Chamonix, porque el tío va a ‘cabeza descubierta’.

Joan en el Muro Castelnau

Por fin terminamos el puñetero corredor, ya de día, y ante nosotros se yergue el ‘Muro Castelnau’, 300 metros de IV/IV­+ por un inabarcable paredón. Menos mal que por él no caen piedras…, bueno, algún ripio que se desprende del glaciar, casi 400 metros por encima de nosotros, pero pronto salimos de la vertical y empezamos a disfrutar de la escalada y a concentrarnos en lo nuestro. Afortunadamente, Javier va cantando cada largo: “el siguiente es de 30 metros, en diagonal a la izquierda, con una travesía horizontal que llega debajo de un muro sobre el cual verás la reunión”, y cosas parecidas. Je, menos mal que vamos solos.

El trazado del itinerario es de gran imaginación. Se suceden los tramos verticales con grandes travesías que van buscando los puntos más asequibles de la pared. Visto desde abajo es muy impresionante y la dificultad aparente es mucho mayor, pero largo a largo vamos superando los distintos puntos que han ido marcando la historia de esta escalada: “la Placa Castelnau”, “el Lomo del Asno”, “la Placa de los Austríacos” y el mencionado “Paso del Gato”, que resolvemos sin demasiadas complicaciones y utilizando únicamente los seguros puestos en la pared, que no son muchos pero están situados para proteger los pasos clave, aunque nosotros, como es lógico, llevamos una buena provisión de artilugios.

Javier superando la Placa de los Austríacos

Tras el Muro Castelnau llegamos al desagüe del Glaciar Carré (glaciar cuadrado), que resulta más impresionante que difícil, aunque las pequeñas cascadas y la roca mojada hacen que extrememos las precauciones.

Hacemos el recorrido del glaciar siguiendo la rimaya formada entre el hielo y la roca, por lo que no llegamos a calzarnos los crampones, lo que sí que haremos en el descenso. Resulta un recorrido largo pero sin demasiada exposición, que resolvemos con cierta rapidez, llegando así a la parte somital de la montaña, una pared de unos 250 m, “le Cheval Rouge” (el caballo rojo), cuya escalada resulta más complicada que el famoso Paso del Gato y que nos lleva a le “Chapeu du Capucin” (el sombrero del Capuchino), la cumbre.

Esta parte final está graduada de III o III+ en las reseñas, pero sin duda tiene pasos de IV y IV+, incluso a nosotros nos pareció más técnica que el famoso paso del gato. Y lo peor del Cheval Rouge fue la parte final, los últimos 30 o 40 metros, en los que el itinerario resulta confuso, abocando a una placa bastante vertical recorrida por una fisura que superamos asegurándonos a los dos clavos allí instalados. En la cumbre nos encontramos con el padre y el hijo franceses que ya iniciaban el descenso y les pedimos que nos hagan la foto.

La cumbre

En esta ocasión el ritual de cumbre fue más breve, unas fotos, unos abrazos, un exiguo refrigerio y sobre todo unos minutos para contemplar el mar de montañas que nos rodeaba y de las que intentábamos distinguir algunas por su forma o su altitud por encima de las demás. Posiblemente, el panorama desde la cumbre de la Meije resulta uno de los más sobrecogedores de los Alpes. Y rápidamente había que iniciar el descenso, nos esperaban ¡23 rápeles!
Afortunadamente los emplazamientos para rapelar estaban instalados, aunque fuera de la ruta de ascenso por lo que no los pudimos utilizar como reuniones en la subida. Los 5 o 6 primeros resultaron sencillos pues estaban en la misma línea vertical, pero al llegar al glaciar Carré, empezaron las dificultades. La rimaya lateral era una canal de agua y en el hielo podrido los crampones no mordían bien, por lo que su recorrido, y sobre todo el pasaje de salida, resultaron lo más peligroso del descenso, que tampoco fue tanto, únicamente tuvimos que ir con cuidado pero sin llegar a utilizar la cuerda.
Sin duda, el paso más espectacular del descenso fue la travesía por encima del Paso del Gato para alcanzar la línea de rápeles del Muro Castelnau.

Aunque la experiencia acumulada tras muchos años escalando montañas nos permitía ser rápidos en las maniobras de montaje de rápeles, 23 son muchos, y gracias a que javier seguía ‘recitando’ la guía de escalada, no nos pasamos la vira por la que había que salirse del Corredor Duhamel. Pese a todo, al finalizar el último rappel, que termina en la terraza del refugio, miré el reloj y eran las 10 de la noche.
“Javier, nos ha costado 18 horas la broma. Sí, es el horario exacto que pone en la reseña”.

Javier en la travesía sobre el Paso del Gato
Último rappel del Muro Castelnau

El refugio estaba en absoluto silencio. Encendimos unas velas y con la ayuda de las frontales nos preparamos una cena intentando no hacer ruido, tras la cual, salimos a la terraza, yo a fumar un cigarrito y Javier a paladear el momento. Estábamos muy cansados, pero quisimos alargar esos minutos hasta que se nos cerraban los ojos, esos instantes en los que repasas todas esas sensaciones que has vivido durante el día, sensaciones que te acompañarán toda la vida, y esos instantes en los que te sientes alpinista al materializar un sueño que te había acompañado mucho tiempo.

Y sin duda, mañana otro sueño ocupará el lugar que ya ha dejado La Meije. Será en los Pirineos? En los Alpes? En nuestro querido macizo del Mt Blanc? Por qué no la norte de la Verte? Bueno, mañana tenemos un largo descenso para hacer planes, ahora vamos a dormir y a seguir soñando.

JOAN V. GRIFOLL

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