En un documentado artículo publicado en EL PAÍS el nueve de agosto pasado, su autor Nuño Domínguez, Master en Periodismo Científico, comentaba una información aportada por un grupo de biólogos y geólogos que a principios de mes ha recorrido en toda su extensión el glaciar del Aneto, con la finalidad de estudiar su estado y comportamiento, exploración que en su síntesis final confirma que la mayor masa helada española se encuentra en fase terminal. Una fotografía tomada durante la investigación que acompaña al reportaje, muestra la desoladora imagen de su morfología en avanzado estado de degradación, visible el retroceso de su superficie, en la que afloran manchas negras, sedimentos mezcla de materia orgánica e inorgánica (crioritas) que, por su composición y características acumulan calor y aceleran la fusión y son, entre otros fenómenos sintomáticos, la confirmación de la extinción glaciar.
Los recientes datos aportados por el equipo investigador citado sobre la dinámica y estado del hielo actual, y en el mismo sentido los trabajos llevados a cabo por Instituto Pirinaico de Ecología, resultan reveladores y coincidentes en sus pronósticos sobre el notable retroceso del emblemático glaciar que dejará de serlo como tal, en diez años. Una vez perdida en la masa helada su funcionamiento, alimentación, su capacidad de deslizamiento (muy lenta, pero continuada) y su configuración (grietas y rimayas), tan solo quedará como inactivo testimonio de su pasado, un nevero fijo refugiado en las zonas de los elevados ventisqueros, bajo las crestas y cumbre señeras del Aneto y la Maladeta. Nieves inmóviles que ya no alimentarán la perdida corriente helada que dejará de ser un brillante y cautivador distintivo de las nieves eternas en la majestad del paisaje en el techo del Pirineo.
Siguiendo a Nuño Domínguez, añadimos datos de la observación del glaciar y su evolución: En los últimos años el glaciar venía perdiendo metro y medio por año, pero en el año 2022 fue de tres metros de espesor – Desde el año 1981 el grosor del hielo ha perdido 30 metros. La extensión total se ha reducido un 64 % – En 1850, cuando empezaron a ascender las temperaturas del planeta de forma continuada, había 52 glaciares en la cordillera. En 2020 quedaban 21 y se ha perdido casi el 90 % de toda su superficie
Las extensas y heladas laderas septentrionales del Aneto, por donde trascurría la vía normal de ascenso a la cumbre soberana de la cordillera, ya es la actualidad un peligro para el montañero por sus condiciones y morfología alteradas, razones por la que es rechazada por los guías y expertos que aconsejan evitarla. Esta importante alteración del hielo, frágil víctima de las elevadas temperaturas, modifica las condiciones técnicas de la montaña, allí donde su presencia es un factor técnico del relieve en las ascensiones, cambios que, en algunos aspectos y sectores, son un riesgo para la seguridad del montañero. El hielo entre las grietas actúa de cemento de contención de bloques y zonas de acarreos en laderas de fuerte pendiente, compactando los escombros producto de la permanente erosión que ha modelado las montañas y que, al perder consistencia por el deshielo, se convierten en inestables y peligrosas zonas de derrumbes. Al mismo tiempo, y siguiendo a Nuño en su análisis y toma de datos, el deshielo está dando lugar pequeños lagos, ibones, uno de ellos a 3150 en la zona del Aneto en 2015, el Innominado. Una consecuencia más del cambio en los paisajes de la alta montaña que acompaña a la extinción glaciar, del agua de deshielo ocupando depresiones del terreno.
El Cambio Climático de intensas olas de calor: cuatro hasta finales de agosto, en el verano más calurosos desde que se iniciaron las mediciones en el año 1850, marca alarmantes niveles térmicos de récord. Los largos veranos y la disminución de las nevadas ya no restituye los espesores estivales perdidos, reduciendo la extensión y profundidad de las nieves eternas del Pirineo, dejando al descubierto roquedos y suelos inermes frente al sol que irradian más calor y aceleran la fusión. Las consecuencias del Cambio Climático hace cada vez más frecuente los fenómenos extremos que ya nos están golpeando con dureza: sequías, calentamiento del mar y su incidencia en la meteorología, incendios (Grecia, Canarias, los países mediterráneos, sur de Europa, Canadá…) catástrofes ambientales y profunda alteración en los fenómenos atmosféricos con las que ya estamos conviviendo en su doble y contradictoria faceta destructiva, reducción de las precipitaciones y violentas tempestades de viento y agua cada vez más frecuentes. Cambios que la ciencia actual verifica y que se están produciendo a una velocidad superior a las más pesimistas previsiones.
Ante esta emergencia climática que tanto afecta a nuestras vidas y que precisa de una actuación conjunta del ciudadano y los gobiernos en una empresa universal, surgen individuos y partidos políticos negacionistas ante la evidencia de un acontecimiento de suma gravedad en el acontecer humano. Intereses económicos ligados a los carburantes fósiles, causantes del efecto invernadero, encabezan tan descomunal postura de esta suicida negativa, guiados por bajos interese de beneficios del hoy boyante -para unos pocos-, ante un mañana sombrío para toda la humanidad. La fuerza capital de la economía y del poder que conlleva, concentrado en tan poderosos medios, capaces de imponerse a las decisiones de los estados, ralentizan o impiden los procesos conducentes a la utilización solamente de energías limpias no contaminantes, antes de que situaciones irreversibles nos impidan recuperar condiciones ambientales menos severas. Por otra parte, resulta preocupante que individuos y partidos que son capaces de negar lo incuestionable de la emergencia climática, asumiendo cargos políticos de responsabilidad, sus decisiones malogren proyectos de mejora ambiental que suponen un claro retroceso en las necesarias actuaciones. Al mismo tiempo, es de temer que sus decisiones en otros campos del saber y la cultura, estarán igualmente inspiradas y defendidas por criterios del nivel intelectual de su negacionismo. Una cosa lleva a la otra.
Rafael Cebrián Gimeno