APUNTES SOBRE LA HISTORIA DE LA ESCALADA Y EL ALPINISMO (IX) – La carrera por los ochomiles. Jerzy Kukuczka y la hegemonía polaca.
Joan Grifoll

El alpinismo, como muchos otros deportes, tiene sus particularidades y alguna de ellas coincide con algunos de esos otros deportes, por ejemplo la generacional. Hemos visto en anteriores artículos cómo hubo generaciones de alpinistas extraordinarios de un país que consiguieron verdaderas proezas, por ejemplo, la de Welzembach y sus compañeros (Willy Merkl, Ulrich Wieland, Peter Aschembrenner, etc.), la francesa de Terray, Lachenal, Rebuffat, Herzog…, la de Bonington (Doug Scott, Hamish McInnes, Pete Boardman, Dougal Haston, etc.), La de Bonatti, Mauri, Maestri, etc…

Pero si hubo una generación “de oro” en la conquista de los ochomiles, esa fue la polaca. Cuando ya Messner iba desbocado en busca de los 14, apareció una generación salida de la tristeza de la postguerra, de la mayor precariedad económica y de la rigidez comunista. Se trataba de alpinistas cuyos nombres evocan voluntad, tesón, resistencia, los principales ingredientes para afrontar el Himalaya, los ochomiles, en invierno o por rutas nunca imaginadas, estoy hablando de Jerzy Kukuczka, Vojtek Kurtyka, Andrzej Zawada, Krzysztof Wielicki, Wanda Rutkiewicz, Artur Hajzer, Tadek Piotrowski o Andrzej Czok.

Gracias a esa fuerza y ese empuje, uno de estos polacos, Jerzy Kukuczka, se convirtió en el segundo alpinista del mundo en alcanzar las 14 cumbres más altas del planeta tras Reinhold Messner. Ambos se conocieron y se mostraron un enorme respeto, aunque nunca se ataron a la misma cuerda. Su primer encuentro fue de lo más casual, Kukuczka, Jurek para los amigos, bajaba de conseguir su primer ochomil, el Lhotse (8.511 m) y Messner, ya consagrado como el mejor alpinista del momento subía para intentar el Ama Dablam (6.812 m). Se encontraron en Namche Bazar, en el campamento polaco, y durante la conversación, Jurek mencionó que en su intento fallido al Nanga Parbat había encontrado una linterna cerca de la cumbre. Como quiera que después de la escalada de los hermanos Messner nadie volvió a intentar esa ruta, Reinhold coligió que esa linterna era la de su hermano Günter. Ese fue el primer vínculo entre ambos alpinistas.

Kukuczka nació en Katowice, en la Silesia Polaca, en 1948, en el seno de una humilde familia. Su padre era empleado de ferrocarril y su madre obrera en una fábrica y ambos eran de Istebna, localidad montañesa de los Cárpatos, muy próxima a la cordillera de los Tatras, por lo que su origen los identificaba íntimamente con la montaña: “Toqué unas rocas por primera vez una tarde de sábado, el 4 de septiembre de 1965. A partir de aquel momento todo lo demás dejó de importar”.

Sus primeras escaladas se desarrollaron en el marco de campamentos juveniles, aunque la cercanía de los Tatras propició que se atreviera con algunas de sus grandes paredes. Al terminar el servicio militar, en 1971, se enfrentó a la directísima del Kazalnica en invierno, considerada la escalada más difícil de los Tatras, con su compañero de cordada habitual, Piotrek Skorupa, que perdió la vida a causa de una caída, lo que provocó a Jurek un tiempo de indecisión, refugiándose en su trabajo, en la Empresa Productora de Maquinarias de Katowice. Pero el período de duelo le duró poco, en un campamento del Club de Exploradores de los Tatras, en Bulgaria, completó la primera repetición de la pared del Zlijat Zyb en ocho horas y media, cuando a los mejores escaladores búlgaros les había costado cinco días.

Tras numerosas invernales, en 1972 fue elegido para participar en una competición de escalada en los Dolomitas, cuya estancia aprovechó para abrir una nueva vía en la prestigiosa Torre Trieste. El año siguiente lo dedicó a los Alpes y en 1974 fue seleccionado para intentar el McKinley dentro de la prestigiosa primera expedición polaca a las montañas de América del Norte. La experiencia no fue satisfactoria, Jurek descubrió que le costaba aclimatar mucho más que a la mayoría, sufrió mal de altura a 4.000 m, no alcanzó la cumbre y unas congelaciones le provocaron la amputación de una parte de un dedo de un pie.

El 22 de junio de 1975, contrajo matrimonio con Cecylia Ogrodzinska. Tras la boda, ella se fue sola de luna de miel a Mazuria y él a Chamonix, donde abrió una nueva vía en la cara norte de las Grandes Jorasses. Ese mismo año obtuvo el título de entrenador de alpinismo de clase II, tras finalizar sus estudios de Educación Física. Y el año siguiente, incluído en una expedición al Hindu Kush, volvió a comprobar sus dificultades de aclimatación, estado que consigue cuando el resto del equipo ya desciende de las cumbres, pese a lo cual alcanzó la cumbre del Kohe Tez (7.105 m), su récord personal de altura, aunque la expedición le costó el despido en su trabajo.

Y por fin llega 1977, el año en que Jerzy Kukuczka se enfrentó a su primer ochomil, el Nanga Parbat, que resultó ser un nuevo fracaso, aunque el año siguiente se desquitó en parte, nuevamente en el Hindu Kush, alcanzando la cumbre del Tirich Mir este (7.692 m).

En 1979, la Unión Polaca de Alpinismo organizó una expedición al Kangchenjunga, desestimando un permiso para el Lhotse (8.511 m), al considerarlo de menor entidad. En una reunión de alpinistas, cerca de Gliwice, se decide aprovechar el permiso, pero la organización y financiación se debían de conseguir en menos de un año. Jurek y su equipo consiguieron parte de los fondos limpiando chimeneas industriales, tarea que desempeñaban con mayor rapidez colgados de las cuerdas que de la forma tradicional, con un farragoso andamiaje. Abriendo una variante sobre la vía normal, el 4 de octubre, Kukuczka y su compañero Andrzej Czok alcanzaron la cumbre del Lhotse sin utilizar oxígeno embotellado, mientras que unas horas antes lo habían hecho Janusz Skorek y Zyga Heinrich provistos de oxígeno. Era su primer ochomil, el Lhotse, como premonición de una montaña que marcaría su destino. Messner llevaba ya cinco diferentes.

Un año después, meses más tarde del nacimiento de su hijo Maciek, participó en una expedición oficial polaca que reunía la flor y nata del alpinismo del país con el fin de abrir una nueva ruta al Everest (8.848 m). A mediados de mayo, a pocos días de la llegada del monzón, se encontraban aún a 7.000 m, con la intención de montar un campamento IV antes de intentar la cumbre. En una reunión estratégica, Jerzy propone lanzar un ataque relámpago a cumbre acompañado de Czok. En una polémica discusión, el jefe de expedición, Andrzej Zawada, decide que irán ellos dos, respaldados por Heinrich y Olech desde el último campamento. Tras superar un tramo de roca muy comprometido, en la cumbre Sur, a 8.600 m, se les termina el oxígeno, pero se sobreponen y alcanzan la cumbre a las cuatro de la tarde. Tras un dramático descenso alcanzaron el último campamento ya de noche cerrada y al día siguiente el C.III, en el que les esperaba la cordada de apoyo. Unos días después, llegó el monzón.

¡Jurek!, ven. He estado en la vertiente occidental del Makalu con Alex McIntyre, René Ghilini y Ludwik Wilczynski. No lo logramos, solo llegamos a los 6.700 m. Pero creo que es posible… ¡Cuento contigo! Wojtek.”

Con este mensaje, Kurtyka emplazaba a Kukuczka a intentar el Makalu (8.463 m), por una nueva ruta que pretendía abrir en su pared occidental. El problema era básicamente económico, a la expedición debían de sumarse Alex McIntire y René Ghilini, que aportarían 2.000 $ cada uno, pero solo el primero se presentó en Kathmandú, por lo que todo su presupuesto era de 2.200 $. Reduciendo al máximo los gastos, con solo 25 porteadores, llegaron al campo base, días antes que Reinhold Messner y Doug Scott, que intentaban abrir una ruta por su arista sur. Ambos intentos resultaron fallidos, el polaco-inglés por la enorme dificultad en roca que encontraron, teniendo que bajarse a 7.800 al quedarse sin provisiones. Messner y Scott lo hicieron por las condiciones climatológicas, sobre todo por el fuerte viento. Una vez en el C.B., tenían que esperar 7 días a que llegaran los porteadores para desmontar y Kukuczka, siempre inconformista, decidió lanzar un intento en solitario, pues nadie tenía ya reservas anímicas.

El Makalu (8.463 m)

Inaugurando un nuevo itinerario hasta enlazar con la arista noroccidental, con 10 metros de cuerda y una lona para vivaquar, emprendió la ascensión. Afortunadamente, durante la aclimatación, habían abandonado una tienda en un collado sobre los 7.000 m, pues la lona se la arrebató el viento la primera noche. Tras superar un resalte de roca con solo esos 10 metros de cuerda, llegó a la cumbre a las 5 de la tarde y lógicamente tuvo que hacer la mayor parte del descenso de noche, incluso el del resalte rocoso.

… “un momento después me di cuenta de que era mi tercer ochomil, y de que era el único polaco que tenía tres. Me entró un calorcillo por dentro” …

Durante la transición política que vivió Polonia, gracias al empuje del sindicato Solidaridad, los desplazamientos al extranjero estaban muy limitados, pese a lo cual las expediciones de alpinismo eran autorizadas. Kukuczka y Kurtyka querían intentar el K2 (8.611 m), pero a su estilo, que era el alpino, por lo que no pudieron integrarse en la expedición ‘oficial’, dirigida por Janusz Kurczab para abrir una nueva ruta por la vertiente suroccidental, recurriendo a la ‘oficial’ femenina dirigida por Wanda Rutkiewicz que sí que aceptó su presencia siempre que no se dirigieran a la vía normal, que era la que intentarían ellas. Al no poder aclimatar en la vía normal para dirigirse a la pared oriental, donde querían abrir una nueva ruta, se fueron, aun sin permiso oficial, al Broad Peak (8.047 m), cuya cumbre alcanzaron “para tener una buena aclimatación”. En el descenso se cruzaron con Messner, acompañado de los pakistanís Nazir Shabir y Scherham, a quien le pidieron que no dijera nada de su presencia en el Broad (iban sin permiso) y quien les dio la triste noticia del fallecimiento de Halina Krüger, de la expedición femenina.

Sobreponiéndose a la tristeza, Jurek y Wojtek continuaron con su proyecto, cambiando a la pared sur por los enormes peligros objetivos que presentaba la oriental ese año. La nieve, el viento constante y un peligroso empeoramiento meteorológico les obligaron a abandonar a 7.200.

Los ochomiles iban “cayendo” poco a poco y la sociedad Kukuczka-Kurtyka funcionaba bien, por lo que en 1983, volvieron a Pakistán con la intención de intentar los Gasherbrum, nuevamente con problemas de permisos, solo tenían para el Gasherbrum I (Hidden Peak). Al poco de montar el campo base y con el fin de prepararse para el proyecto principal, la vertiente suroriental del Hidden, ascienden por una nueva ruta y en cuatro días al Gasherbrum II (8,035), a cuya cumbre llegaron el 1 de julio.

Wojtek Kurtyka

Tras 18 días nevando y cuando ya se les acababa el tiempo de estancia, a punto de llegar los porteadores, salió el sol y tras dejar solo 24 horas para que se purgara la montaña, se lanzaron a su proyecto. Superando muchos inconvenientes: dificultades técnicas inesperadas, la existencia de una barrera rocosa que les hizo descender e intentarlo por otra ruta y hasta ¡la pérdida de un crampón! de Kurtyka, que inconcebiblemente encontraron más tarde, llegaron a la cumbre del Gasherbrum I (8.068 m).

Nuevamente, en Islamabad tuvieron que resolver los problemas de haber subido una montaña sin permiso, pero Jurek alcanzaba así su quinto y sexto ochomiles por dos nuevas rutas, en tanto Messner llevaba nueve, con su escalada al Cho Oyu.

Con seis ochomiles en el bolsillo, Kukuczka ya pensaba en “los 14×8”, salía a expedición por año y contaba para su proyecto con la inestimable ayuda de Kurtyka. En 1984, nuevamente se planteó el K2, segunda cumbre del mundo, que parecía escabullirse cada vez que se acercaba a ella, como también sucedió ese año, a causa de ‘otro’ problema burocrático, ya que el gobierno pakistaní les prohibió integrarse en la expedición de Stefan Wörner, con el que habían llegado a un acuerdo y en la que figuraban Wanda Rutkiewicz, Kurt Diemberger y Peter Habeler, entre otros. Afortunadamente sí que pudieron añadirse a la polaca de Janusz Majer, pero eso significaba volver al Broad Peak, aunque “siempre podemos abrir una nueva ruta, o incluso realizar la travesía de sus cumbres”.

Tras numerosos avatares y algún percance, como el vuelco de la furgoneta de transporte de Islamabad a Skardú, consiguieron llegar al campo base del Broad con la intención de realizar la travesía de las cumbres, entrando por la arista sur, aún virgen. Tras dos intentos infructuosos, uno por una caída de piedras que les destrozó la tienda con ellos dentro, optaron por dirigirse a la arista norte. En cinco días de escalada “muy difícil”, recorrieron la arista norte, llegando a la cima norte y a la central, desde donde se dirigieron a la vía normal para el descenso.

En el proyecto figuraba intentar, tras el Broad, la llamada “Pared Resplandeciente” del Gasherbrum IV (7.925 m), una terrorífica pared de esta terrorífica montaña conquistada por Walter Bonatti y Carlo Mauri el 6 de agosto de 1958, dentro de una expedición dirigida por Ricardo Cassin (Ver el artículo VI de esta colección), pero las dudas de Kurtyka echaron atrás el proyecto, motivando el primer desencuentro entre ambos alpinistas.

El enfado entre Wojtek y Jerzy continuó cuando el segundo habló de dos expediciones invernales que se estaban preparando para el año siguiente. Kurtyka respondió: “A mí el invierno no me interesa”, lo que certificaba la separación. 1984 había sido una temporada perdida en la carrera por los ochomiles.

Las dos expediciones invernales eran: al Daulaghiri (8.167 m), dirigida por Adam Bilczewski y al Cho Oyu (8.201 m), dirigida por el conocido Andrzej Zawada. Mediante un encaje de bolillos y ocultando sus planes hasta el último momento, Jurek consiguió engancharse a ambos proyectos. El primero fue el Daulaghiri, para lo que tuvo que llegar él solo al campo base, ya que había llegado a Kathmandú con los del Cho Oyu. El 26 de octubre había nacido su segundo hijo, Wojtek (¿casualidad?), por lo que retrasó su salida un mes más tarde que el equipo del Daula.

Daulaghiri (8.167 m)

Las condiciones de un ochomil en invierno son realmente estremecedoras. Los alpinistas tienen que moverse a veces por nieve en la que se hunden hasta los hombros y las temperaturas son bajísimas. Cuando Jurek se incorporó al grupo, solo habían montado el campo II y las condiciones eran muy malas. Una vez instalado el IV, salieron hacia cumbre Janusz Skorek y Machnik, que se dieron la vuelta a causa del frío y la tempestad, y a continuación Kukuczka, Czok y Mirek Kuras. La primera noche en el C.IV, fueron alcanzados por una avalancha, que provocó congelaciones a Kuras, que tuvo que descender. Jurek y Czok montaron un nuevo campamento a 7.700, desde el cual salieron hacia cumbre el 21 de enero, a la que llegaron muy tarde, a las 16 h, entre el frío, el viento y una densa niebla, lo que provocó el inevitable vivac ¡En enero y en el Himalaya! A unos 7.800 m: “Nos sentamos sobre los macutos, permanecimos abrazados. Y así, tiritando, nos quedamos plantados a unos 40º bajo cero. Por supuesto no había nada de comer, y de beber ni hablar. Solo contaba una cosa: había que aguantar como fuera hasta el amanecer, sobrevivir de algún modo”. Al día siguiente, tras un descanso en el C.IV, continuaron el descenso. La niebla provocó su separación y Jurek tuvo que afrontar su segundo vivac en solitario (Czok había llegado al C.II) y bajando hacia el C.B. aún tuvieron que soportar un tercer vivac, esta vez ya con Czok, Baranek y Kuras. Al llegar al C.B., se comprobó que Czok sufría severas congelaciones en los pies. Pero Kukuczka solo pensaba en llegar a tiempo al Cho Oyu para unirse al ataque a cumbre. ¿Qué clase de hombre era Jurek, que después de haber hecho cumbre en un ochomil y soportado tres vivacs sin saco de dormir, en enero y en el Himalaya, solo pensaba en escalar otro ochomil?

Tras un azaroso descenso, nuevamente en solitario y con los pies llenos de ampollas por las congelaciones, por Pokhara, el 5 de febrero Jurek llegaba a Kathmandú, desde donde habló por radio con el C.B. del Cho Oyu para oír que le esperaban, que se diera prisa. Tras una espera de dos días, el avión de Lukla pudo despegar y desde allí, en tres días y con un porteador, el 9 de febrero llegó al C.B. del Cho Oyu, marcha que suele hacerse en 8 jornadas.

Jurek tras su escalada al Cho Oyu

Desde el C.B. y con Zyga Heinrich, intentaron llegar en tres días al C.IV, pero antes tuvieron que soportar un vivac, sin sacos de dormir tras una escalada nocturna muy difícil y peligrosa, a tan solo 50 m de la tienda, que no vieron en la noche. Estaban a 7.400 m y, tras descansar todo el día y una noche, el 15 de febrero salieron hacia la cumbre. Jurek arrastraba un enorme cansancio desde el Daula y Zyga no estaba bien aclimatado, y para colmo la escalada continuaba sin bajar de dificultad, por lo que a las 16 h, cerca de la cumbre se plantearon la continuidad o el descenso: “Lo único que había aprendido hasta el momento era que también es posible soportar los vivacs en invierno, a ochomil metros”. Les separaba de la cumbre un duro tramo de hielo, difícil y escarpado, que hacía imprescindible asegurarse con la cuerda.

“Alcancé la cumbre en medio del rojo resplandor de los rayos del sol poniente. Recibí una fuerte impresión. Di un paso y de pronto me encontré en un mundo completamente diferente. Desaparecieron las abruptas paredes, las afiladas aristas, y como si entrara desde un oscuro cañón, lleno de peligros, en una meseta iluminada por un púrpura claro”.

Nuevamente se impuso el vivac, a unos 40º bajo cero, con la persistente preocupación por los pies, ya congelados en el Daulaghiri, y nuevamente a 200 m de la tienda, que tampoco vieron en la noche. Llegaron al C.B. casi a la medianoche del 19 de febrero, totalmente extenuados. Nadie, en la historia del alpinismo, había conseguido ascender a dos ochomiles en un mismo invierno.

Kukuczka llevaba ya 8 ochomiles y en su mente ya había tomado forma la idea de estar en la carrera con Messner por los 14, aunque su plan era hacerlos siempre por una ruta nueva o en invierno, de alguna forma muy similar a la idea del tirolés.

Para no perder el ritmo de la “competición”, en 1985 se enroló en una expedición al Nanga Parbat (8.125 m), promovida por los cracovianos Pawel Mularz y Piotrek Kalmus. El plan era de nuevo el pilar suroriental, igual que siete años antes, aunque luego cambiaron de objetivo, y en el grupo figuraba gente como Tadeusz Piotrowski, reconocido himalayista, y un mejicano desconocido y primerizo en el Himalaya, Carlos Carsolio, que con los años se convertiría en el cuarto hombre en alcanzar los 14, así como el infatigable Zyga Heinrich.

La ruta era muy difícil y excepcionalmente peligrosa pues seguía una serie de corredores continuamente barridos por las avalanchas. Había que equiparla completamente con cuerdas fijas que se rompían por las caídas de piedras y había que cambiar y reparar continuamente, sobre todo entre los campos II y III. Nada más instalar el C.III, uno del grupo, Andrzej Samolewicz fue arrastrado por un alud en una caída de más de 600 m, de la que salió ileso pero cubierto de rasguños. Fue el primer aviso de la montaña.

Una vez instalado el C.IV a 7.400 m, la idea era subir ya en estilo alpino, montar un C.V y desde allí intentar la cumbre. El 10 de julio, tras una fuerte borrasca nocturna, a mediodía y junto al C.II, una avalancha se llevó a Piotrek Kalmus al atravesar uno de los últimos corredores peligrosos.

Confirmada la muerte de Kalmus, se produjo el inevitable debate sobre si continuar o no con la expedición. Zyga Heinrich, director deportivo del grupo, consideró que seguir y hacer cumbre era el mejor homenaje que se podía hacer al compañero fallecido, por lo que los del C.IV seguirían hacia la cumbre y los de más abajo se encargarían de trasladar el cadáver hasta el C.B. y darle sepultura. Finalmente, las cordadas de cumbre serían las formadas por Jurek, Zyga Heinrich, Carlos Carsolio y Slawek Lobodzinski.

Como ya se estaba convirtiendo en norma en los últimos ochomiles del polaco, llegó el inevitable vivac, en una de las zonas más difíciles de la pared, cuando estaba suspendido de un clavo, a 8000 m, se convenció de que se hacía de noche. Bajó por la cuerda y cavaron un hoyo en la nieve en el que se apretujaron los cuatro para pasar la noche: “Afuera seguro que hacía menos de 40º bajo cero, pero en el hoyo no soplaba el viento…”. Pese a la dificultad, que no cedió hasta la cumbre, la falta de alimentos, el agotamiento y la congoja por el compañero fallecido, el 13 de julio, a las 13 horas, llegaban a la cumbre del Nanga Parbat.

Ruta polaca al Pilar Suroriental del Nanga Parbat

El descenso volvió a ser un suplicio y la lentitud marcada por el agotamiento, una constante. De esa forma, a las 17 h., al llegar al hoyo del vivac, decidieron volver a pasar allí la noche, ante la perspectiva de no llegar a un sitio mejor ni por supuesto al C.V, sin gas y sin comida. El agotamiento era tal, que al día siguiente emplearon todo el día en bajar al C.V, lo que normalmente hubieran hecho en dos horas. En el V, pudieron derretir algo de nieve para beber, pero no quedaba comida, llevaban dos días sin comer y casi sin beber. Al día siguiente siguieron bajando, en el C.IV tampoco había comida ni gas, el III había desaparecido aplastado por un serac. El desaliento cundió, previendo lo peor, pero la ayuda llegó. Desde el C.B., Michal Kochanczyk y Mirek Gardzielewski subieron provisiones al III, conscientes del estado de sus compañeros. Pese a varios percances muy peligrosos, consiguieron llegar al Campo Base: “Tras nosotros quedaba el peligroso Nanga Parbat coronado por su vertiente suroriental. Tras nosotros, también el descenso, durante el cual habíamos sorteado en varias ocasiones el límite de la resistencia humana. Y a cierta distancia del campo base quedó una tumba de piedras que ocultaban a nuestro amigo Piotrek Kalmus”.

Apenas un mes después de su regreso del Nanga, Jurek se vio envuelto en una expedición a la peligrosísima cara sur del Lhotse (8.516 m), que había rechazado numerosos intentos de potentes expediciones. Por primera vez en su vida se encontraba cansado, física y psicológicamente, y sin ganas de volver a la montaña. Pese a todo cedió a la insistencia de sus compañeros y, aunque salió un mes más tarde, se incorporó al grupo cuando ya habían instalado el C. IV. Sus sensaciones pesimistas se confirmaron cuando bajaba hacia el C.V, tras haber instalado 80 m de cuerda en la parte más difícil de la pared, por encima de los 8000. Su compañero de cordada, Rafal Cholda, se despeñó en una zona sencilla, cuando caminaba detrás de él. Fue precisamente Kukuczka, por primera vez en su vida quien instó al grupo a abandonar la montaña y regresar. Solo pensaba en su casa y su familia.

Invierno de 1985, nuevamente en el Himalaya y nuevamente unas navidades lejos de la familia, pero el objetivo era nada menos que el Kangchenjunga (8.586 m), la tercera cumbre del planeta y siguiendo su proyecto de hacer los 14 en invierno o por rutas nuevas, excepto el Lhotse, que llevaba clavado como una espina por haberlo conseguido por su vía normal. Al Kangchenjunga también iban por la normal, pero en invierno. Esta es una enorme montaña de cinco cumbres, cuatro de las cuales superan los 8000 m.

El día 2 de enero quedaba instalado el C.IV a 7.200 m y al día siguiente, Jurek y Krzysiek Wielicki montaban el C.V, de una sola tienda, a 7.800 m, y a continuación llegó el mal tiempo y tuvieron que replegarse todos al campo base. Como trabajaban en grupos de 4, había que reforzar con otra tienda los campos IV y V y dotarlos, pero la montaña estaba ya equipada. En el siguiente intento, el 10 de enero, llegaron al C.IV, Kukuczka, Wielicki, Przemek Piasecki y Andrzej Czok, que se encontraba muy afectado por la tos, por lo que pensaba bajar al día siguiente con Piasecki, en previsión de un posible edema pulmonar. El 11, Jurek y Wielicki, salieron hacia la cumbre a las 5.45 h, a unos 40º bajo cero. Sin encordarse, alcanzaron la cumbre sin otra novedad que el lacerante frío, para emprender el descenso inmediatamente. Al llegar al C.IV se enteraron de la gravedad de Czok, que estaba inmovilizado en el C.III por un casi confirmado edema pulmonar y que le estaban subiendo oxígeno desde el C.B., pero desgraciadamente, esa misma noche, sobre las 22 horas, Andrzej Czok falleció. La expedición había terminado y el golpe anímico era muy fuerte, pues Czok era el alma del grupo himalayista silesiano.

Leyendo las biografías de grandes personajes, muchas veces hemos encontrado similitudes sorprendentes, sin llegar a las conclusiones de Plutarco en Vidas paralelas, claro. Pero si repasamos los escritos personales de Kukuczka y Messner, vemos reflexiones similares en momentos parecidos. Ambos sufrieron el acoso y la envidia de buena parte del mundo alpinista y de la sociedad de cada uno. Igual que hizo Messner en cierto momento (ver el capítulo anterior de esta serie), Jurek, tras la trágica expedición al Kangchenjunga, decidió alejarse de las expediciones en grupo con técnica pesada y volver a su concepto de escalada alpina en el Himalaya, en una pequeña cordada, pero muy poco después de tomar esta decisión llegó una llamada de Tadek Piotrowski, compañero de alguna expedición anterior y primer escalador del mundo, con Zawada, de un sietemil en invierno. Piotrowski le invitaba a unirse a una macroexpedición organizada por el gran Karl Herrligkoffer a la vertiente sur del K2 (8.611 m), largamente soñada por Jurek. Inmediatamente aparcó todas las promesas que se acababa de hacer a sí mismo y confirmó a Tadek su participación.

Como todas las organizadas por esta leyenda del himalayismo (aunque jamás intentó subir a una montaña), se trataba de una macroexpedición, con todas las comodidades que permite el Karakorum, con un presupuesto desorbitado y un nutrido grupo. Además de los dos polacos, había alemanes, suizos y austríacos. El proyecto era doble: abrir nuevas vías al K2 y al Broad Peak, aunque la mayoría se conformaba con hacer las vías normales. Casi todos los componentes, excepto los polacos, eran guías de montaña y añadir un ochomil a su curriculum era muy importante laboralmente, por lo que preferían asegurar algún éxito. Herrligkoffer confiaba en los polacos para la nueva ruta al K2, aunque intentó obligar al resto del grupo a juntarse con ellos en la pared sur, pero finalmente la expedición se dividió en varios grupos.

En el campo base coincidieron con varias expediciones al K2, entre ellas, una francesa, con Wanda Rutkiewicz, una inglesa, una española, una italiana, una polaca, dirigida por Janusz Majer, una austríaca, una coreana y “un italiano que vagaba por las montañas en solitario, un tal Renato Casarotto”.

Cara sur del K2.
A la dcha. la ruta de Kukuczka y Piotrowski

Jurek, Tadek y el alemán Toni Freudig instalaron el C.I a 6.000 m y el C.II a 6.400, al pie del serac al que años antes llegara con Kurtyka, obstáculo que suponía el paso clave de la ruta. Desde este C.II, el alemán se retiró de la escalada, mientras los polacos instalaban el C.III a 7.200 m, antes de bajar al C.B. ante un cambio repentino de tiempo. 14 días después, con mejor tiempo y la montaña limpia, llegaron de nuevo al C.III, desde donde ya se planteaban un intento a cumbre, pero tuvieron que instalar un nuevo campamento a 8.300 m, ya que una pared de roca les cortaba el paso a la arista somital.

La barrera rocosa era prácticamente vertical, y su parte más difícil, unos 20 m, era de V+, lo que a 8.300 m, suponía un desafío enorme, y encima se avecinaba un cambio de tiempo. El 2º día de lucha contra el muro rocoso, ya sin gas ni comida, consiguieron superarlo, a las 3 del mediodía y habiendo dejado la tienda, los sacos y todo lo superfluo en la escalada, ya que con peso hubiera sido imposible escalar la roca. Ya completamente de noche y en medio de una copiosa nevada, alcanzaron la cumbre, el undécimo ochomil de Jurek y el primero de Tadek, nada menos que por una nueva ruta al K2. Al poco de bajar, al pie de un serac, decidieron vivaquear, para lo que “cavamos un hoyo poco profundo, nos refugiamos en él. Tiritando todo el tiempo de cansancio y frío nos abrazamos el uno al otro…”. Al día siguiente, la niebla era tan cerrada que apenas se veían los pies y la nieve seguía cayendo, aunque sin viento. Orientarse era muy difícil y, además, no conocían la ruta normal. Al anochecer vieron que la pendiente se tornaba más benévola, pero sin luz no tenían más remedio que vivaquear de nuevo, era su cuarta noche por encima de los 8.000 y llevaban dos días sin comer ni beber, se sabían al borde de sus fuerzas. Al día siguiente siguieron bajando, aunque Piotrowski se encontraba ya muy débil, por lo que dejó la cuerda que llevaban en el vivac, lo que complicó el descenso por una empinada y helada ladera, cuando ya veían las tiendas de un último campamento. En un momento dado, Jurek vio como a Tadek se le soltaba un crampón y segundos después, inexplicablemente, el otro, con lo que, destrepando en una pared de hielo vivo, su suerte estaba echada. En la caída estuvo a punto de arrastrar a Jurek y cien metros más abajo se precipitó por la gran pared. Unos 20 m más abajo Jurek encontró los dos crampones cuyas hebillas estaban desabrochadas, poco después se refugiaba en una de las tiendas austríacas en la que pudo comer, beber y meterse en un saco de dormir en el que durmió 20 horas seguidas.

Ya en el C.B. Jurek se enteró de que antes de Tadek habían muerto dos norteamericanos y el matrimonio Barrard, por lo que el polaco era la quinta víctima. Dos días después fallecía Casarotto al caer a una grieta, preludio de otra serie de muertes en lo que sería el año más trágico en la historia del K2.

Otra de las similitudes con Messner fue la de la leyenda que se difundió sobre las muertes de compañeros en las expediciones y que al tirolés le llevó a las escaladas en solitario o en miniexpediciones. Jurek no hizo caso y siguió con sus proyectos, el primero de los cuales se dirigía al Manaslu (8.156 m) en una expedición organizada por Artur Hazjer y que ya estaba proyectada desde antes del K2 para 1986. Esta expedición supuso el reencuentro con Wojtek Kurtyka y al grupo se añadieron también Carlos Carsolio y Elsa (los mejicanos del Nanga). El objetivo consistía en abrir una vía en la arista oriental, virgen, que llevaba a la cumbre este (7.925 m), también virgen y de allí a la cima principal. Pese a una lluvia y nieve ininterrumpidas durante dos semanas, consiguieron montar un C.II a 6.400, pero cada vez había más nieve, solo cabía esperar. Una mañana, mientras desayunaban bajo el tamborileo de la lluvia en la lona de la tienda, escucharon por la radio: “Ayer, el famoso alpinista Reinhold Messner llegó a la cima del Lhotse. Es el primer ser humano que ha subido las catorce montañas más altas del mundo”. Dentro de la tristeza por haber “perdido la carrera”, Jurek sintió un profundo alivio, ahora podía dedicarse tranquilamente a su objetivo de invernales o nuevas rutas. Le restaban el Manaslu, el Annapurna y el Sisha Pangma.

Continuaron la escalada, pero las nevadas no cesaban, subían con los nervios a flor de piel por el riesgo de avalanchas. Este riesgo excesivo, la monotonía del mal tiempo y la inactividad pudieron con los nervios de Kurtyka, que se descolgó de la expedición, poco después el tiempo mejoró, con lo que Jurek y Hazjer (Carsolio tenía congelaciones en las manos) se lanzaron hacia arriba, consolidaron el C.II y montaron un C.III a 7.200, en plena arista. Desde allí decidieron unirse a la vía normal e intentar llegar a la cumbre, pero a 7.400, el viento era tan fuerte que no pudieron montar la tienda, se metieron dentro sin montarla y pasaron la noche helados y soportando las embestidas del vendaval. Al día siguiente bajaron al base derrotados.

Muy pocos en la historia del alpinismo hubieran pensado en un nuevo intento a cumbre, después de dos meses en la montaña, dos intentos por diferentes rutas y un vivac a 7.400 en condiciones límite, pero si hay un alpinista en esa historia que lo podía hacer, ese era Jerzy Kukuczka. Esa constancia es otro de los paralelismos con Messner.

Una vez en el C.B., convenció a Carlos y a Artur, para hacer un nuevo intento, en estilo alpino y ¡por una ruta diferente! El 5 de noviembre, cuando todas las expediciones estaban ya de regreso, ellos salían hacia arriba. Siguiendo la arista oriental, pero por una ruta nueva llegaron al collado que separaba ambos picos, montaron la tienda a 7.800 m y al día siguiente, tras una dura escalada en roca de 150 m, alcanzaron la cumbre virgen, descendiendo al collado para pasar una noche más. La noche fue muy dura, el viento volvía a ser terrible, los sacos eran bloques helados y la tienda estaba llena de agujeros: “Tiritando de frío, Artur consiguió encender el hornillo tapándolo con sus propias piernas. El fueguecillo poco a poco iba derritiendo la masa de hielo. Artur permanecía inclinado sobre la fiambrera; los mocos le caían directamente de la nariz sobre ella, pero lo importante era que la fiambrera se llenara cuanto antes de algo para beber”.

Tras una noche entera tiritando y debido a las congeladas manos de Carsolio, decidieron bajar por la mañana para ponerse a salvo, pero al asomar la cabeza, Jurek vio la cumbre al alcance de la mano y ¡sin viento!, el vendaval afectaba solo al collado: ¡Dejadlo todo, vamos hacia la cumbre! Una hora y 45’ después, Jerzy y Artur pisaban la cumbre del Manaslu, Carsolio se quedó agotado en la tienda.

El siguiente objetivo era el Annapurna (8.091 m), para ese mismo invierno, pero Jurek no tenía ni grupo ni dinero. A su propuesta se sumaron Artur Hajzer (que ya estaba comprometido desde el Manaslu), Rysiek Warecki y Krzysiek Wielicki, y poco después, el médico Michal Tokarzewski y Wanda Rutkiewicz, esta última con el apoyo de Jurek, que la necesitaba por su aportación económica, pero con la oposición del resto. Milagrosamente, una llamada desde Italia resolvió el problema económico, un tal Jacek Palkiewicz, que jamás había subido una montaña, aportaba 4.000 $ por su participación. El 31 de diciembre volaban hacia Kathmandú.

Otra de las constantes en las expediciones de Kukuczka era la de los problemas con los permisos, al llegar a la capital nepalí vieron que no lo tenían, lo que se resolvió con una gestión, nuevamente milagrosa de Wanda con la embajada de la India. El plan era subir por la ruta francesa de la expedición que alcanzó por primera vez la cumbre en 1950…, pero en invierno.

Tras los consabidos problemas con los sherpas (otra constante de sus expediciones), que se hundían en la nieve hasta la cintura, llegaron al C.B. el 20 de enero. La montaña los recibió con ¡un terremoto!, que provocó avalanchas tan espectaculares que motivaron la renuncia inmediata de Palkiewicz, aterrorizado.

Wanda Rutkiewicz

Antes de tener completamente instalado el campo base, pues seguían llegando porteadores con cargas, ya tenían instalado el C.III, en tres días. Jurek y Artur conservaban la aclimatación del Manaslu, lo que les resultaba de gran ayuda. El frío era tremendo y a partir de 6.000 m, un hielo durísimo en el que apenas podían clavar las puntas de los crampones, les ralentizaba mucho la progresión. En ese hielo tuvieron que tallar una plataforma para instalar una tienda más arriba del C.III, en un lugar muy peligroso, pero era el único: “En un momento dado algo pasó muy cerca, emitiendo un sonido que recordaba a la respiración de una bestia gigante. El alud se deslizó por el corredor por el que habíamos estado escalando el día anterior para llegar justo a ese lugar”.

Kukuczka y Wielicki, que sería premio
Princesa de Asturias, 2018, junto a Messner

Instalaron el C.IV a 6.800 m y, aunque la idea era bajar al C.B. a descansar, Jurek y Artur querían aprovechar su aclimatación por lo que decidieron seguir, en tanto que Wanda y Wielicki, bajarían al base para afianzar la suya. Al día siguiente montaron la tienda a 7.500 m, en lo que sería un C.V, desde el cual ya podían pensar en la cumbre, pero el siguiente lo pasaron dentro de la tienda para descansar, bajo una gran nevada. El 3 de febrero, con una sensible mejoría del tiempo, salieron hacia la cumbre, con visibilidad reducida, viento considerable y teniendo como dificultad principal la dureza del hielo sobre el que ascendían. Llegaron a la cumbre a las 4 de la tarde, muy tarde para ser invierno, les quedaba una hora de luz. El tercer milagro se produjo a las 10 de la noche: cuando el vivac ya planeaba sobre ellos, Jurek tropezó con algo blando, era la tienda del C.V, que estaba enterrada en la nieve, y dentro de ella, todo congelado. Trece días después de haber llegado al C.B., habían hecho cumbre, en el Annapurna y en invierno, por primera vez en la historia.

Wanda y Krzysiek tuvieron que renunciar a su intento, desde el C.III, por una enfermedad de la polaca.

Trece eran ya los ochomiles alcanzados por Kukukczka, le faltaba el Sisha Pangma, el ochomil situado enteramente en el Tíbet, bajo control administrativo chino, lo que suponía un problema para el permiso y sobre todo un incremento presupuestario. Como siempre, a Jurek se le atragantó el permiso. Lo intentó por telex desde Kathmandú, hablando con el ministro de deportes chino en Katowice, con una expedición comercial organizada por Trekking International, varias veces más por telex, pero era como un muro, todo parecía perdido cuando de pronto le comunicaron la concesión del Premio del Ministerio de Asuntos Exteriores y con él la oportunidad de entrevistarse personalmente con el ministro. Esa entrevista dio como resultado una visita a Pekín en la que los problemas se allanaron en la entrevista final con el director de la Unión Nacional Alpinística China, con rango de ministro. A primeros de julio de 1987, la expedición del Club Alpino de Katowice estaba en Nialam, Tíbet.

Dirigida como de costumbre por Janusz Majer, los componentes, además de Jurek, fueron: Wanda Rutkiewicz, Artur Hajzer, Rysiek Warecki, Lech Korniszewski (médico), los mejicanos Elsa Ávila y Carlos Carsolio, el británico Alan Hinkes, el americano Steve Hunch, y las francesas Christine de Colombel y Malgosia Fromenty.

Los problemas se multiplicaron hasta llegar al campo base y una vez allí, más aún. Janusz presentaba síntomas de edema, cerebral o pulmonar, con fiebre muy alta y delirando. El diagnóstico fue de inflamación venosa por la deficiente aclimatación. El proyecto era abrir una nueva vía por la arista oeste. Excepto una avalancha que estuvo a punto de sepultar el C.I cuando estaban allí Jurek, Artur, Alan y Steve, un período de diez días seguidos de mal tiempo y la enfermedad de Janusz, probablemente este fue el ochomil más tranquilo para Kukukzcka. No hubo problemas graves ni vivacs en medio de la tempestad ni congelaciones. El bagaje del grupo fue excelente: Artur y Jurek consiguieron dos cumbres vírgenes, el Yebokangal Ri (7.365 m) y una cumbre secundaria del Sisha, y abrieron la arista oeste, haciendo cumbre el 18 de septiembre; Alan y Steve abrieron una ruta por el corredor central hasta la cumbre; y el resto: Wanda, Elsa, Carlos y Rysiek, hicieron cumbre por la vía normal. Para Wanda Rutkiewicz fue el cuarto ochomil, siendo la primera mujer del mundo en hacerlo; para Carsolio era el segundo y su mujer, Elsa, era la primera mejicana en alcanzar un ochomil y la mujer más joven de la historia en hacerlo, 23 años. Pero por encima de todo eso, Jerzy Kukuczka había alcanzado su decimocuarto ochomil: “Mientras bajaba, todas estas increíbles y justas razones de alegría me daban vueltas en la cabeza como un macuto mal empaquetado…, cada uno de los catorce me ayudaba a caminar, otorgaba ritmo a mis pasos. Como cuando se está llegando allí, a lo más alto, con lo que queda de fuerzas, y hay que contar. Catorce… veces… ocho. ¿Pero, de verdad se ha terminado algo? No. El mundo vertical no termina nunca. Dura. Espera. Un día volveré…”

Wanda Rutkiewicz, Jerzy Kukuczka y Krzysztof Wielicki,
Los más grandes del alpinismo polaco.

Telegrama de Messner a Kukuczka: “No eres el segundo, eres grande”.

Y Kukuczka describió así a Messner: “Reinhold siempre fue para mí, y continúa siéndolo, el más ilustre himalayista del mundo. Un hombre que realizó en las montañas hazañas prodigiosas, el pionero de las nuevas corrientes en la escalada de alta montaña. Fue el primero en coronar todos los ochomiles y la historia no lo olvidará”.

Y así fue. Como él mismo dijo, volvió a las montañas, a sus queridos Tatras y al Himalaya. El 13 de octubre de 1988 alcanzó la cumbre del Annapurna Este (8.010 m) por una nueva vía, por la vertiente sur y en estilo alpino. En 1989, tenía en mente un proyecto anterior, la travesía de las cinco cumbres del Kangchenjunga, pero al conocer que Messner no había conseguido el éxito en la sur del Lhotse, cambió de plan. El 24 de octubre, un día de sol espléndido, Jurek se disponía a finalizar el tramo más difícil de la pared y alcanzar la arista. Ryszard Pawlowski, su compañero lo vió llegar casi hasta la misma arista, donde terminaban las dificultades, y en ese momento resbaló de forma inesperada. No había puesto ningún seguro intermedio, con lo que la caída fue el doble de la cuerda desplegada (factor 2 de caída), lo que provocó la rotura de la cuerda. El 26 de octubre sus amigos encontraron y enterraron su cuerpo en una grieta.

Jerzy Kukuczka murió en su decimoséptima expedición a los Himalayas, la tercera al Lhotse, diez años después de haber subido su primer ochomil, el Lhotse. En 1986 escribió esto: “El Lhotse ha sido siempre importante para mí y lo sigue siendo. En realidad ya lo había contabilizado antes, pero seguía constituyendo el único ochomil al que había accedido por la vía clásica. Y la tarea que me había propuesto consistía en coronar por primera vez los catorce ochomiles por una nueva ruta o en invierno. Una especie de estrenos. Solo me falta conquistar el Lhotse de otra forma…”

BIBLIOGRAFÍA

  • Mi mundo vertical (J. Kukuczka). Desnivel, 2017
  • Escaladores de la libertad (B. McDonald). Desnivel, 2018
  • Primer vencedor de los 14 ochomiles (R. Messner) Desnivel, 1992.
  • Carlos Carsolio: Eight-thousander, Mount Everest, Iztaccihuatl, Mountaineering (F. Miller, A. Vandame, J. McBrewster). Alphascrit Publishing, 2010.
  • K2. El nudo infinito (Kurt Diemberger). Desnivel, 1990.
  • Wiquipedia.
2 comentarios en «APUNTES SOBRE LA HISTORIA DE LA ESCALADA Y EL ALPINISMO (IX) – La carrera por los ochomiles. Jerzy Kukuczka y la hegemonía polaca»
  1. Hola,
    Impresionante la vida y fortaleza de estos escaladores y en concreto de Jerzy Kukuczka. Igualmente impresionante Joan el artículo que nos has preparado del que he aprendido y disfrutado mucho leyéndolo.
    Gracias
    Un abrazo
    Luisa

  2. Newton hizo una afirmación que ha quedado para la historia. Dijo: «si yo he visto más lejos fue por estar montado sobre hombros de gigantes». Trescientos años después, el brillante físico teórico Murray Gell-Mann parafraseando al genio inglés replicó: «si he visto más lejos fue por estar rodeado de enanos». Creo que es una tentación de todos los tiempos el que hagamos comparaciones entre los quehaceres de las personas, incluso cuando los rubros y las circunstancias no son comparables; es más, hacemos la misma cosa entre las personas como tales, lo cual no sólo es confuso sino un verdadero sinsentido. Y aun así, viene natural preguntarnos, ¿quién fue más grande, mejor, más esto o aquello? Y el arte del montañismo es un campo fértil para estas cosas; es más, me cuesta hallar otro ámbito en el cual estas confrontaciones valorativas sean tan pronunciadas y enciendan tantas pasiones, a excepción del fútbol o, de manera más taimada pero no menos contundente, el campo científico. Eso no significa que no haya una escala objetiva que ubica a estos grandes escaladores en una cierta geografía de valores, una meritografía digamos, como una orografía no lineal, en la que cada quien es un personaje especial. Lo difícil, acaso imposible, de hacer es descubrir qué ubicación tiene cada quien en este mapa peculiar meritográfico. Y ciertamente no soy yo quien vaya develar el enigma. Pero así y todo, quiero ceder a la tentación que antes puse en ridículo, y jugar el riesgoso juego de pasar por tonto y ciertamente ignorante, cuando proponga unos nombres para las letras doradas del alpinismo (estrictamente es así, «alpinismo») de todos los tiempos, pero enfocado a lo que se entiende ahora por alpinismo técnico, de altura y clásico. Sean estos nombres, que presento con un criterio estrictamente cronológico-histórico: Hermann Buhl, Walter Bonatti, Reinhold Messner, Jerzy Kukuczka. Creo que, como Newton, también de ellos fueron tributarios gigantes pioneros y que sobre sus hombros construyeron sus mayores gestas. Pero también, como Gell-Mann, se tuvieron que mover en su momento en medio de un mar de enanos, cuyo único gigantismo exhibido fue el de la miseria humana en sus formas más abyectas: la envidia, la calumnia y el desdoro.

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