APUNTES SOBRE LA HISTORIA DE LA ESCALADA Y EL ALPINISMO (VIII) – La carrera por los ochomiles. Reinhold Messner.
Joan Grifoll

Vivir es atreverse. Vivir significa arriesgar. “To live is to risk”. Quien a nada se atreve, no vive.

Charles Houston

Probablemente, ninguno de los alpinistas que en su momento aspiraron a coronar las 14 cumbres más altas del mundo pensaba en sus comienzos como ochomilista que algún día tendría en mente pisar todas las cumbres de más de ochomil metros. Los comienzos siempre son duros y el primer ochomil es duro, muy duro, desalentador, pero las vivencias, el desafío, el reto de superarse a uno mismo…, arrastran a intentarlo de nuevo. El alpinista que tiene la fortuna de repetir expediciones al Himalaya, siente que va adaptándose a este clima y a las condiciones durísimas de la vida en altitud. La vida en un campo base, a más de cinco mil metros, o en una exigua tienda de altura, es su vida; la gente que practica el himalayismo y con la que se suele encontrar en las diferentes expediciones, es su gente, y el frío, el hielo y la altitud, forman su ambiente. Y esto es así porque el himalayismo no comercial resulta una actividad poco comprendida por la gran mayoría, sobre todo por el peligro extremo que amenaza la vida de un alpinista en un ochomil, y por ello esos alpinistas que conviven con el peligro de muerte cada día van encerrándose en su círculo internacional, en el que pueden hablar libremente de aquello que les sucede cada día de escalada, de la vida y de la muerte, de las congelaciones y las avalanchas, del agotamiento y de las alucinaciones, y todo ello sin tener que dar explicaciones a nadie, porque entre ellos lo entienden todo. Por eso, entre los himalayistas reina un espíritu de solidaridad que los lleva a arriesgar la vida para salvar la de un compañero, sea conocido o no; si está en un gran pico del Himalaya, es un compañero. Esas otras historias truculentas de gente que pasa junto a un alpinista moribundo sin hacer caso, solo suceden en las reatas de las expediciones comerciales, en las que se pagan grandes fortunas por hacer algo que por sí solos serían incapaces. Salvo honrosas excepciones.

El 17 de septiembre de 1944, en la aldea de Funes, a 20 km de Bresanona (Italia), muy cerca del Tirol (territorio de habla alemana), nacía el que sería considerado como mejor alpinista de todos los tiempos, Reinhold Messner, un hombre nacido para romper mitos y ser el primero en muchos desafíos alpinísticos considerados imposibles hasta su llegada: el primero en escalar los catorce ochomiles, el primero en alcanzar la cumbre del Everest sin oxígeno (dos veces), el primero, probablemente, en escalar un VII grado (pilar central del Sass della Crusc), el primero en enlazar dos ochomiles en una misma escalada, etc. Sin duda, si no es el mejor de todos los tiempos, ese honor habría que buscarlo en el trío Messner, Bonatti, Kukuzcka.

Habiendo nacido en plenos Alpes, al sur de la cadena conocida como Tanaru Altos y al oeste de los Dolomitas, sus primeras actividades fueron en esta cordillera. Siguiendo una disciplina de uso muy limitado en medios artificiales, entre 1960 y 1964 Messner llevó a cabo unas 500 ascensiones muy difíciles en hielo y roca, algunas de las cuales rompieron los esquemas de dificultad y compromiso vigentes en ese momento, mostrándose ya como un innovador en su forma de afrontar la montaña y sobre todo, la dificultad. En 1968, con su hermano Gunther, abre la vía del Sass della Crusc y un año después, la Philipp-Flamm, en la Civetta, y la pared nordeste de las Droites, en el macizo del Mt Blanc, ambas de extraordinaria dificultad y en solitario.

El hecho de que Messner haya conseguido tantas proezas en el Himalaya ha ocultado su extraordinario currículo en otras cordilleras, pero muy pocos alpinistas, incluso de los mejores, tienen un historial tan dilatado de grandes escaladas en los Alpes. Pero pronto estas montañas se quedaron pequeñas para su gran ambición, aunque su condición de sudtirolés no lo situaba como alemán, ni austriaco, ni italiano, por lo que no era reclamado para formar parte de las expediciones de estos países. Por ello supuso una gran sorpresa para él la llamada del conocidísimo Karl M. Herrligkoffer para que formase parte de la expedición “Memorial Siegi Löw” al Nanga Parbat (8.125 m), en la que también fue incluido su hermano Günther, cubriendo la baja de Sepp Mayerl.

La noche del 26 al 27 de junio de 1970, en el campamento V de la vertiente del Rupal del Nanga Parbat, se encontraban los hermanos Messner con Gerhard Bauer cuando desde el el campo base, a 4.000 m, se lanzó una bengala roja que anunciaba la llegada de una tempestad, lo que significaba que solo era posible un ataque a cumbre muy rápido y ligero. Reinhold salió solo, muy temprano, para enfrentarse al último y muy comprometido largo de la pared del Rupal, sin embargo, al amanecer, vio que su hermano Günther le seguía más abajo, contraviniendo las órdenes del jefe de expedición. Los dos hermanos cruzaron bajo el hombro sur del Nanga, en dirección a la cresta SE, a la izquierda de la Silversattel (silla de plata). En la cumbre, Günther se encontraba muy cansado y propuso bajar hacia el oeste, por la vertiente del Diamir, que parecía más fácil que la vertiginosa pared que habían superado. Al pie de la pared del Diamir, Reinhold, el tercer día del desesperado descenso, se percató de que su hermano no le seguía. Tras una larga espera, decidió subir en busca de su hermano, encontrando únicamente los restos de una enorme avalancha: “No podía creerlo. Günther había muerto. Él, que me había acompañado en cientos de escaladas difíciles, no iba a estar más conmigo. Cuando estábamos juntos tenía la sensación de que éramos invulnerables”.

El precio fue muy alto, además de la pérdida de su hermano, Reinhold sufrió la amputación de seis dedos de los pies. Su madre le suplicó que no volviese a intentar escalar más ochomiles.

Pero si alguien ha sido una víctima total del veneno del Himalaya, ese fue Reinhold Messner. Solo dos años después, convencido de que era capaz de escalar paredes más difíciles que la del Rupal, aceptó la invitación de Wolfgang Nairz para integrarse en una expedición al Manaslu (8.163 m). El 25 de abril, tras haber montado cinco campamentos, Messner salió hacia la cumbre con Franz Jäger, que se dio la vuelta a las pocas horas. Bien entrada la tarde, llegó a la cumbre y tras un peligrosísimo descenso, en el que, extraviado, estuvo a punto de perder la vida, ya de noche, llegó a la tienda, en la que encontró a Horst Fankhauser y a Andi Schlick, pero Franz no había llegado. Horst y Andi salieron en busca de Franz, pero también se extraviaron. Al amanecer, solo Fankhauser llegó a la tienda, hundido y al límite de sus fuerzas físicas y mentales. Sus dos compañeros, tragados por la tempestad, nunca regresaron.

Sus dos primeros ochomiles se contaron por otras tantas tragedias, lo que le llevó a la determinación de no volver a participar en expediciones colectivas, desde ese momento se enfrentaría solo a las montañas más altas: “Quería recobrar el silencio de la soledad, pero el mundo que me rodeaba era demasiado ruidoso. Para intentar aquel nuevo paso, todavía tenía que desembarazarme de muchas costumbres y dependencias”.

Trabajando durante dos años como director de una escuela de escalada, conferenciante y autor de libros, Messner consiguió reunir los suficientes fondos para afrontar una nueva expedición, pero era consciente de que para financiar empresas tan costosas como las expediciones al himalaya, tenía que convertirse en su propio manager para ser financieramente independiente. Así, tras la nueva apertura del acceso al Karakorum, recibió la autorización para escalar el Hidden Peak (Gasherbrum I) (8.068 m) en agosto de 1975, aventura a la que únicamente invitó a Peter Habeler. La reciente participación en una gran expedición italiana, dirigida por Ricardo Cassin, que había fracasado en la cara sur del Lhotse (8.516 m), le dio la clave para su intento a la inexplorada pared noroeste del Hidden, que escalaron en solo tres días y en estilo alpino, constituyendo la segunda escalada a esta montaña.

El mundo alpinístico, excéptico hasta ese momento ante la idea de escalar un ochomil en estilo alpino, comenzó a intuir que se estaba abriendo una nueva era en la concepción del himalayismo. Con el Hidden Peak, Messner se convirtió en el primer hombre de la historia en conquistar tres de las 14 cumbres más altas de la Tierra, lo que le convirtió en blanco de las envidias y las críticas de una parte del mundo alpinístico, aunque la popularidad le facilitó la financiación de nuevos proyectos: “Después de probar mi táctica sin tener que lamentar ninguna catástrofe, estaba convencido de que podría escalar otros ochomiles de idéntica forma. Ninguna crítica, ni siquiera mi matrimonio roto, me iba a impedir seguir mi camino”.

Como es lógico, el Everest (8.848 m) se encuentra en la mente de todos los alpinistas que se enfrentan alguna vez a un pico del Himalaya, y lógicamente, tras esos tres logros ochomilistas, apareció en la mente de Reinhold Messner, pero en su afán de innovar, de prescindir de algo que utilizaran habitualmente otros alpinistas, decidió intentarlo sin oxígeno y su obsesión principal giraba en torno a la forma de recorrer los últimos 300 m.

Para llevar a cabo el proyecto, se unió a una expedición austríaca, dirigida por Wolfgang Nairz, dentro de la cual operaría independientemente. Messner financió solo su parte del proyecto, al que invitó de nuevo a Peter Habeler.

Messner y Habeler en el Everest

Contra los casi unánimes pronósticos agoreros de los ambientes alpinístico y médico, el 9 de mayo de 1978, ambos alpinistas alcanzaron la cumbre, sin utilizar oxígeno artificial y partiendo desde el Collado Sur. Les costó ocho horas llegar a la cumbre y una vez allí, Reinhold grabó sus impresiones en un magnetofón, ya que “nada hay más engañoso que nuestros propios recuerdos”.

En 1980, solo dos años después, Messner repitió el Everest de nuevo sin oxígeno, pero en solitario y abriendo una nueva ruta. Como él mismo dijo, no lo hizo por reforzar su anterior ascensión o por el hecho de hacerlo solo, sino porque pensaba que podía dar un paso más que en 1978, y ese paso lo iba a dar por el Tíbet.  Acompañado únicamente por su amiga Nena Holguin, un oficial y un traductor, instaló un campamento a 6.500 m, altura a la que podían llegar los yaks, y el 19 de agosto alcanzó la cumbre, siguiendo al principio la ruta de Mallory, enlazándola con el corredor Norton y siguiendo por terreno inexplorado hasta el punto más alto, al que llegó al límite de su capacidad física. Según una reflexión propia, en esta ascensión asumió demasiados riesgos.

Messner en la cumbre del Everest, en 1980

Entre ambas ascensiones al Everest, en 1979, Reinhold Messner se planteó la escalada al K2 (8.611 m), la segunda montaña más alta del mundo, con la intención de “dar un nuevo paso hacia adelante” y para regresar a su entrañable Karakorum. Su plan, de nuevo, seguir una vía difícil con una expedición pequeña. El equipo lo compusieron los italianos Renato Casarotto y Alessandro Gogna, el sudtirolés Friedl Mutschlechner, el alemán Michl Dacher y el austríaco Robert Schauer. Aunque su objetivo inicial era abrir una ruta en el pilar Sur, diversos contratiempos, entre los que Messner menciona la inferioridad física de Casarotto respecto al resto del grupo, les hizo decantarse por la arista de los Abruzzos, ruta por la que Messner y Dacher alcanzaron la cumbre el 12 de julio. El descenso en medio de la tempestad no fue dramático gracias a que Gogna, Schauer y Mutschlechner subieron en su auxilio por encima del campo 3.

Con esta cumbre, el quinto ochomil de Messner (sin contar la repetición del Nanga Parbat en 1978), el mundo alpinístico se dividió entre admiradores y detractores del tirolés. Las envidias y la lucha por los patrocinadores desataron una verdadera campaña de prensa en su contra. Afortunadamente, el equilibrio mental y su enorme fuerza psíquica le permitieron salir adelante.

Shisha Pangma (8.046 m). El ochomil tibetano

En 1981 fue el Sisha Pangma (8.046 m). Probablemente, en su mente ya empezaba a tomar forma la idea de alcanzar los 14 ochomiles, aunque él nunca reconoció esa opción. Acompañado por el cámara Gerhard Baur, el Dr. Oswald Oelz y Friedl Mutschlechner, Messner se dirigió a la pared norte de la montaña.

En medio de la tempestad monzónica, que se había adelantado dos semanas, Reinhold y Mustchlechner alcanzaron la cumbre el 28 de mayo en unas condiciones realmente inhumanas.

Una vez más la muerte les rozó en su escalada y una vez más, Messner la esquivó como tantas otras veces.

Teniendo en su haber ya el Everest y el K2, de los 8 ochomiles que le faltaba conquistar era posiblemente el Kangchenjunga (8.586 m) el de mayor entidad, siempre considerando que no hay ningún ochomil fácil ni exento de peligro y que en todos se ha pagado un tributo trágico a lo largo de la historia. Posiblemente, 1982 fue el gran año de Messner, el 6 de mayo, en compañía de Friedl Mutschlechner, una vez más, y del sherpa Ang Dorje, alcanzó la cumbre de esta montaña, una de las más temidas del Himalaya. En esta expedición le acompañaron también hasta el campo base su pareja en ese momento, Nena Holguin y Layla, la hija de ambos de ¡solo 6 meses!

La ruta propuesta discurría entre la inglesa (Scott, Boardman, Tasker) y la japonesa de la cara norte. Era por tanto una ruta extrema. Una vez más la escalada y sobre todo el descenso, transcurrieron entre avalanchas y una fuerte tempestad, con vientos de más de 100 km por hora, pero lo que puso en peligro extremo la vida de Messner fue una infección de amebas que minó sus fuerzas y que solo a base de voluntad y amor a la existencia consiguió superar hasta llegar al hospital de Kathmandú. Mutschlechner pagó la aventura con graves congelaciones en manos y pies que le impedían seguir con el proyecto de alcanzar tres cumbres de más de ochomil ese año.

Pero el carácter indomable de Messner le hizo persistir en la idea tras unas semanas de descanso, que le permitieron recuperar sus fuerzas, y una recomposición del equipo, ya que se había quedado sin Friedl, que tuvo que regresar a Europa para tratarse las congelaciones. Para ello, ya en Rawalpindi, contactó con el mejor (y probablemente el único en ese momento) alpinista paquistaní, Nazir Shabir y con el oficial hunza Sher Khan, para organizar una microexpedición de solo veinticinco porteadores, pero con la inestimable ayuda de los famosos porteadores de altura Rosi Ali y “Little” Karim, para dirigirse al Gasherbrum II (8.035 m), cuya cumbre alcanzó en compañía de Khan y Shabir el 24 de julio.

Solo dos años después, Messner regresaba al Gasherbrum II con el ambicioso proyecto de realizar la primera travesía de dos ochomiles en la historia del alpinismo, el Gasherbrum II y el Gasherbrum I o Hidden Peak, cuyas cumbres había alcanzado en 1982 y 1978, respectivamente. Para la aventura eligió al joven pero muy brillante alpinista tirolés Hans Kammerlander.

El que escribe estas líneas se encontraba esa misma temporada intentando la escalada al Gasherbrum II, dentro de la expedición “Valencia, 8000”, primera valenciana al Himalaya, lo que propició la relación con Messner y todo su equipo de los ocho valencianos que allí nos encontrábamos.

Además de Messner y Kammerlander, estaban integrados en la expedición el famoso cineasta Werner Herzog, su pareja, su cámara principal, y los siempre fieles Rosi Ali y “Little” Karim. Herzog estudiaba el terreno para valorar la posibilidad de realizar una película catastrófica sobre el deshielo de los glaciares, en 1984, cuando aún ni se hablaba del cambio climático.

El autor entre Messner y Kammerlander, en el campo base de los Gasherbrum (foto archivo de JGC)

El proyecto de la travesía entre ambas cumbres encerraba dos desafíos, el de ascender dos ochomiles durante la misma actividad y el de una larga permanencia en la llamada “zona de la muerte” durante el desarrollo de una dura y peligrosa escalada.

Aprovechando una aclimatación previa adquirida en Nepal, ambos alpinistas completaron la travesía en solo ocho días, sin tempestad ni dificultades añadidas que pusieran en un mayor peligro sus vidas que el de la propia dificultad técnica, que no era poco.

Pero volvamos a aquel provechoso 1982 en el que Messner se había planteado el desafío de conseguir tres nuevos ochomiles. Realmente la travesía de los Gasherbrum solo había sido un paréntesis en el proyecto ¡Y vaya paréntesis!

El Broad Peak (8.047 m) era el último ochomil del proyecto del 82, que sería el noveno, sin contar las repeticiones. Al ser en Pakistán, recurrió nuevamente a Nazir Shabir y Sher Khan para que le acompañaran. Igual que hizo en el Nanga Parbat, Everest, K2 y Daulaghiri, la idea era hacer coincidir la ascensión con el 25º aniversario de la primera escalada. De camino a la cumbre, se cruzó con los grandísimos Jerzy Kukuczka y Voytek Kurtyka, que descendían de ella. El 2 de agosto alcanzaban la cumbre en un estado de forma envidiable y, “oficialmente”, fue al llegar al campo base cuando Messner decidió ir a por las catorce cumbres.

Para empezar la cuenta atrás, se dirigió al Cho Oyu (8.201 m). Tras un intento fallido en el invierno de 1980, en la primavera de 1983, acompañado de Hans Kammerlander y Michl Dacher, Messner se enfrentó a la cara suroeste, a la que accedieron por Nepal, debiendo dar un enorme rodeo para llegar al Tíbet. En solo tres días, el 5 de mayo, llegaban a la cumbre, en una escalada sin contratiempos ni dificultades especiales. Tras los numerosos y gravísimos contratiempos sufridos en los primeros ochomiles, parecía que la suerte le miraba de frente, tras su decisión de acometer los anhelados 14. “Después del Cho Oyu, mi vida transcurría a medias entre la total soledad del Himalaya y el ajetreado ritmo de las ciudades europeas. Buscaba las alturas y las profundidades, necesitaba estos contrastes, no solo la montaña”.

Pared noroeste del Annapurna

Quedaban cuatro ochomiles, pero Messner no estaba dispuesto a sacrificar sus principios por ser el primero en completar la lista. Lo fácil hubiera sido intentar las rutas “normales” para completar cuanto antes lo que nadie nunca había logrado, pero esos principios eran inalterables. El siguiente iba a ser el Annapurna (8.091), por la pared noroeste ¡aún virgen!

Para tan comprometida empresa, reunió un equipo muy fuerte y joven: Reinhard Schiestl, Swami Prem, Hans Kammerlander y Reinhard Patscheider, todos ellos tiroleses, equipo que llegaba al valle del Kali-Gandaki en la primavera de 1985. La dificultad de la pared que se desarrollaba sobre el campo II era grande y la exposición, enorme, sobre todo por las dos barreras de seracs que tuvieron que rodear. El 24 de abril, Messner y Kammerlander alcanzaban la cumbre en medio de una violenta tempestad que afortunadamente solo les alcanzó de lleno ya en la arista cimera, fuera de la pared. El descenso resultó, una vez más, dramático a causa de la nieve acumulada en la pared, aunque Schiestl y Patscheider subieron a su encuentro para guiarlos ya que su estado de agotamiento era extremo.

Aprovechando el tirón de la aclimatación, la euforia por el éxito en el Annapurna, y la proximidad, Messner y Kammerlander, se dirigieron inmediatamente al Dhaulagiri (8.167 m), en el mismo valle del Kali-Gandaki, montaña de la que Messner ya se había retirado anteriormente en dos ocasiones. En el “Dhaula”, el tiempo es muy malo, las tormentas procedentes del Tíbet, con vientos de más de 200 km por hora, traen con frecuencia kilométricas nubes de nieve que cubren la montaña entera.

Durante los días 13, 14 y 15 de mayo, Messner y Kammerlander escalaron en estilo alpino la arista noroeste hasta la cumbre. La ruta no fue técnicamente fácil, en algunos tramos tuvieron que dejar cuerdas para facilitar el descenso y en la arista cimera se vieron envueltos en una tormenta seca en la que los rayos representaban una amenaza constante. Finalmente se alcanzó la cumbre y ambos descendieron sin ningún percance. Paradójicamente, Sigfried Messner, hermano de Reinhold, fallecía meses más tarde al ser alcanzado por un rayo en las Torres de Vajolet, en el Sudtirol.

“Las montañas no son buenas o malas con nosotros, son una masa viva. Para los hombres son inconmensurables, científicamente incomprensibles del todo. No tienen voluntad ni sentimientos. No tiran de nosotros, pero tampoco quieren sacudirnos”. (R. Messner).

Únicamente el Makalu y el Lhotse se interponían en la carrera de Reinhold Messner hacia los “14 grandes”, en ambos casos cumbres temibles y de gran dificultad técnica. En 1974, Messner había fracasado en un intento a la pared sur del Makalu, fracaso que se repitió en 1981, en un intento con Doug Scott y en el invierno de 1985/86. Por ello, el intento del otoño de 1986 al Makalu (8.463 m), era su cuarto intento a la montaña.

El Makalu desde el Everest

Para su decimotercer ochomil, Messner eligió a sus dos compañeros más entrañables: Friedl Mutschlechner y Hans Kammerlander, y su propósito era completar la lista en ese mismo otoño. Aunque Messner, según sus propias palabras, nunca entendió la carrera por los 14 ochomiles como una competición, lo cierto es que Jerzy Kukuczka le pisaba los talones. Por diversas razones, los tres alpinistas necesitaron tres intentos para alcanzar la cumbre y los dos primeros intentos se suspendieron por prudencia, contradiciendo una de las habituales críticas generalizadas al tirolés. “Solo quien camina con cautela, no tropieza allí arriba” (proverbio tibetano). El 26 de septiembre, los tres alpinistas alcanzaron la cumbre del Makalu, sin aliento pero con ritmo tranquilo. Durante el poco tiempo que duró su escalada, se produjeron dos hechos relevantes: el abandono de Wanda Rutkiewicz, que intentaba su cuarto ochomil, y la muerte de Marcel Rüedi, el mejor alpinista suizo del momento, tras alcanzar la cumbre del que era su décimo ochomil.

Tras el Makalu, su decimotercer ochomil, Messner sabía que estaba en la recta final de su proyecto y contaba con un permiso para el Lhotse (8.516 m), el último de la lista. Pero la temporada estaba ya muy avanzada para organizar una escalada en su línea habitual, la única posibilidad se centraba en las expediciones que ya operaban en el valle del Khumbu, para intentar el Lhotse o el Everest. Una de ellas, de tipo comercial, estaba capitaneada por el suizo Max Eiselin, de Lucerna, con el Everest y el Lhotse como objetivos. Messner llegó a un acuerdo con Eiselin, mediante el pago de una cantidad, para utilizar el equipamiento de su expedición en la cascada del Khumbu y la pared del Lhotse. De esta forma, Messner, Kammerlander y Mutschlechner podían incorporarse al intento de cumbre, aprovechando la aclimatación adquirida en el Makalu. En medio de una tempestad, Messner y Kammerlander (Mutschlechner había abandonado a causa de una infección dental) salieron el 16 de octubre del campo III, en el flanco del Lhotse, hacia el corredor que, por la derecha del Collado Sur sube en dirección a la cumbre. El terrible vendaval los aspiraba literalmente por el corredor hacia la cima. El último tramo, rocoso, presentaba unas condiciones de gran exposición a causa del viento y del frío, por lo que la progresión fue muy lenta, todo estaba congelado, incluso las cámaras, por lo que no pudieron tomar ni una fotografía. “De esta manera llegamos a la cumbre, uno detrás de otro, y emprendimos inmediatamente la huida”.

Era la primera vez que Messner atacaba una cumbre en plena tormenta, anteriormente le habían sorprendido en las inmediaciones o durante el descenso, pero quizá fue por ser el último ochomil, o porque como ambos dijeron, en todo momento se sintieron seguros.

Reinhold Messner en 2009

La carrera por ser el primero en los catorce gigantes había terminado, una mezcla de capacidad física, inteligencia y suerte acompañaron a Reinhold Messner, permitiéndole ser el primero en conseguirlo. Pero nada había terminado, otros alpinistas seguían en su afán por alcanzar las catorce cumbres, hombres como Jerzy Kukuczka, Carlos Carsolio, Juan Oyarzabal, y muchos más. Y otros miraban hacia otro tipo de retos, la rapidez, las escaladas invernales, los itinerarios imposibles… El propio Messner buscó nuevos desafíos y nuevos alicientes. Aun manteniendo la promesa hecha a su madre de no volver a intentar otro ochomil después de los catorce, se dirigió a otras cumbres en otras cordilleras (Vinson, Chimborazo, Cotopaxi), cruzó la Antártida, fue diputado europeo por la Federación de los Verdes (1999-2004), etc.

Ha recibido innumerables galardones, entre ellos el Piolet de Oro o el Premio Princesa de Asturias de los Deportes, pero lo que todos los alpinistas recordaremos es su espíritu de pionero, su personalidad y su osadía.

“Si no he logrado aportaros respuestas suficientes, no las busquéis en mí. ¡Id a las montañas! Nosotros, los hombres, damos demasiadas respuestas y cada día una diferente. Las montañas dan a cada uno su verdadera respuesta”

Reinhold Messner

Joan Grifoll

BIBLIOGRAFÍA

  • Héroes del alpinismo (P. Lazzarin y R. Mantovani). GeoPlaneta, 2008.
  • Primer vencedor de los 14 ochomiles (R. Messner) Desnivel, 1992.
  • K2. La montaña de las montañas (R. Messner, A. Gogna). Editorial RM, 1981.
  • Everest sin oxígeno (R. Messner). Editorial RM, 1979.
  • Espíritu libre, vida de un escalador (R. Messner). Desnivel, 1993.
  • Mi vida al límite (R. Messner). Desnivel, 2005.
  • Solo. La primera ascensión en solitario al Nanga Parbat (R. Messner). Editorial RM, 1980.
  • Wiquipedia.
5 comentarios en «APUNTES SOBRE LA HISTORIA DE LA ESCALADA Y EL ALPINISMO (VIII) – La carrera por los ochomiles. Reinhold Messner.»
  1. Qué artículo tan bonito, ha sido emocionante leerlo y conocer algo más de ese gran alpinista y de la carrera de los ochomiles.

  2. […] Reinhold Messner ha sido el primer alpinista en coronar los 14 ochomiles, además sin el uso de oxígeno, logrado en el espacio de 16 años, un hecho significativo en el himalayismo de los que tienen la virtud de marcar un antes y un después. Este histórico acontecimiento montañero que habría un nuevo reto en el alpinismo de altura, fue batido posteriormente por el coreano Kim Chang-o, con un tiempo de 7 años y 10 días, realizado igualmente sin oxígeno. […]

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