Una de las aportaciones de la nueva generación de escaladores que protagonizó la élite del primer cuarto de siglo fue la escalada artificial. La progresión del material, combinada con la nueva filosofía del “nada es imposible” hizo progresar las técnicas de utilización de los clavos, estribos y mosquetones. Se abrieron vías imposibles de afrontar en escalada libre, enormes techos, desplomes, placas imposibles…, eran superados por medio de técnicas artificiales. Del otro lado, los escaladores ingleses y algunos alemanes desdeñaban este tipo de escalada con el dogma de que “para esta forma de escalar solo se necesita un buen brazo derecho (el que maneja la maza)”.

Uno de los primeros defensores de la escalada artificial a ultranza fue Hans Fiechtl (1883-1925), que en su tiempo pasó por ser el inventor de los clavos, aunque como vimos en el artículo sobre la historia del material, no es cierto, aunque si lo es que los perfeccionó, sustituyendo la anilla movil por un orificio integrado que perfeccionó su rendimiento y su seguridad, convirtiendo su modelo en el más utilizado durante los siguientes 50 años. Pero quizá uno de sus logros más perdurables fue iniciar en la escalada al inolvidable Hans Dülfer, con el que compartió cuerda en numerosas escaladas, y que también, como es lógico, defendía el uso de medios artificiales. El 12 de octubre de 1912, subieron juntos la cara este del Larcheck, una de las paredes más bellas y difíciles del Kaisergebirge, 650 metros que llegaban al Vº actual.

Johannes Emil Hans Dülfer (1892-1915) era originario de Renania. Estudió medicina, derecho y filosofía. En 1907, dispensado de las clases de gimnasia por problemas de crecimiento, fue llevado por su padre a los Alpes Allgäuer, donde nació su pasión por la montaña.

Dülfer era desinhibido y creativo, además de ser un hábil escalador. Fue un acérrimo antagonista de Paul Preuss, que como vimos predicaba la ausencia de clavos e incluso cuerdas en la escalada, aunque ambos se respetaron como auténticos caballeros de la montaña. Preuss solía decir “Hans escala mejor que yo”, y Dülfer fue visto llorando ante la tumba de su amigo-adversario.

En los Alpes abrió 50 nuevas vías, especialmente en el Kaisergebirge y en las Dolomitas. Propuso una clasificación de las dificultades técnicas de la escalada. Su vida como escalador fue breve, solo 4 años, pero abrió puertas a técnicas como la de oposición para subir aristas y fisuras (técnica Dülfer) o maniobras de descenso con cuerdas como el rappel Dülfer (Dülfersitz), técnicas que ampliaron los límites de la escalada de los primeros años del s. XX.

Dülfer fue considerado como el auténtico iniciador del VI grado. Su ascensión con Werner Schaarschmidt a la pared del Fleischbank (15/6/1912) fue una de las hazañas más notables de todos los tiempos: 360 m. en solo 4 horas, utilizando la cuerda en un solo tramo. El 18 de julio de 1914 abrió una vía en la espeluznante arista del Catinaccio de Anternoia, con pasos de VI grado. La vía más prestigiosa de Dülfer fue, no obstante, la directa de la cara oeste del Totenkirchl, abierta el 26 de septiembre de 1913, con Wilhelm von Redwitz, una impresionante pared de 600 m., de Vº/A1. Willi dijo más tarde: “nunca vi a Hans jadear, ni en las fisuras más comprometidas. Siempre estaba erguido, nunca colgando de las manos. Era como si ya conociera la vía”.

Dülfer marchó voluntario a la Primera Guerra Mundial y murió a consecuencia del estallido de una granada en Arras, en el frente occidental, el 15 de junio de 1915.

En el período de entreguerras se consolidó el VI grado como la máxima dificultad alcanzable por un escalador, nivel al que Preuss y Dülfer habían elevado la escalada europea. En 1925, Emil Solleder y Gustav Lettembauer, protagonistas sobresalientes de la llamada Escuela de Munich, que durante una década dominó la escena en el mundo del alpinismo, trazaron la que durante durante años se consideró la vía más difícil de las Dolomitas, inaugurando la llamada Edad de Oro del VI grado.

Emil Solleder nació en Munich en 1899 y perdió la vida en la Meije en 1931. Sus hazañas fueron durante mucho tiempo el punto de referencia de las máximas dificultades posibles en escalada. En la década de los 20 fue el máximo exponente de la Escuela de Munich. Su vía a la pared noroeste de la Civetta fue, como hemos dicho, la escalada más difícil del mundo durante años. Tras el descenso, Solleder explicó: “A la luz del crepúsculo subíamos cada vez más arriba, viendo con la amenaza inminente de la noche, cómo los conceptos opuestos de la dificultad se confundían gradualmente en una línea intermedia: el cuerpo ya sentía como difícil cualquier esfuerzo y los nervios estaban totalmente agarrotados, incluso frente a pasos muy, muy difíciles. Escalamos el último tramo fisurado y vertical, y en la noche estrellada pusimos los pies sobre un nevero de la cresta nordeste. La pared de la Civetta era nuestra”. En una sola jornada de 15 horas, Solleder y Lettembauer abrieron la ruta. Primer grado VI de los Dolomitas. Un recorrido total de 1200 metros. Y para ello tan solo se valieron de 12 clavijas. Con una dificultad en libre puro que superaba con creces a la de la época, y en un inhóspito ambiente, con roca mojada y verglaseada. Un hito en la historia del Alpinismo.

Otra de sus inolvidables escaladas fue la pared este del Sass Maor, con Franz Kummer. Sin duda, su muerte, mientras guiaba a un cliente en la travesía de la Meije, truncó una de las carreras alpinísticas más sobresalientes y prometedoras del momento.

La versión francesa de la Escuela de Munich fue el Groupe de Haute Montagne (G.H.M.), alrededor del cual se movía la élite de los alpinistas franceses, y que tomaba el relevo del Groupe de Rochassiers, fundado antes de la guerra por Jacques y Tom Lepiney, Paul Chevalier y Henry Bregeault. Los representantes más destacados del GHM durante el período de entreguerras fueron Pierre Allain, Armand Charlet y Alfred Couttet, aunque también merece ser mencionado el inefable Roger Frison-Roche (1906-1999), el primer “extranjero” en formar parte de la Compañía de Guías de Chamonix, además de viajero infatigable, cineasta y escritor de éxito, con sus inmortales “El primero de la cuerda” y “Grieta en el glaciar”.

Alfred Couttet (1889-1975) se hizo un lugar en la historia del alpinismo por ser considerado el alpinista más veloz de Chamonix, entre otras cosas por haber subido al Mont Blanc en invierno en solo 12 horas, incluido el descenso, récord que tardó más de 60 años en ser superado. Fue de los primeros en combinar los clavos con los mosquetones para sus escaladas Algunas de sus primeras, como el Doigt de l’Etala o el Capucin du Requin, lo situaron en esa élite, junto a mitos como Armand Charlet o Pierre Allain. Llevó a cabo numerosas ascensiones de agujas vírgenes y la primera travesía completa de las Grandes Jorasses. Completó notables actividades en los Tatras, Sierra Nevada (EEUU) y los Dolomitas.  Fue, además, campeón de Francia de esquí de fondo y en compañía de Frison-Roche, creó la escuela de escalada de les Gaillands, hoy parte de la historia de Chamonix.

Armand Charlet (1900-1975) fue uno de los alpinistas que inició la mítica pléyade de la Compañía de Guías de Chamonix, recogiendo la herencia de los guías de la época de Ravanel, pero ya con las armas y los desafíos del alpinismo moderno. Aunque se resistió a adoptar las técnicas desarrolladas en los Alpes orientales, fue el mejor de su época en el terreno mixto, el más difícil y peligroso de la alta montaña. Se especializó en algunas montañas del macizo del Mt. Blanc, como la Aiguille Verte y el Mont Blanc de Tacul, aunque su escalada más recordada sería la travesía integral de las Agujas del Diablo, en 1928, con la señorita Miriam O’Brien y Robert Underhill. Subió más de 100 veces a dichas agujas, abriendo en ellas siete vías diferentes.

Pero el integrante más destacado del GHM fue sin duda Pierre Allain (1904-2000), un auténtico innovador (como vimos en la historia del material de escalada), que llevó a un grado nunca visto las nuevas técnicas de escalada. Abrió numerosas vías en los Alpes, pero probablemente la cara norte del Petit Dru fue su mayor logro, una de las escaladas más hermosas de los Alpes. La escalada es un fin en sí mismo, solía decir Allain, junto con su lema “Audacia en la concepción, prudencia en la realización”.

En 1928 conoció a Maurice Paillon, que lo inició en lo que hoy se conoce como “escalada en bloque”, y que se practicaba en el bosque de Fontainebleau. Con él formó el grupo de los Bleausards, los “parisinos”, que cada semana iban a Bois-le-Roi para escalar en las rocas de Fontainebleau. Allí escaló, en 1934, la llamada arista Allain, graduada hoy de IX grado.

Además de los primeros pies de gato (del mismo estilo que los actuales), Allain inventó el primer descendedor de aluminio, un tipo de mosquetones de aleación mucho más ligeros que los usados hasta el momento, chaquetas de plumón y otros materiales que fueron insustituibles en las expediciones al Himalaya. En definitiva, con Allain la escalada y el alpinismo dieron un salto conceptual irreversible: las nuevas técnicas y las innovaciones en el equipamiento marcaron una nueva tendencia que se mantuvo durante décadas.

Paralelamente a la estela dorada de los alpinistas franceses, la Escuela de Munich continuaba generando figuras que dejarían su huella en la historia del alpinismo, como los hermanos Schmid (Toni (1909-1932) y Franz (1905-1992)), que tras algunas notables escaladas enmarcadas en un brillante curriculum, pasaron a la historia por ser los primeros en trazar una legendaria vía en la cara norte del Cervino, uno de los “tres últimos problemas de los Alpes”, escalada por la que recibieron la medalla de oro de los Juegos Olímpicos de 1932. Toni murió aquel mismo año durante la escalada a la cara norte del Wiesbachhorn.

Pero sin duda el máximo representante de aquella escuela bávara fue Willo Welzembach (1900-1934), uno de los más grandes alpinistas de toda la historia. En 14 años de actividad realizó 940 ascensiones, de las cuales 72 fueron a cuatromiles, y abrió más de 50 nuevas vías, muchas de ellas en las caras norte más duras y difíciles de los Alpes Berneses. En 1931, el mismo año de la escalada a la norte del Cervino, Welzembach y su cuñado Willy Merkl escalaron la cara norte de los Grand Charmoz (3.445 m.), una proeza para la época pero que estuvo a punto de costarles la vida. Cuatro noches en una repisa, a 100 m de la cumbre y bloqueados por la ventisca, con desprendimientos de piedras y sobre horribles corredores helados, a lo que se unía el sufrimiento de unos pies helados, ropas mojadas y heladas, no menguaron su voluntad.

En una breve tregua que les ofreció la tempestad, con las articulaciones agarrotadas y la pared en desastrosas condiciones, consiguieron llegar a la arista, donde les volvió a envolver la tempestad, que ya no les dejó durante el dramático descenso.

Además de sus inolvidables hazañas, Welzembach elaboró una escala de las dificultades de escalada de seis grados, conocida como escala Welzembach y adoptada internacionalmente durante muchos años.

¿Y qué pasaba en Italia? Releyendo la historia del alpinismo se diría que los italianos permanecían al margen de todo el movimiento sextogradista, que después de la generación de Piaz y Dibona, se hubieran dedicado solo a observar lo que pasaba en sus propias montañas, sobre todo en los Dolomitas, uno de los terrenos de juego más reputados, pero…, nada más lejos de la realidad. Muchos y muy buenos alpinistas italianos recorrían las paredes más prestigiosas de los macizos alpinos, aunque muchos no llegaban a brillar como la élite de la Escuela de Munich o del GHM, hasta que llegó Attilio Tissi, para poner un poco de orden y anunciar la generación que le acompañaba con muy pocos años menos que él. Nada menos que la encabezada por Gino Soldá y el gran Emilio Comici.

Attilio Tissi (1900-1959) nació en una familia modesta, estudió en el instituto técnico de Belluno para después trabajar en una mina de azufre y en una cantera de mármol, experiencias que le acercaron a las ideas socialistas del momento. La montaña no le llegó hasta los 30 años, escalando con Giovanni Andrich, que lo inició directamente en el alpinismo extremo, en el que realizó notables hazañas en solo tres años, como el espolón sudeste de la Palla de San lucano o algunas escaladas notables en los Dolomitas. En 1933, con Andrich y Attilio Bortoli, venció la pared sur de la torre Venecia y poco después el Campanile di Brabante, una torre en forma de hongo considerada como imposible hasta el momento. Pero la palabra imposible no figuraba en el vocabulario de Tissi; en una cordada en la que figuraba Leopoldo de Bélgica, príncipe de Bravante, firmó una página ejemplar en el alpinismo de la época. Domenico Rudatis contó así la escalada del paso clave del Campanile: “Apoya los pies contra la pared, se levanta y extiende la derecha hacia arriba, hacia un agarre lejanísimo. Todo el cuerpo oscila hacia la derecha. Los pies se equilibran en un invisible apoyo, las manos se alternan y avanzan. Todo el cuerpo está colgando en pleno vacío y sigue subiendo. No se detiene un momento, sin brusquedad alguna, sin clavos, pero con una prodigiosa alternancia y distribución de las tensiones, y el cuerpo pasando por equilibrios insostenibles, evitando milagrosamente la caída mediante la continuidad en el avance. Esto es más arte que técnica de escalada”.

Aquel mismo año, un grave accidente de motocicleta lo mantuvo inactivo hasta que llegó la Segunda Guerra mundial, durante la cual se unió a la Resistencia. El 7 de noviembre de 1944 fue apresado por los alemanes, torturado y condenado a muerte. Rescatado por los partisanos y finalizado el conflicto, fue presidente de la provincia de Belluno, senador y secretario del Partido Socialista Italiano.

Pero su pasión por la montaña ya se había vuelto irreversible. Con Andrich o con Domenico Rudatis, continúa enganchado al alpinismo extremo: Nueva vía en el Monte Agner, espolón SO de la Torre Trieste, Pared NO del Pane di Zucchero, vía Solleder-Lettembauer a la Civetta, sin vivac…

El escritor Dino Buzzatti escribiö: “Dos fueron los personajes que rompieron una especie de complejo de inferioridad del alpinismo italiano: Emilio Comici, que será considerado siempre uno de los más grandes de la historia; y Attilio Tissi, que representó la súbita revelación del genio, sin preparación sin escuela y superada la treintena, su pasión por la escalada marcó un nuevo camino”.

Antes de la guerra, en 1936, contrajo matrimonio con Mariolina Tissi, que pasó a ser su compañera de escalada. El 22 de agosto de 1959, con Mariolina, escaló la Torre de Lavaredo, sufriendo una pequeña caída durante el descenso que pudo ser frenada, aunque Tissi sufrió un golpe en la cabeza a causa del cual murió tres horas más tarde en presencia de su mujer y sus compañeros.

Como hemos dicho, en la misma generación de Tissi venían otros dos hombres que situaron el alpinismo italiano en el lugar que le correspondía y, como no, ello sucedió sobre todo en las paredes dolomíticas, en las cuales los italianos estaban obligados a dar un golpe de timón y este se dio en las tres grandes paredes: la Marmolada, la Civetta y el Lavaredo.

La Marmolada fue el terreno preferido de Gino Soldà (1907-1989), nacido en Recoaro Terme, provincia de Vicenza. Comenzó a escalar muy joven, combinando la escalada con el esquí de fondo, deporte con el que llegó a participar en las Olimpiadas de 1932 en Lake Placid. La cara sudoeste de la Marmolada presenta desplomes de cientos de metros y representaba el gran problema a resolver tras la primera escalada a la montaña, en 1901, por Michele Bettega, Bortolo Zagonel y Beatrice Tomasso. Sobre aquella muralla se quebró el sueño de Ettore Castiglioni que, en 1935 y 1936, lo intentó dos veces con Bruno Detassis. Ese mismo verano de 1936, Soldà y Umberto Conforto completaron una vertiginosa vía, salvando directamente los terribles desplomes y unos días después de haber superado la tremenda pared norte del Sassolungo. El 28 de agosto, Gino y Umberto atacaron la pared: “Avanzo sin pausa, incluso en los pasos más duros, donde la escasez de agarres aconsejaría un mínimo de seguridad. Es tan grande el deseo de descubrir los secretos de la pared que no dudo en pasar sin clavos incluso donde el paso está al límite de mis fuerzas”. La noche del 31 de agosto empezó a nevar y la pared se puso extremadamente peligrosa, cuando la retirada ya era imposible. Tras 36 horas de escalada efectiva, tres vivacs en la pared, y haber clavado setenta clavos, la pared sudoeste de la Marmolada había sido superada.

Pero la historia de Soldà no se limita a la Marmolada. En el Sassolungo trazó cuatro itinerarios de gran clase: en 1934, sobre el Dente; en 1936, sobre el Campanile Wessely, la Prima Torre del Sassopiatto y sobre la pared norte de la cima principal.

Tras el obligatorio paréntesis de la guerra, en 1954, con 46 años, Soldà participó en la expedición nacional italiana al K2. En 1963, abrió con su amigo Hans Kraus una vía en la Torre Emmele, del Monte Cornetto, su última vía de VIº. En total fueron más de 15 las vías de esta graduación que abrió Soldà, todas ellas en los Dolomitas, tres de las cuales, son consideradas hoy de VII.

Pero la gran estrella del alpinismo italiano del período de entreguerras fue sin duda Emilio Comici (1901-1940), triestino de nacimiento, que muy joven se fue a los Dolomitas para dar rienda suelta a su pasión: con él la escalada se convirtió en arte. Sus escaladas eran obras maestras. Antes de los Dolomitas perfeccionó su técnica en los Alpes Julianos; suya fue la primera vía de VI italiana, la pared noroeste de la Sorella di Mezzo, en los Dolomitas de Belluno. Entre esas numerosas obras maestras, cabe destacar la pared noroeste de la Civetta, en 1931, con Giulio Benedetti, pero si para Soldà fue la Marmolada en donde desarrolló sus mejores gestas, para Comici fue el Lavaredo, la Cima Grande, donde se labró su mítica personalidad. En 1931, con Angelo y Giuseppe Dimai, trazó la primera ruta en su insólita pared norte; en 1933 la arista sur, con Mary Varale y Renato Zanutti; y la norte, en 1936, con Piero Mazzorana. En 1937 completa su gran obra con una gesta inconcebible para la época, la primera escalada en solitario de la pared norte de la Cima Grande de Lavaredo, por la misma vía de 1931, solo para acallar las malas lenguas que le acusaban, a él y a los hermanos Dimai, de haberla cosido a clavos en su primera escalada. Al comenzar la escalada y ante la dificultad de las maniobras de autoprotección, decide prescindir de las cuerdas y lanzarse “sin red” en pos de una cordada alemana que iba por delante: “Difícilmente podría explicar aquella embriaguez, aquella felicidad de sentirme completamente solo, sobre aquella espantosa pared”. Los alemanes no se habían percatado de la “persecución” y quedaron estupefactos al ver aparecer por debajo de ellos a un hombre solo, en lo que ahora llamamos ‘solo integral’. Tras intercambiar algunas palabras con ellos, les entregó el resto de material que llevaba, incluidos algunos clavos, continuó como una centella pared arriba hasta llegar a la cima para escribir en el libro de cumbre: “Ascensión en solitario por la pared norte, empleando tres horas y cuarenta y cinco minutos”.

En 1940 consigue su última obra maestra: la cumbre del Salame del Sassolungo, un inmenso monolito de roca que escala por su pared norte en compañía de Severino Casara. Pocas semanas después, un estúpido accidente le costaría la vida en el gimnasio de roca de Vallunga. El mundo entero del alpinismo lamento la pérdida del “Ángel de los Dolomitas”.

Sin intentar hacer una relación exaustiva, estas son sus mejores escaladas:

  • Vía Innominata –Torre Innominata – 1927 – Primera ascensión de la pared norte con Fabjan, 550 m, V
  • Vía Comici– Cima di Riofreddo – 8 de agosto de 1928 – Primer ascenso con Giordano Bruno Fabjan, muro norte, 700 m, V +
  • Vía Comici-Fabjan –Monte Cimone del Montasio – 1929 – Primer ascenso de la pared oeste con GB Fabjan, 550 m, V +
  • Vía Comici-Fabjan– Tres hermanas Sorapiss – 26-27 de de agosto de 1929 – Primera ascensión con Giordano Bruno Fabjan, abierta justo antes de la Micheluzzi en la Marmolada y la arista Busazza es la primera vía italiana de sexto, 800 m, VI-
  • Vía Comici-Fabjan alDedo de Dios – 1929 – primer ascenso de la pared oeste con GB Fabjan, 600 m, V
  • Vía Comici-Salvadori– Torre del Diavolo – 1930 – ascenso directo desde el lado oeste con Mario Salvadori , 120 m, VI
  • Vía Comici-Benedetti– Monte Civetta – 4-5 de agosto de 1931 – Primera ascensión con Giulio Benedetti, 1050 m, VI, A2 pared noroeste
  • Vía Comici-Brunner-Cernuschi –1932 – Primera ascensión del Spiz Lagunaz y Torre del Boral en el Pale di San Lucano , 180 m, IV +
  • Vía Comici-Dimai– Cima Grande di Lavaredo – 13-14 de agosto de 1933 – Primer ascenso de la pared norte con Giovanni y Angelo Dimai, 550 m, VI- y A1
  • Comici-Cassin – Junio 1933 – Primera ascensión, con Ricardo Cassin, Mario Dell’Oro, María Varale y Mario Spreafico, 140 m, IV- pared oeste
  • Spigolo Giallo– Cima Piccola di Lavaredo – 8-9 de septiembre de 1933 – Primer ascenso de la arista sureste con Mary Varale y Renato Zanutti, 350 m, VI +
  • Vía Comedians– Punta Frida – 2 de agosto 1934 – Ascenso con Giordano Bruno Fabjan, Vittorio Cottafavi y Gianfranco Pompei, 250 m / V, VI pared este
  • Vía Comici– Torre Piccola di Falzarego – 10 de agosto de 1934 – Primera ascensión con Mary Varale y Sandro Del Torso, 230 m / V arista sur
  • Vía Comici-Mazzorana –Cima Piccola di Lavaredo – 1936 – primer ascenso de la arista noroeste con Piero Mazzorana, 350 m, VII
  • Vía Comici-Del Torso-Zanutti– Torre Comici – 13 de julio de 1936 – Primera ascensión con Sandro Del Torso y Renato Zanutti, 300 m, V, VI pared este 
  • Vía Comici– Dedo de Dios – 8-9 de septiembre de 1936 – Primer ascenso de la pared norte con Piero Mazzorana y Sandro Del Torso, 600 m, VI
  • Campanile Basso – primera repetición en solitario de la vía Preuss a la pared este en 1 hora y 15’, 1937
  • Cima Grande di Lavaredo – primera repetición en solitario de su ruta de la pared norte en 3 horas y 45’, 1937
  • Via Comici– Salame del Sassolungo – 28-29 de agosto de 1940,  Primer ascenso del muro norte con Severino Casara, 450 m, VI +

La desaparición de Comici dejó un enorme vacío humano en la vanguardia de los escaladores del momento, pero otros estaban ya tomando el relevo del gran triestino. Ricardo Cassin estaba ya dejando perpleja a la élite de los sextogradistas, y la Escuela de Munich volvía a la palestra con figuras como Anderl Heckmair. Ambos estarían llamados a resolver los dos problemas pendientes de los tres llamados “los últimos problemas de los Alpes”, y todo ello sucedería antes de cerrarse el período de entreguerras.

En Francia, unos chiquillos de la organización “Jeunesse et Montagne”, daban sus primeros pasos por la roca vertical y soñaban con estar algún día a la altura de los Allain, Charlet o Comici. Eran Terray, Rebuffat y Lachenal, que serán algunos de los protagonistas de nuestro próximo capítulo.

Joan Grifoll

BIBLIOGRAFÍA

  • La Montaña. Gran enciclopedia ilustrada (VV.AA.). De Agostini, 1983
  • Héroes del alpinismo (P. Lazzarin y R. Mantovani). Geo Planeta, 2008
  • Vocación alpina (A. Charlet). Desnivel, 2000
  • Willo Welzembach (E. Roberts). Vivalda, 1980
  • Séptimo grado (R. Messner). RM, 1982
  • Alpinismo eroico (E. Comici). Stefenelli, 1942
  • Histoire de l’alpinisme (R. Frison-Roche). Flammarion, 1996
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