Reanudamos la Tertulia Literaria con un nuevo comentario aportado por nuestro amigo y colaborador desde Catalunya, Miquel Ylla, que vuelve a escarbar en su riquísima biblioteca para presentarnos un libro de un autor desconocido para la mayoría pero un enamorado de las montañas, como todos los que participamos en esta tertulia. Con toda seguridad, el conocimiento de libros y autores de esta índole va a despertar en muchos de los lectores de la Societat Excursionista de València la curiosidad de ir a las librerías de viejo a bucear en sus estanterías en busca de joyas literarias como las que nos aporta hoy Miquel. Que lo disfrutéis.

Agustí Calvet, “Gaziel”, Barcelona: Editorial Selecta, 1964

En los textos seleccionados mantendré la lengua original utilizada por el autor

El día 17 de octubre de 2011 era lunes y yo estaba en mi despacho de la Universidad de Vic, Universitat Central de Catalunya. Debían ser las tres y media de la tarde cuando llamaron a mi puerta, Era Soldevila; no lo esperaba, pero tampoco extrañé su visita; —Llorenç era también profesor, aunque de otra facultad, éramos amigos y seguimos siéndolo después de nuestra jubilación—, él solía aprovechar esta primera hora en la que el cuerpo privado de siesta pide distraerse con una charla amena.
Por pura casualidad tenía yo sobre mi mesa dos libros de Gaziel que había comprado hacia poco en una librería de viejo, y los tenía allí para arreglarlos un poco, me gusta hacerlo, las sobrecubiertas estaban estropeadas. Llorenç, un buen escritor, (Soldevila, Llorenç, Comarques barcelonines, geografía literària, Barcelona: Pòrtic, 2009), amante del género de los viajes literarios, se los miró y me dijo:
—Miquel, aquí tienes dos libros de un gran prosista. Mi compañero Manel Llanas, ha hecho la tesis doctoral sobre la obra de Gaziel (años después, Llanas, publicará: Gaziel i Josep Pla, estimat amic, Barcelona: Ediciones Destino, 2018).
Este comentario me animó a leer los libros. Uno era L’home és el tot, Y el otro el que hoy os voy a comentar, y que forma parte de los libros de viaje que Gaziel escribió en su madurez; ambos de la Biblioteca Selecta.
Agustí Calvet, “Gaziel”, nació en Sant Feliu de Guíxols el 7 de octubre de 1887. La mejor manera de conocer las vicisitudes de su vida es leyendo Tots els camins duen a Roma, su autobiografía; que es la historia de un destino, 1893-1914. El libro se inicia el 24 de septiembre de 1893 con la narración del atentado contra el General Martínez Campos:
«Feia molts pocs dies que havíem vingut a viure a Barcelona. Érem només tres de família: el pare, la mare i jo, perquè la mateixa tarda d’arribar tots de Sant Feliu de Guíxols el meu germà gran havia anat a parar, de dret, des de l’estació de França, a l’internat que els jesuïtes tenien a Sarrià… Jo estava a punt de fer sis anys».
En Barcelona estudio el bachillerato, una gran parte de la carrera de Derecho i toda la de Letras; se licenció en 1908. En 1913, en Madrid, se doctoró en Filosofía. Llegó a ser una de las figuras más destacadas de la historia del periodismo catalán y español. Fue subdirector y después director de la Vanguardia [1] y sus artículos semanales lo convirtieron en el opinante de referencia en la vida política española de los años treinta. La publicación de obras como Una vila del vuit cents, la ya citada Tots els camins duen a Roma, i la trilogía ibérica: Castella endins, Portugal i La península inacabada, lo convirtieron en uno de los mejores cronistas catalanes. Jordi Amat ha dicho que la crónica narrativa de Gaziel de la primera guerra mundial fue el género a través del cual canalizó su pulsión como escritor. De él dice también que nunca se alejó de su convicción de vertebrar España sobre la pluralidad ibérica. Murió en Barcelona el 12 de abril de 1964.
Gaziel podría ser un profeta de la Cataluña actual, sería bueno que nuestros políticos independentistas aprovecharan su tiempo para leerlo y no lo perdieran alimentando debates improductivos en el Parlament de Catalunya.
Estemos atentos y escuchémosle cuando nos dice que siempre ha gozado de una muy buena salud, que le ha permitido llegar, con pocos tropiezos, a unas alturas desde donde puede mirar de lejos:
«Però tan neta i clara com si la tingués a l’abast de la mà, la cresta nevada dels vuitanta anys».

Compara esta visión con la del Aneto:
«De la mateixa manera com apareix de sobte el massís imponent de la Maladeta després d’haver coronat el port de la Renclusa».
Gaziel nos cuenta que al hacerse viejo más nervioso de espacio se vuelve. No le gusta ni Pascal cuando dice que lo mejor es no moverse de la silla, ni tampoco Voltaire cuando recomienda que cultivemos nuestro jardín.
«Diuen, i és cert, que l’edat tot ho apaga. He pogut comprovar-ho en mi mateix, amb moltes flames que m’enarboraven el cor en plena joventut. Però la set de viatjar, a la recerca d’altres aires, el pas dels anys, per comptes d’esmorteir-la, me l’ha anada atiant fins a esdevenir abrusadora».
Fiel a lo que él escribió y que yo os he transcrito, el año 1954 se fue a Suiza, a ver y a patear montañas, y a tomar notas para su serie Viatges i somnis.

Os hago una propuesta: acompañémosle, subamos con él a Jungfraujoch, leamos juntos el quinto capítulo que lleva por título Una diada a la Jungfrau.
«La femenina majestat de la Jungfrau, als peus de la rica esponjor vegetal d’Interlaken».
«És un món, exactament de proporcions wagnerianes. Tot hi és colossal, desmesurat i sublim».
Se pregunta si esta geología alpina que te aplasta y desmenuza, no es sino la íntima dulzura de la pequeñez humana. Subido ya en el tren que lo llevará a Jungfraujoch lee el prospecto que en la estación le han dado y felicita a su autor diciendo que habrían de darle la más grande de las medallas del Turismo Alpino:
«Ferrocarrils i carreteres condueixen a grans altures i també a algun cim d’aquesta contrada… Així queden suprimides les caminades llarguíssimes i perilloses i es posa a l’abast de tothom, per edat que tingui el viatger (él tiene 68), poder arribar sense fatiga a la regió de les neus eternes».

Saca la cabeza por la ventana del tren y ha de retroceder aterrado al contemplar las tres inmensas y pavorosas personalidades de la alta montaña. Tres dioses alpinos: el Eiger, el Mönch y la Jungfrau. O dicho en castellano, el Agrio o malcarado, el monje y la virgen.
«Si els fantasmes de poble fan por, imagineu-vos aquests, que porten a sobre quilòmetres de tela gelada».
Después, nos cuenta Gaziel, el tren se mete en el túnel y todo desaparece.
«Quedem empedrats dins la tenebra únicament il·luminada per la llum elèctrica».
Bien, requetebién, dice más adelante, lo acepto:
«Però jo m’hauria estimat més d’anar per fora: les obres d’enginyeria, per ciclòpies que també siguin, em deixen completament fred».
Y finalmente el tren llega a lo alto, al cuello de la Jungfrau, donde las aguas se dividen:
«A 3.454 metres d’alçada, un centenar de metres per damunt del Mulhacén i el pic d’Aneto».
Después de comer queda a solas con la montaña:
«Però, havent dinat, encara he tingut temps d’anar a jeure isoladament al sol, damunt una roca neta de neu i folrada de molsa, de cara al front de la Jungfrau…»

Escenifica la descripción citando a Shakespeare y cambiando “Pérfida como la ola” por “Pérfida como la montaña”.
«Perquè aquesta que tinc davant, tan femenina, tan fascinadora, tan canviat, de gràcies innumerables, també fora capaç –i prou que ho deu haver fet!– d’encisar el pobre caminant esgarriat o escalador abatut, per atreure’ls cap a l’abisme i embolcallar-los després amb una de les seves gases de seda, Però seguia contemplant-la: quin rostre més bell, quina nuesa més dolça!».
Fijaos bien y recitemos despacio y a viva voz este final: les seves gases de seda…Esta prosa se hace leer, se lee sola, como la desnudez de la Jungfrau es dulce y sonora.
Si, amigo Llorenç Soldevila, tenías toda la razón, Agustí Calvet es un gran prosista y yo he disfrutado como nunca de su prosa, y más cuando, extasiado, escribe sobre las montañas, mi pasión y quizás también la suya.

Miquel Ylla Boré

[1] El dia 14 de agosto del 2020, en la sección Cultura de la Vanguardia, Firmes històriques,  se ha publicado un artículo de Gaziel que lleva por título: El Gran Teatro del Liceo. El autor lo publicó en lengua castellana el 4 del 12 de 1931 cuando era subdirector del diario. 

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