LA PRIMERA ASCENSIÓN AL EVEREST HACE AHORA SETENTA AÑOS
por Rafael Cebrián Gimeno
El 29 de mayo de 1953 la cumbre del Everest fue por primera hollada por el hombre. El neozelandés Edmund Hillary, un experimentado y fuerte alpinista occidental y el sherpa Tenzing Norgay, un nativo del Himalaya perteneciente a la dura y sufrida etnia sherpa, coronaban el techo del mundo, la majestuosa montaña de 8.840 metros de altitud. Edmund Hillary (1919-2008) su recia figura y fuerte personalidad queda en la memoria del Nepal por su ayuda a la población sherpa, mejorando sus condiciones de vida con programas de desarrollo cultural, de salud, educación y favoreciendo la enseñanza del inglés como medida de adaptación a un creciente turismo cultural y montañero como recurso económico, logrando para ello fondos y promoción de la fundación sin ánimo de lucro Himalayan Trust Nepal. De esta personal y fecunda iniciativa, Hillary dijo: Soy un hombre afortunado. He tenido un sueño y se ha hecho realidad, frase recogida de un contexto suyo que da la dimensión humana de una vida que ya había logrado en el medio montañero la mayor distinción. Tenzing Norgay (1914-1986) desde muy joven participó hasta en seis ocasiones en los primeros intentos de ascensión al Everest, en varias expediciones, entre ellas la dirigida en 1938 por Eric Shipton y ostentaba en el año 1952 la mayor altura alcanzada por el hombre. Secundó y participó activamente con Hillary en las mejoras de la existencia de la población sherpa y recibió homenajes del Nepal y de la corona inglesa. Intereses partidistas de connotaciones racistas (no podían faltar) insistían en saber quién fue primero en pisar la cima: el coronel Hunt, jefe de la expedición tuvo la respuesta acertada, llegaron juntos, como un equipo. Había que explicar lo que no hacía falta explicar, que es la cordada uniendo sus fueras y voluntad la que hace cumbre y que Hillary en solitario, no la habría logrado. Una cordada ejemplar de dos hombres de culturas y medios radicalmente distintos, hermanados en la montaña y en el propósito de mejorar la humilde y dura existencia sherpa.
La ciencia desconocía por aquel entonces cuál iba a ser el comportamiento del cuerpo humano sometido a un severo esfuerzo físico en una extrema climatología y atmósfera de bajo contenido en oxígeno. Se cuestionaba las posibilidades de supervivencia del hombre a tal altura, dudas que quedaron desvanecidas con esta prueba que ya contaba con los antecedentes del primer ochomil logrado por el alpinismo francés en el año 1950, los 8.091 metros del Anapurna. En cuanto a la hazaña montañera, una vez más desde los tiempos pioneros y románticos del alpinismo, se desplazaba la frontera de la “inaccesible montaña” y se superaba el desafío de lo “imposible” que cada generación derriba marcando un antes y un después que en muchos casos es el fin de una época de la conquista de las montañas. El legendario alpinista Albert Frederick Mummery (1855 Reino Unido, Nanga Parbat 1895) resume como un símbolo este más allá en superar límites que no ha dejado de ser en los intentos y superaciones, una constante del ideario del alpinismo de todos los tiempos y propuesta en su futuro: Cuando todo indica que por un lugar no se puede pasar, es necesario pasar. Se trata precisamente de eso.
En el año 1978 Reinold Messner y Peter Habeler ascendían el Everest sin oxígeno, hasta entonces considerado como imprescindible, rompiendo una vez más con un inaccesible techo que ha quedado en el himalayismo como parámetro de valoración de las ascensiones, según se hagan con o sin botella de oxígeno. En 1980, en un alarde más de sus excepcionales condiciones físicas, técnicas y seguridad en sí mismo, Messner repetía la ascensión sin oxígeno y en solitario, revelando con su peculiar estilo y formidable temple, la filosofía de vivir y alcanzar las montañas en todo lo posible con los propios medios.
Los primeros intentos de ascensión al Everest
La ascensión al Cervino en 1865 por Edward Whymper, la última montaña que quedaba por coronar de los Alpes, modificaba los desafíos alpinos abriendo un amplio horizonte de escaladas, de rutas distintas a la primera en cada montaña que quedaba como la “vía clásica”, buscando vertientes inéditas por paredes, aristas y glaciares, al tiempo que las grandes cordilleras de la tierra y sus majestuosas cumbres jamás holladas por el hombre, ofrecían en lejanos sistemas orográficos la fascinación de la aventura recuperando en el himalayismo el espíritu de la Edad de Oro del Alpinismo de las anheladas primeras a cumbres vírgenes que la ascensión al Cervino había dejado atrás como un hito histórico, final de una era.
Un nuevo y riguroso campo de objetivos en la abrupta y compleja geografía de otros continentes, de exploración inicialmente por tierras desconocidas a fin de dar con los pasos para llegar al pie de las montañas señeras elegidas. Condicionantes que imponía largas marchas de aproximación bajo una climatología de marcadas diferencias con la europea, con los monzones limitando periodos de acceso. La altura disminuyendo la resistencia física, letal a partir de cierto nivel, una seria y selectiva exigencia más que añadir a las habituales dificultades técnicas en elevados relieves de poderosa envergadura. El Himalaya y sus catorce ochomiles, con la más elevada montaña de la tierra como el más preciado ideal montañero, introducía en aquel entonces la expedición como necesario soporte del intento de cumbre, en los largos desplazamientos, duradera permanencia en el territorio y la instalación de campamentos de altura en la ruta de ascensión, logística, aspectos médicos e imperativos fuera de la filosofía y movilidad de la cordada que marginaba su autonomía e independencia y que ha consagrado como forma independiente de moverse en las montañas el “estilo alpino”, impensable en aquella etapa pionera.
1921: Surgió la primera oportunidad cuando Inglaterra obtuvo el permiso de acceso al Everest, situado entre el Nepal y el Tíbet, países que tenían cerradas sus fronteras a los extranjeros. Esta expedición, desde el Tíbet, por la ruta del glaciar Rongbuk y el Collado Norte, logró situarse en el mismo Everest. 1922 una nueva expedición con el camino de acceso al pie ya descubierto, hace un nuevo intento. En 1924 esta expedición hace ahora casi cien años pasó a la historia del Everest por la muerte en el intento de coronar la montaña de George Mallory e Andrew Irvine. Dos grandes alpinistas ya experimentados en las anteriores expediciones que fueron vistos en movimiento a la altura de 8.600 metros bajo el resalte final, hasta que las nubes desvanecieron su figura y ya no regresaron, quedando en el silencio del trágico final de dos vidas ejemplares, la duda si habían coronado la cumbre y murieron despeñados al regreso. En 1999 fue encontrado el cadáver de Mallory a 8.200 metros, pero no el de Irvine, el cual era portador de una máquina fotográfica, cuyo contenido podría revelarnos si habían triunfado en aquel fatídico e histórico intento. Hay dudas de si eran capaces de superar con la técnica de entonces la cresta somera, pero no es descartable que lo lograran: ¿subieron la montaña? Quedan en el aire preguntas sin respuestas.
Volviendo a mayo de 1953, año crucial en la historia de la conquista de las montañas, tuvo como base una expedición de gran envergadura dirigida por el coronel Hunt, un consumado alpinista de gran capacidad organizativa, necesaria ante una descomunal estructura operativa de concepción militar dotada con 350 porteadores. En esta memorable expedición, el histórico del alpinismo de todos los tiempos Eric Shipton (1907-1977) no fue invitado a participar, por completo ignorado cuando reunía todas las condiciones como para liderarla. Su legendaria figura aparece en todos los intentos precursores de la ascensión al Everest, puesto que vivió con plenitud la etapa de los todavía inalcanzables ochomiles, entre 1920 a 1940, en los que el primer paso era descubrir los pasos de aproximación por el Nepal. Todo hacías suponer que era de obligación contar con su acrisolada experiencia, pero no fue así. Shipton no secundaba las pesadas expediciones al estilo Hunt, apostando siempre por reducir su volumen en aras de una mayor ligereza. Al parecer, su polémico comportamiento y postura personal, críticas ante las desproporcionadas dimensiones de la expedición de 350 porteadores transportando toneladas de material, supuso la intransigente y deplorable postura de su marginación.
A modo de epílogo
De estos notables episodios de la crónica del himalayismo con el Everest coronado, memoria de la pasión que anima la vida de cara a la montaña con todas sus renuncias, hemos contemplado en la actualidad el bochornoso espectáculo de la cresta somera colapsada por individuos que han comprado la ascensión, apretujados, sin poderse mover, en un lamentable acoso a la soberbia cima. La comercialización de las míticas cumbres del Himalaya, prodiga esta irresponsable imagen que mancilla la pureza de las cimas por quienes cuentan con sobrados recursos como para pagar el elevado costo de todo lo que se mueve en su favor para que alcancen la cumbre. Para ello no hace falta que tenga un nivel montañero acorde con las exigencias técnicas de la ascensión, sus torpezas e incompetencia las subsanan guías y porteadores de altura. Puestos en principio a buena altura por helicópteros que eliminan el paso de la cascada de Khumbu, cuentan con campamentos instalado, alimentación, centenares de metros de cuerdas fijas, botellas de oxígeno… lo que haga falta. Organizada infraestructura de apoyo logístico que genera toneladas de basura.
La explotación del consumismo y del ego de personajes que harán su selfi en la cima para llevarla después a las redes sociales y vanagloriarse de su “hazaña”, genera el lamentable espectáculo repetido de acoso en el Everest y otros ochomiles, entre ellos nada menos que en la colosal K-2, la hermosa segunda montaña de la tierra, una soberbia e imponente pirámide en uno de los escenarios orográficos más sobrecogedores de la tierra. Hay que añadir que los intereses económicos del Nepal masificando de tan imprudente manera las ascensiones, pone en peligro la vida de estos turistas de la alta montaña: ya ha habido un gran número de muertes, un goteo constante de vidas humanas que un día, dadas las circunstancias de tan insensata actividad en un medio extremo en el que todo no es posible resolver a los clientes, puede producir una descomunal tragedia.