Como recordaréis, el artículo que publicamos hace un par de semanas sobre la cara norte de la Aiguille Verte tenía que haberse publicado en la revista Guaita, pero nunca llegamos a hacerlo al cerrarse dicha revista en esos tiempos. Guaita fue el órgano de comunicación de los socios del Centre Excursionista de València fundado por nuestro compañero Rafael Cebrián a principios de los 70, en unos años en los que el único medio de difusión de las cosas que íbamos haciendo en la sociedad era el papel.

Animado por la buena acogida del artículo anterior, he decidido transcribir otro, que sí que se publicó, sobre la escalada a la Arista Blanca del Piz Bernina, en 1979. En aquellos años nuestra actividad en los Alpes era muy intensa, nos íbamos sacudiendo los complejos y nos atrevíamos poco a poco a emular a nuestros ídolos: Terray, Rebuffat, etc. En nuestras cabezas bullían proyectos para enfrentarnos a las más altas montañas del mundo y para ello teníamos que dar la talla en los Alpes. Así, el año siguiente fuimos a los Andes y en 1981 al Pamir para escalar nuestro primer sietemil. La escuela alpina resultó fundamental en nuestras vidas.

“Soy un viajero, un escalador de montañas
-dijo a su corazón-. No me gustan las llanuras,
y no puedo estarme quieto mucho tiempo”
Así habló Zarathustra (Friedrich Nietzsche)

Arista Blanca
(Escalada realizada por Juan Carlos Gómez y Joan Grifoll el 13 de julio de 1979)

(Artículo publicado en la revista Guaita, del Centre Excursionista de València, en su edición correspondiente a diciembre de 1979)

Julio, 1979. Todo aquello era extraño, casi ridículo para dos alpinistas, pero hermoso, muy hermoso. Aquel bosque de abetos, aquel riachuelo, y un sinnúmero de excursionistas que nos saludaban.

El hombre de la oficina de guías dijo que había que tomar un “ómnibus” hasta el restaurante-hotel y luego caminar una hora y cuarenta y cinco minutos hasta la Cabanna Tschierva (2.583 m). Y allí estábamos, sobre una engalanada tartana, llena de campanitas y cascabeles, y abarrotada de turistas viejos de aspecto adinerado, que exhibían máquinas fotográficas y dentaduras postizas; todo ello arrastrado por dos esforzados caballos que guiaba un inefable ejemplar de la etnia humana de los Alpes.

La Cabaña-refugio Tschierva tiene un raro ambiente pirenaico, no sé porqué. Quizá porque no todos los que allí se hospedan son exclusivamente alpinistas, al menos con el concepto de alpinista que se tiene en Chamonix o Zermatt, por citar zonas clásicas. El ambiente era simplemente montañero o excursionista, alegre, trasnochador y poco serio para estar en los Alpes Suizos.

La animosidad de Juan Carlos esa noche me daba envidia. Mi estado de ánimo no era perfecto, y era extraño, teniendo en cuenta que ya llevábamos dos ascensiones a “cuatromiles” en este viaje y una de ellas de cierta envergadura.

Con la madrugada llegan unos momentos a los que nunca llega uno a acostumbrarse; unos ojos que no quieren abrirse, susurros, haces luminosos que se pasean por la habitación, ruido de material de escalada que se revuelve al buscar algo en la mochila y nylon rígido que cruje al amoldarse al cuerpo. Son unos momentos y unas sensaciones únicas, que solo se pueden vivir en un refugio de alta montaña.

Son las dos de la madrugada. El desayuno, nauseabundo en esos momentos, ha sido engullido con notables dificultades y todo el mundo se esfuerza ahora en acoplarse las botas, rígidas por el frío. Hay que olvidarse ya del calor y la comodidad, cada vez que se abre la puerta del refugio el cuerpo pierde un poco de ambas cosas. A continuación hay que poner la voluntad en juego para salir al exterior. Luego silencio.

Estamos solos. De un paso hemos dejado el bullicio del refugio para sumergirnos en un silencio aplastante y embriagador. El primer contacto lo tenemos con las estrellas, que nos saludan dándonos las buenas noches y nos prometen su compañía en medio de una atmósfera clara y transparente. La luna nos invita a seguir su periplo cotidiano y la nieve helada se queja bajo nuestras pisadas; la alta montaña, dormida, se descubre ante nosotros en toda su plenitud.

No hace mucho frío, esto nos preocupa.

Las marchas de aproximación siempre me han impresionado. Los glaciares parecen aletargados, contrapunto del cuerpo que se va despertando a cada paso, y los pulmones admiten cada vez más aire. Nuevamente susurros, gritar sería un sacrilegio, podrían disgustarse las montañas y despertarse los glaciares; a pesar de ello oímos la palabras en baja voz de otras cordadas que están lejos, pero solo las palabras precisas. Ahora cada uno debe de pensar en sus cosas ya que la actividad de más tarde impedirá todo pensamiento.

Pendientes de acceso a la arista

Primera sorpresa. Un murallón de roca sin problemas, pero no hay que confiarse, el cuerpo no dispone aún de los reflejos necesarios para afrontar un tropiezo.

Con el amanecer nos encordamos y nos colocamos los crampones. Estamos al pie de una gran pendiente helada que conduce a la arista, de la que desciende una tranquilizadora brisa muy fría. Se apagan las frontales y el material de escalada pasa a su lugar de acción. Cascos, drizas (*), martillo, clavos, etc., y comenzamos la ascensión.

Superamos unos 200 mts de nieve dura y pendiente muy fuerte, aunque solo aseguramos en una pequeña travesía. En la arista nos saluda un viejo amigo, el sol, que no veremos de momento ya que los primeros largos transcurren por la cara NW, en un terreno mixto y con mucho verglass, en el que el aspecto es más imponente que la dificultad, aunque se hace buen uso de las drizas y los clavos emplazados en los puntos de reunión.

La gravedad de los primeros pasos se va disipando a medida que avanzamos. La satisfacción de ir venciendo dificultades nos da seguridad y optimismo, haciendo que nos sintamos fuertes.

Otra vez estamos en la arista, que ahora es solo de roca. La escalada es placentera, el sol nos acaricia mientras aseguramos en la quietud de las reuniones. Ahora voy detrás y el rápido correr de la cuerda me indica que Juan Carlos supera limpiamente las dificultades, que sin ser excesivas son constantes.

Primeros largos en la arista

Una travesía lateral bastante aérea nos deja sobre el principio de lo que da nombre a la Arista Blanca. Es muy hermosa, sin demasiada pendiente y blanca, cegadoramente blanca. A nuestra derecha la cara oeste huye bajo nuestros pies hacia un fondo oculto por la bruma, y por ese mismo lado nos azota un viento glacial que parece querer arrancarnos de la nieve. A menudo tengo que llevarme la mano a la oreja derecha para ver si todavía la conservo, al tiempo que intento bajar un poco el gorro de lana que conservo bajo el casco.

A nuestra izquierda una traicionera cornisa invita tentadoramente a asomarse pero nuestro camino es consciente y seguro.

La pendiente se acentúa sin llegar a ser alarmante. La cresta no es muy estrecha y una hora después de haber dejado la roca coronamos la cumbre del Pizzo Bianco (3.995 m). Una foto y adelante.

Poco después volvemos al terreno mixto, debiendo asegurarnos nuevamente. El viento ha remitido y el ambiente vuelve a ser propicio y agradable. Las reuniones se hacen un tanto precarias, hay que asegurar a caballo sobre la arista y cosas así de raras.

Delante de nosotros va una cordada de alemanes que desaparece súbitamente de la arista. Sabemos que nos acercamos al paso clave del itinerario, muy cerca de la cumbre, y los alemanes han efectuado un descenso que no debe de ser un regalo.

Para ir más rápidos nos vamos turnando en la cabeza y en cada reunión me dice Juan Carlos: “quisiera saber qué están haciendo los alemanes”. Pronto lo averíguanos, han montado un rappel y ahora están mucho más abajo, efectuando una travesía.

Arista Blanca del Piz Bernina

Lo que viene a continuación es una cosa seria. Ya nos lo advirtió el de la oficina de guías de Pontresina, ahí está la clave de la ‘Bianca’. Y por si era poco, por el oeste se aproximan unos nubarrones nada tranquilizadores. Hay que darse prisa.

Comienza el destrepe y toda precaución es poca cuando se me ocurre mirar entre las piernas, pero las presas son seguras y no hay que inquietarse. Dejo una driza intermedia y una vez abajo aseguro desde un clavo.

La travesía posterior nos deja al pie de un corredor helado de unos 15 m de ancho que más abajo se ensancha, huyendo hacia el valle en un prodigioso salto.

Asegurado desde el final de la travesía, la emprendo con el “couloir”. Subo unos 10 mts y además del piolet, tengo que echar mano del martillo de hielo. El alemán grita algo desde lo que creo que es la cumbre, pero no entiendo nada. Claro, lo dice en alemán.

Lo que sí entiendo es cuando el “socio” me dice que no queda ni un metro de cuerda. No es para reírse, estoy suspendido de las puntas de los crampones, martillo y piolet. Juan Carlos me dice que aguante como pueda y abandonando el seguro avanza unos 10 mts. Con precaución, me desplazo hacia las rocas de la izquierda, pero solo me ofrecen un precario seguro cuando vuelve a terminarse la cuerda. Pero esta vez veo una “universal” (**) a un metro de mi cabeza, metida hasta el cuello. Me aferro a ella, es maravillosa. Ahora sé lo que gritaba el alemán, él también debía de llevar cuerdas de 40 mts.

Un largo más y Juan Carlos, superando otros 20 mts de couloir, se instala en el collado. A continuación quedan varios largos por un terreno mixto de apariencia impresionante. Se adivina la dificultad al mirarlos, pero la cuerda vuelve a correr, la moral es alta y sabemos cerca la cumbre.

Cuatro largos en roca y nieve helada, muy pendientes y con verglass nos dejan sobre una afilada arista de nieve dura pero insegura que lleva a la cumbre del Piz Bernina (4.049 m), nuestra meta esta vez.

CUMBRE, estrecha, insegura, hermosa, punto culminante de nuestro esfuerzo y nuestra ilusión, y la perspectiva de un descenso complicado en principio y tranquilizador más tarde.

Último tramo de arista y cumbre del Piz Bernina. Imagen trasladada del artículo original publicado en la revista Guaita, del C.E.V.

El ceremonial de la cumbre es de sobra conocido por todos los que han saboreado ese  gozo incomparable. Hace frío y la amenaza de las nubes empuja al descenso.

Lo que parecía complicado se va resolviendo con cautela y decisión. Hay un refugio, el “Marco e Rosa”, del que nos separa una pendiente sin problemas, pero de repente la niebla nos envuelve e inmoviliza. Un buen momento para tomar un bocado tras nueve horas de actividad.

Al disiparse la niebla continuamos el descenso. Un precipitado cálculo de horario y la mejoría del tiempo nos hacen despreciar el refugio. Solo hay que bajar para llegar al camping.

En este largo descenso es la intuición la que nos marca el camino. Las horas se combinan con los metros descendidos y cuando el sol desaparece, surge la sorpresa, una arista rocosa que hay que resolver mediante rappeles y destrepes. Son muchas horas de lucha para moverse con rapidez y por más que corremos, la noche nos sorprende en la morrena lateral del glaciar Morterasch.

Hay que forzar un vivac ‘a pelo’, sin sacos de dormir, en un pequeño chamizo ingeniado por Juan Carlos con piedras y plásticos. Caen algunas gotas pero yo me duermo rápidamente. Para el socio la noche es larga y se entera de todo.

Con el alba hay que forzar los doloridos músculos a la actividad y así calentar el cuerpo, destemplado por las condiciones del vivac.

Ciertas desagradables peripecias nos separan del glaciar pero ya en él, solo queda un continuo sortear de gigantescas grietas, negras como bocas amenazadoras.

Ya en el bosque nos cruzamos con cordadas que suben, sacudiéndose el calor de la cama, con la vista puesta en las cumbres. Mañana ellos lucharán por la victoria. Nos saludan, nosotros ya hemos cumplido, nos delata nuestra sonrisa de satisfacción.

A nuestras espaldas, la Arista Blanca, una ilusión de antes y una satisfacción de hoy. Quedan todavía muchas aristas, muchos vivacs y muchas ganas de vivir y sentir emociones únicas.

Detrás queda también el Piz Palú, blanco como una inmensa nube, esperándonos. Es un compromiso para volver algún día.

Joan Grifoll

HORARIO: Desde la cabaña Tschierva a la cumbre: 8 horas. De la cumbre al vivac: 11 horas.

DESNIVEL: Desde la Cabaña Tschierva (2.583 m) a la cumbre (4.049 m): 1.466 mts.

* Drizas: En aquella época se denominaban drizas indistintamente a los anillos atados de cordino de diferentes grosores o de cinta plana. No existían los anillos cosidos de ningún tipo.

** La universal era un tipo de clavo para roca que en teoría servía para cualquier tipo de grieta, vertical, horizontal o inclinada. Una universal clavada hasta el cuello era el paradigma de un seguro resistente.

Un comentario en «Piz Bernina (4049 m)»
  1. Impresionante, gracias Joan por compartir tus exoeriencias alpinas, nos hacen viajar a esos lugares magicos.

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